El presente se convierte en todos los tiempos. Nos recordamos en el pasado y nos reímos en él, en un futuro tan inmediato que termina con la carcajada en turno.
Renacemos en él a mis abuelos, a mis hijos, y los vuelvo a parir las veces que necesarias y más, con ese dolor que no es mas que la emoción mas pura que solamente una madre puede recordar y olvidar en un instante.
Muero en el pasado inmediato y me quedo con las rutas que habitan la geografía de mi alma que aún tiene muchos caminos por recorrer. Me olvido de cualquier pena que parecía majestuosa y construyo castillos y palacios en un espacio que tiene humedades en el techo, paredes descarapeladas que cuentan historias y sonrisas de familias que sacan desde lo mas profundo de sus entrañas la felicidad que nunca creerían poder encontrar en ventanas con vidrios rotos y percudidos .
Y cierro los ojos y escucho música en ese lugar que tiene desde ladrones de vida hasta inocentes cautivos y me imagino que esas guitarras y yo estamos en plenos portales de Veracruz bebiendo un mojito en vez de un jugo de naranja servido en vaso de plástico desechable. Muerdo mi croissant bañado en chocolate y me traslado a los Campos Eliseos escuchando a alguien hablando en francés y veo a una pareja dándose un perfecto beso francés.
Y concluyo que a lo que nunca le pueden poner una jaula es a la mente, pero menos aún al corazón, cuando veo un gato amarillo subiendo un árbol que tiene atrapadas en sus ramas dos bolsas de plástico, para tratar de alcanzar a un gorrión que se escapa volando de ese intento de jardín gris que es mas verde que cualquier jardincito del Parque del Retiro.
Y a ti Lorenzo, que me diste la vida, me estás dando la más grande lección de vida que puedo aprender a mis cuarenta y dos, a tus setenta y dos, gracias siempre, mi Lorenzo, el mas Magnífico de todos los Lorenzos que han existido jamás.
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Mi Lorenzo y yo |
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