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viernes, 11 de diciembre de 2020

Leyenda

 Hoy leí una palabra que escribió Lola, mi amiga desde la primaria, ¿si te acuerdas de ella? seguro si te diera mas referencias me dirías que si. Nunca olvidabas a nuestras amigas ni amigos. Tal vez teníamos que darte unas cuantas pistas últimamente, pero tu memoria tan absurda como la mía siempre recordaba.

No.

No es cierto, ahora que lo escribo, tu tienes mejor memoria que yo. Y mientras tecleo se que debí haber escrito "tu tenías mejor memoria que yo", pero me dolería hacerlo así. Memoria para los números de teléfono que sabíamos tú y yo aunque ya nadie se los aprende, los cumpleaños sin que te los recuerde Facebook  y los santorales sin tener que ver esos calendarios que arrancabas el numerote de papel para pasar de día. Memoria selectiva y absurda que resultaba que sacaba una sonrisa a tus amigos cada vez que los llamabas en su santo.

El punto es que Lola dijo: "una leyenda", y esa leyenda eres tu. Esa si es una palabra en presente y en pasado, también en futuro, porque en un ratito sé que seguirás siendo leyenda.  Todos los tiempos aplican  a ti ahora. Y en todos los tiempos te extraño un chingomadral.(1)

Leyenda.  Ya sabía que eres una leyenda, pero no lo había entendido hasta que Lola lo escribió.

Te nos quedaste dormido, soñando. Mike dijo cuando nos llamó a las 6:10 "papa se quedó dormido", y supimos Maya y yo que era dormido "para siempre". Ya sabía en el fondo que te ibas a ir, siempre te neceaba y te regateaba cuando decías "ya no me queda mucho", mi argumento era el que me parecía lógico, tus papás habían rondado los 90 años, a ti te quedaban al menos diez. 

Hace unos años te dije, la muy cabrona: "no puedes morirte antes que "aquel" (2), y ya que se murió "aquel", te dije: "ni madres, no te doy permiso".  Pero la última vez que me lo dijiste, que ya casi te ibas,  no te regateé tiempo, no te lo discutí, muy en el fondo ya sabía que estabas cansado, que ya tenías solo dos o tres pendientitos que resolver para irte.

Los pendientitos los resolviste en un dos por tres. Comimos contigo el martes y se que no hablamos lo que querías decir, pero escuchaste lo que queríamos decirte y necesitabas escuchar.  Creo que después de eso y los dos Calixas que bebimos te empezaste a soltar, a dejar ir, a relajar. Claro, todo esto lo estoy inventando, porque mi cabeza necesita racionalizar el dolor, el vacío, el hueco tan cabrón que de repente se abre y se cierra sin aviso. 

Cuando iba camino a verte, después de la llamada de las 6:10, no dejaba de pensar en el día que fuimos a Toluca a una cita de trabajo. Debe haber sido hace 7 años. Al pobre cliente ni caso le hice, en plena reunión me llegó un mensaje donde la aseguradora decía que no me iban a pagar algo, una pendejada por el tumor que me quitaron. Salimos y en pleno patio, lleno de esculturas de Leonora Carrington y fuentes con obra de Luis Nishizawa me djiste: "Mijita, nunca llores por dinero". Me veo y te veo allí, como fotógrafa de los dos, desde fuera, como un dron sobrevolándonos.  Te veo y te siento tomándome las manos diciendo eso, y seguramente convenciéndome que fuéramos a comer y celebrar. ¿Celebrar que? Lo que sea, lo que fuere, todo era una celebración conti (3)

Conti siempre abundaban los teadoros, los teextraños, los eresmiorgullo. Conti siempre había de que reír, y si había de que llorar, se remediaba pronto. Conti siempre la vida es cariño y generosidad, historias fantásticas, amigos a los que había que decirles "tios", hermanos del alma, viejas adoradas, y risas y sonrisas. Siempre.

Tu vida no fue sencilla, eres el ejemplo perfecto de lo que es un self-made-man. Tu destino estaba escrito, tu don con el lápiz, papel, plastilina, madera, yeso, metal eran natos. Siempre hablabas de dar vida a la materia, y siempre se la diste. Todos reconocemos lo perfecto de tu arte, todos sabemos que tu don fue generoso, prolífico, grandioso como tu. Legendario como tu. Pocos saben lo que te costó, pocos, contados. Si supieran, serías héroe-leyenda. 

Al día siguiente que te fuiste cambié de pensamiento, y te pensé y sentí cuando tenía tres añitos. ¿Qué se puede recordar a los tres añitos? Pues mucho teniendo un papá como tu y una mamá como la que tengo. Siempre tomando fotos, los dos con una cámara colgada: análoga años, después lucharon por cambiar a una digital y despues se negaron a dejar la digital por el celular, hasta que a últimas fechas, todo era con el celular. 

El pasar y repasar los álbumes que mamá siempre ha hecho e identificado con años, nombres y personajes es lo que hace que no olvidemos. Seguramente esa foto de mis tres años es lo que me llevó al pensamiento del siguiente día: estamos Maya y yo en una foto, yo sentada sobre tu pierna derecha y maya en la izquierda. Estamos en la playa, en Irlanda. Estás sentado con las piernas extendidas en lo bajito de las olas. Mi recuerdo, que no se si es mi primer recuerdo de vida, es pánico absoluto que el mar me tocara, que me arrastrara y me tragara. Mis piernitas están extendidas sobre la tuya y me veo crispada de pies a cabeza. Maya se reía sobre tu izquierda, disfrutaba feliz cada olita que llegaba, y tu me decías que el mar no me iba a hacer nada. Que tu estabas allí conmigo. Mamá tomó la foto, desde el lado del mar. No se si se me quitó el miedo ese día, es mas que obvio que hoy no me queda nada de ese miedo...Oigo tu voz ese día, la escucho hoy, ahora, repitiéndome: "no te va a pasar nada"

Las ideas en el duelo vuelan conforme los sentires van y vienen. No hay control. Me dio gripe, y se que no es CoVid porque se que es de pena, que viene del alma. Te siento alrededor, no se cómo, pero siento que estás sobrevolando dos espacios: Abasolo y Fidias. En mi casa no te siento, en mi coche te invento a veces. Te pregunto cómo estás y me contesto que bien. Te invento las respuestas. Creo que en los duelos es donde se ha inventado la fe o la reencarnación, porque nos queremos inventar que nuestros quereres están bien, o vienen de visita como mariposas o colibríes. Yo quiero pensar que si es reencarnación lo que existe no vas a escoger una mariposa, sino un caballo. Y entonces me acuerdo de cuando me pusiste a leer Azabache, y de los caballos que tanto te gustan. Los que Naty dice que debes estar esculpiendo en las nubes. Pero si fueras  un caballo, pues ni soy charra ni jinete, ni tengo rancho donde encontrarte en un caballo...

(¡Ah!, probablemente irías a Las Nubes con Miguel Ángel, tu hermanito. Ahí hay muchos caballos, y el cielo está al alcance de la mano). 

Así que como no se dónde estás,  pienso que tus 26g de alma están expandidos en una línea que serpentea, o hace espirales, o dibuja el San Patricio que estabas haciendo, que dibujaste aún el viernes. O estás sentado en tu sillón en la sala, o en tu silla en el comedor, o antecomedor. O en tu cama, o junto a tus cenizas que están en la chimenea mientras decidimos llevarte parte a La Soledad y parte a un nicho en algún lugar.

Ayer estaba en el coche, y cerré los ojos muy fuerte, y te inventé: te inventé sentado a mi lado, inventé que estaba tu mano, inventé que la tomaba y que cerrabas tus dedos sobre los míos. Y de tanto inventarlo se hizo verdad. Ahí estaba tu mano, enorme, con tu anillo de bodas, con tus dedos que medían mas de una cuarta común y corriente. Calientita y adorable como siempre.

Papi, ¿Cómo te doy las gracias por todo? Me dejas amigos tuyos, me dejas tíos que no son mis tíos, me dejas hermanos del alma, me dejas hermanos y sobrinos que adoro. Nos dejas con mamá que es tan grande como tu, tan leyenda como tu, tan hermosa como tu, tan sabia como tu.

¿Cómo hago para guardar todo esto que me sigues dando?

Ya se que te di permiso para irte, nunca te lo dije, pero se que lo sabias porque no te regateé, pero no quería que fuera tan pronto. Ojalá me hubieras desobedecido, y estuvieras aquí sentado en la sala, en tu sillón beige, jugando tu solitario, mientras yo escribo esto, y veo la repisa de la chimenea con la caja de madera que tiene tus cenizas.

(1) Tu forma única y absoluta de decir "mucho"

(2) Aquel: persona que te hizo pasar unos malos ratos en vida.

(3) (nota aclaratoria: conti, siempre fué contigo, pero resumido por ti)



lunes, 24 de junio de 2019

Ramón

Anoche llegaste a mi sueño en intermitencias. Te recordé hablando con las manos, viendo hipnóticamente lo redondas que eran tus uñas, lo blancas, bien pulidas y recortadas. Tu cara, tan ajada, tan curtida, con tantas marcas de ceños fruncidos por leer tantas lineas en tantos libros, por tristezas pasadas, por insomnios constantes.  Sudabas un poco, recuerdo tu argumento al respecto: la temperatura de tu cuerpo era un grado mas alta que el de todos los que te rodeábamos. Tenías 37 grados, cuando todos nos conformábamos con míseros 36 grados corporales.

Tenías paciencia de santo, alma alburera de nacimiento, eras empático con todas las causas, eras el Charro Negro, el Maestro, el amigo amable, el maestro objetivo. Tenías mas vidas vividas que cualquiera de nosotros.

Me enseñaste a ser práctica y objetiva. Me diste lecciones de tolerancia. Cuando hacía las cosas mal tenías ese elegante estilo para no hacérmelo ver mas que de forma positiva.

Recuerdo que siempre me decías que tenía que meter tijera (hoy no lo haré). Que lo que se tenía que decir en dos palabras, no era ni en tres ni en cuatro. Lo curioso es que esto lo apliqué en muchos aspectos de mi vida: en palabra escrita, en pensamiento y palabra hablada: me hiciste concisa, breve y expedita; eso lo trasladé a los amores y a los pesares: lo que tenía solución se arreglaba en un dos por tres, lo que no, a la chingada, y el amor se daba con todo y así se recibía.

Me enseñaste a creer en la bibliomancia, en el arte de dejarme seducir por lo que cayera en mis manos, a que el libro me elegía y no yo a él.  Me enseñaste a no dejar de leer lo que me haría sufrir, que no todo era una historia estúpidamente simple que me dejara en una zona de confort, la única aparentemente conocida por mi hasta entonces. Me enseñaste a leer lo bueno, a regocijarme con los nudos de palabras y sentidos que me transmitían un fuego que me revivía y me atraía. Desentrañé a Ian McEwan bajo tu batuta, a Joyce Carol Oats, a Margaret Atwood.

Me enseñaste a la Monja Portuguesa de Mariana de Alcoforado que leí y releí en un librito que me regalaste. Me abriste las puertas a la poesía de e.e. cummings que se convirtió en mi gran favorito. Me enseñaste portadas de libros que se publicarían que después pegabas en un mural-altar en tu oficina.  Me diste a leer libros que se publicarían -o no-,  en México. Me diste probadas de otros. Escribiste tus Ardores que Matan a la par que nosotras hacíamos vanos intentos por escribir cuartillas que descuartizabamos en nustro amado taller en Miguel Angel de Quevedo, un oasis por unos años, un tiempo inolvidable que tengo bien guardado y acurrucado en medio del plexo solar.

Me regalaste una insignia soviética con un "3" que me ha acompañado en mi escritorio por años. Ese día te empezamos a decir "Camarrata" en una suerte de doblar las "r" de Ramón y de Camarada y darle mas retumbe a tu nombre que ya de por si en tu larga percha era escandaloso.

Mi terapia en años tan duros fue escribir. Hoy me leo y leo a una mujer que no tenía Oriente, que buscaba desesperada un sentido. Tu fuiste el gran maestro en esas épocas. Nunca te lo agradecí Ramón, o si lo hice, fue pobremente, en pocas palabras, y esa era la excepción a la regla de lo que me habías enseñado: tenía que haber sido larga y rimbombante en algún intercambio de los muchos que tuvimos y no lo fui. Perdóname, Ramón querido.

La lección mas importante que me diste, fue con la que viviste cada día. Tu sabías mas que muchos de nosotros, pero nunca nos hiciste sentir menos. Nunca nos corregiste ni una falta de ortografía, esas las descubriríamos después. Nos acorralabas para que solos descubriéramos el camino, el origen de todo, la verdad de casi todo.

Me dejaste hoy con un dolor amargo cuando desperté y te habías puesto de personaje estelar en mis sueños. Un abandono inusitado. Me dieron ganas de llorarte a destiempo, varios días después de haber sabido que nos dejaste, y qué mejor terapia, que escribirte esto, y darme cuenta que hace tres años no me sentaba a expiar mis penas y atorar las lagrimas que no quiero llorarte gran amigo mio porque quiero creer que nunca te irás,  los grandes amigos nunca se van.

Gracias Camarrata.
Happy Bloomsday forever!








viernes, 6 de mayo de 2016

Piedra y caracol

Hay días que regreso al pasado reciente y me sale fuego de la yema de los dedos, especificamente índice y cordial, y tengo pequeñas implosiones en el plexo solar que me achican, me encogen, me atrapan en sueños alucinados donde cierro los ojos y veo crestas de olas que rompen en mi espalda y piernas.  Abro la boca y saco la punta de la lengua tratando de atrapar gotas de lluvia donde no llueve, entonces la cierro para respirar con la boca y puños cerrados, ojos apretados pero oídos alertas.

Todo parecería indicar que me encuentro abrumada, absorta en dolores inexistentes cuando en realidad me siento mas resucitada que nunca antes.  Mas viva que ayer,  mas enérgica que antier y mas recién nacida que hace 46 años.

Y entonces abandono mi cuerpo y me veo desde arriba, como ángel de mi guarda, como alma colgada de mi misma melena, y me veo de espaldas, recorro con la mirada de mi alma mi cuerpo hecho ovillo, capullo, redondo de carnes y marcada la columna vertebral partiendome en dos mitades casi exactas -pero no-, y quiero tocarme pero mi alma no tiene tacto, solo vista y olfato. Me respiro y quiero alcanzarme el cuello y vuelvo a recordar que no tengo dedos, y entonces quiero comerme con los ojos...

...y entonces llega un silencio, donde mi cuerpo tiene los oídos alertas y trata de escucharme arriba, aún colgada de la trenza que me tejí en la mañana...

y cuerpo y alma empezamos a quedarnos quietas, inmóviles, absortas una en cuerpo y otra en espíritu, sin movernos, solo sientiéndonos, buscándonos estáticamente, pausadamente, rítmicamente.

La del cuerpo siente el mareo del mar de fondo que nadó el fin de semana, la del alma, ella no siente nada aparentemente, pero no importa, no tiene que sentir, con solo asirse a la trenza es suficiente, solo flota sin sentido y disfruta esa expansión que no sabe cuánto mide pero que debe pesar unos 6 gramos de aire que la del cuerpo respira con olor a algas.

La del alma suspira lentamente haciéndose aún mas larga, como lo largo que puede ser un sueño justo antes de despertar cualquier amanecer, y la del cuerpo abre las manos para cerrarlas enseguida atrapando una piedra lisa y gris en la diestra y con un caracol blanco con manchas rosadas en la siniestra, aferrándose a la inmaterialidad de esos dos seres inertes que le ponen los dos pies sobre la tierra.

y entonces la del cuerpo pone las manos en la trenza y la del alma se le mete de nuevo al cuerpo

Y así acabó un segundo de mi vida, que parecío toda una vida

Sirena de piedra


jueves, 24 de marzo de 2016

Eli

Eli se murió hace dos semanas, de esas muertes inexplicables: 24 años, deportista, interesada por las causas perdidas, los animales indefensos y el vegetarianismo.
Un día, llegó a Tulúm, en su cabaña había un zorro, le rasguñó la cara y de paso le sembró rabia. No hubo nada que hacer, no hubo vacuna pero si un coma inducido del que no despertó  semanas después.

Y mientras me platicaban la historia de Eli, pensaba que justo ayer contigo hablaba de la muerte. Tu decías que yo te iba a enterrar, yo te decía que no, que no soporto la idea de los tres metros bajo tierra aunque esté muerta y tu muerto. El solo pensarlo me abruma y me pone claustrofóbica. Me pone mal. Tal como me has puesto estos días.

En un lugar en Acapulco, en el fondo de alguna bahía de ese mar, está la Vírgen de Guadalupe. Mi amigo Luis, que es cura y además Monseñor me dijo que las autoridades ya prohibieron que la gente vaya y le eche a la Virgencita las cenizas de sus muertos.  Resulta que ya hay muchos muertos nadado en ese lugar, y que los muertos, aunque hayan ya cumplido esa parte de "polvo eres y en polvo te convertirás"  y pienses que son orgánicos y biodegradables, contaminan los mares.

Quién lo iba a decir.

Y entonces me platicó una de las ideas mas locas que he escuchado: que quieren hacer un acuario con urnas dentro del mar donde van a copiar a la Virgencita para que la gente ponga a sus muertitos allí.
Y me dijo Luis: "la gente necesita tener ese sentido de permanencia, de trascendencia, de pertenencia", lo que traducí como que tus muertos sepan que los vas a ir a ver a un lugar, que tus nietos aunque no los visiten nunca sepan que están allí, que sepan los muertos y sus vivos que van a tener ciertas coordenadas específicas y eternas en un pedazo de mar, o de tierra, o de aire.

Y yo pensaba que cuando me muriera quería que me pusieran en el mar. Que me aventaran. Y tu pensabas que querías estar con tus hijos en ese cuadrito de cemento en esa iglesiota. Y después te dije que me daba igual, que yo te iba a aventar en la Playa Balandra, a lo que me contestaste que nada de aventar...que se decía "depositar".

El punto de trascendencia de esta historia, es que el otro día me mataste viva, estaba muy feliz contandole historias a Merlina y a Molly Bloom cuando me llegaste por la espalda, sin previo aviso, y no fué para abrazarme como muchas veces lo haces: que pasas tus manos por encima de mi ombligo y pones la boca en mi cuello dándome unos besos que acaban en mordiditas mientras me abrazas fuertísimo.

No.

Llegaste por detrás, como cuando estoy lavando los trastes a veces, y sacaste del escurridor el cuchillo azul, ese que tiene una funda muy moderna y me metiste la punta por el ombligo, ahi donde estaba conectada a mi mamá antes de nacer, metiste la punta muy rápido, y la desviaste hacia el higado y después hacia el corazón.

A mi, ni tiempo me dió de quitarme la sonrisa que me había salido porque pensaba que de ese abrazo  seguramente acabarías haciéndome el amor.  Se me quedó congelada la sonrisa, que después se me convirtió en carcajada cuando me acordé que querías que a tu velorio fuera vestida de negro de pies a cabeza, con medias de encaje y tacones de aguja, las uñas pintadas de rojo y el escote tan escandaloso como se pudiera dentro del recato de tu velorio.

Pero esa carcajada me dolía, me sigue doliendo, me duele a mitad de la panza desde donde me salió la risa, me duele atras del costillar, me duele en el plexo solar, y me ha tenido en insomnio absoluto por dos noches.

La piel se me emepezó a transparentar, y seguramente por eso me viste mas pecas de las que tengo, el cuello se me está descamando como sirena fuera del agua, el ombligo se me abrió y de forma inútil quiero conectarlo a mi mamá de nuevo para que me abrace y me consuele como lo ha hecho siempre.

Este dolor es como las rosas rojas que me regalaste y que puse en el florero de mi semanario, que llevan una semana ahí chupándose el agua del florero de cristal cortado que me regaló mi mamá un día, nomás porque si. Este dolor quiere chupar el agua del florero, evaporarla y condensarla de nuevo de tanto que llora, se rehusa a morir recien estrenada esta Primavera que tiene las hojas marchitas y oxidadas.

Este dolor me está matando, porque la cuchillada me la diste sin la menor provocación, en el mejor momento de nuestras vidas.


Rosas muertas

miércoles, 21 de mayo de 2014

Atada

Durante días he tratado de encontrar el punto común entre la realidad alucinante de mis días y la imaginación desbordada que me ataca por las noches disfrazada de sueños inútiles donde los protagonistas nunca llegan a firmar contratos o a hacer juramentos de sangre o promesas de boy scouts.

Nadé el Mar de Cortés con ropa que no me pesaba: un saco azul, pantalones beige y blusa azul cielo. Me aventé al mar sin temor alguno, sabiendo que podría nadar kilómetros porque aparecías nadando a mi lado. Incluso traía colgada a la espalda la back pack que usé el fin de semana con la manzana que no comí, con plumines de Office Max, con un bloqueador solar y una cachucha. 

Lo que me pesaba eran los pies, se hundían. Tenía puestos mis tenis adidas adizero rosa fuerte, que no pesan nada, pero el asunto no era la ropa, ni la back pack. El punto era que las rodillas se me venían abajo, -pese a todo no me hundía-, podía seguir nadando, por horas, lo sabía, te veía a cada brazada nadando perfecta y agilmente a mi lado, y te alcanzaba con todo el equipaje que traía -traigo- encima de mi...con todo y las piernas inutilizadas.

Antenoche me hablan de un nuevo cuadro en mi vida, que me vienen a pintar sin que haya pedido. Me ponen el caballete frente y me dan los pormenores de mis próximos meses con pincelazos absurdos, abstractos.
Y me quedo callada, tratando de escapar hacia mis sueños, hacia mi plan de vida, el que me hice hace muchos meses.  Asiento con la cabeza, con lágrimas rodandome saladas e hirvientes por la cara. Con una punzada terrible en el corazón que me abarca todo el cuerpo, y siento que alguien me abrocha grilletes a los pies.

No puedo caminar mis pasos más. Tengo que caminar los del destino que me pusieron hace dos noches. Los tengo que caminar sola. Las lágrimas se me secan en el día pero las lloro en las noches, la fuerza la tengo extinta en el alma. La sonrisa se me heló, los dedos y brazos se me entumieron como las pocas veces que me he asustado en la vida.

Y entonces até cabos, uní los puntos de mis historias, de mis palabras, de mis respiros.

El sueño era el futuro.

Me pesan tanto los pies por los grilletes que me ataron antenoche.

Grilletes

viernes, 14 de febrero de 2014

Una lágrima

Hace mil y una noches, dejé mi cuerpo hecho un ovillo junto al tuyo y mi fantasma se desdobló en un vuelo lento y suave al sillón de tu estudio.  Me senté en el love seat con las piernas, etéreas, dobladas debajo de mi y mi cara viendo hacia el sillón donde te sientas algunas veces, donde me leías, desde donde me hablabas, desde donde nos mirábamos, solo que estaba vacío de ti porque estabas ocupado en la cama abrazándonos y entonces yo no tenía con quien hablar, así que dí la vuelta viendo el piano, tu computadora, el atril, los cientos de libros y miles de discos, hasta que tus violines me sonrieron.

Me levanté apenas poniendo esfuerzo en un vuelo que me llevó a mirarlos bien de cerca, -tal como quise hacerlo siempre que estuve allí, pero me imponía tu presencia como dueño de ambos y conocedor de cada milímetro de esas maderas por encima de mi ignorancia ante esos temas-, y entonces me acerqué aún más, y me encontré respirando tan cerca de ellos que mis pestañas acariciaban las cuerdas y mi aliento hacía vahos sobre sus barnices mientras mi boca apenas tocaba la curva del oído de uno de ellos. La punta de mi lengua quiso saborear sus volutas y así descubrí la esencia de tus dedos impregnada por todas las veces que las has tocado.

Los estudié descaradamente hasta que me atreví a acariciarlos con las puntas de los dedos y en un segundo ya los tenía fuera de su estuche, sentandome en el suelo en flor de loto con ellos en mis muslos.  Los arcos no se quedaron atrás: estaban tejiendome en el pelo un chongo oriental, como esos que se hacen las geishas con palitos lacados, pero también aprovechaban para deslizarse en la curva de mi espalda, con sus crines tan tensas contra mis vértebras tan inasibles.

Con solo tocarlos y dejar que me tocaran, me aprendí sus historias. Por separado me contaban su versión de tu historia. Yo cerré los ojos y me dejé llevar sin pensar porque decidieron darme un concierto tocado por tus manos en muchas épocas de tu vida. De todas tus vidas.

Ellos eran todas tus mujeres, ellos eran una lágrima hecha madera. Una sola. Una lágrima que nunca lloras porque aunque nunca me lo has dicho, sé que no entra en tu partitura de vida derramar lágrimas ni de alegría ni de tristeza.  Eran tu infancia robada, eran tu alegría al ser padre, eran tu lucha contra ellos mismos y tu placer en ellos cada vez que rasgas sus cuerdas, cada vez que entran en ese espacio cóncavo-convexo de la suavidad dulce de tu cuello y de su fuerte barriga de madera. Eran un trozo de arce que recorrió caminos fríos en su concepción, líneas de vida de manos de mujeres que los labraron, porque curiosamente, -cosa que no sabes tu pero que a mi me confesaron-, fueron lauderas quienes los concibieron. Eran diosas y mujeres que con dedos prestos injertaban un alma en tu música desde entonces. Eran mujeres felices, que reían todo el tiempo mientras tallaban partituras y cantaban las notas que arrancarías en cuerdas de oro en esos violines. Eran mujeres melancolicas de tu música por anticipado. Admiradoras tuyas antes que nacieras, -y no se equivocaron-.

Recorrieron caminos tropicales después para llegar a tus hábiles manos, esas que acariciaban mi cuerpo en ese momento al otro lado del apartamento. Te acompañan cada noche, invisibles y con olor a jazmines, al quedarte dormido y durante esa duermevela donde sientes que los tocas aún.  Intentan dormir cada luna cuando lo único que quieren es arrancarte sonrisas mudas, silencios alegres y carcajadas furiosas y exaltadas.

Te miman, te seducen, te halagan, solo desean como ninfómanas de ti que tus manos les recorran, que tus ojos les miren, que tu deseo se apodere de sus cuerdas hasta hacerlas llegar a ese climax profundo e inerte que desvela a todas las almas.

Me contaron que son una sola lagrima.

-La que soltó tu madre cuando te parió, la que te lloró tu hija un día con aquella discusión inútil, la que lloró tu primera esposa cuando cortó la vida que le nacía, la que lloró tu abuela cuando vió tus ojos de color tan perfecto, la de varias enamoradas que se quedaron sin tus querencias, y la útima, la que te lloré hace unos días extrañando tus historias y por sabernos perdidos en los mares de Cortés, alejados de nuestro pasado, tan cercano como hoy, tan lejano como mañana donde no estaremos, -donde  quisimos estar-.

Y abriendo los ojos mientras me salía una sola lágrima que cayó sobre el violín de Porfirio Díaz, los guardé cuidadosamente en su estuche de nuevo, y regresé a la cama contigo, y pasaste la pierna por mis caderas, en ese abrazo que tanto me gusta, y dormí, por primera vez, y tu, dormiste por primera vez, y me perdonaste lo imperdonable, y te quise más, mientras escuchaba como tocabas en tus violines el día de mañana la música mas hermosa que nadie ha escuchado jamás.

Ni siquiera Henryk Szeryng.


Los violines de Cristobal



miércoles, 12 de febrero de 2014

Fray Angelico

Hoy me vestí de negro, me enfundé las piernas con medias negras, tacones altos de aguja, me colgué una cruz de plata de filigrana al cuello, y me encaminé a la Catedral.

Me colgaba del antebrazo una pequeña bolsa cuadrada de piel, y me dí cuenta que me había puesto unos delgados guantes negros debajo de mi enorme anillo de amatista. Lentes oscuros ray-ban enmarcaban mis ojos apenas maquillados y me puse en la cabeza la mantilla de mi abuela al entrar a misa de doce.

Era la misa del Beato Angelico, el Fraile de los Artistas, el Mago del Arte, el Semidios de lo que medio hacemos para vivir.  Murmuré alguna oración olvidada mientras hacía una breve genuflexión ante los capiteles y bóvedas que se erguían frente a mi y me besé el pulgar cruzado con el índice con los labios pintados de rojo fuego entreabiertos.

Me senté cruzando las piernas sin perder de vista el péndulo que hace las veces de nivel en medio del pasillo de la nave principal mientras escuchaba al Padre Hernández Schäfler dictar un sermón a los artistas y pedía inspiración divina para seguir creando arte en todas sus modalidades con la vaga promesa de hacerlo sacro y de refilón poder obtener la gracia de entrar en las puertas de algún paraíso inimaginable.

Yo solo veía el pendulo en forma de lápiz gordo y pesado y deseaba descruzar las piernas de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Mis murmullos cantaban a las ballenas del Mar de Cortés oraciones entrecortadas y totalmente paganas y mi cara era tan angelical que el Padre Schäfler estaba a punto de firmarme en blanco un pase directo a formar un Cuarteto con la Santísima Trinidad.

Nos bendijeron a todos por igual, sin darse cuenta que a mi no me llegó ni una gota de agua bendita porque mis tacones ya se largaban a la Sala Capitular, con una música marcando el ritmo de mis pasos.  Y era el Whale Rising Spirit que me tocaba desde el piso y se me subía por las piernas, y se me metía al cuerpo como tu lo hiciste, y me trastocaba la epidermis, -hasta que tomé una copa de Blanco Casa Madero y brindé con el Padre Juan y hablábamos de arte, sacro y profano, rodeados de cuadros pintados con caras angelicales de cardenales, con casilleros de madera marcados con dymos con los nombres de los curas que ofician en Catedral, y así me bebí varios mililitros de Chardonnay, hasta que las ballenas me instaron a salir jalándome de la mantilla de mi abuela que ahora se me resbalaba por los hombros desnudos, y casi sin despedirme, sin mirar atrás, encaminé mis pasos al Zócalo, donde te dije:

"Cristobal, he elegido quedarme con la Sinfonía de Nuestras Ballenas en nuestro reparto de bienes. Debo decirte que ayer las escuche en youtube por horas y horas, que las pedí por Amazon hasta Japón y me llegarán en 21 días",

y claramente, desde el Palacio de Medicina, o desde Arcos de Belén, me respondiste que sí podía quedármelas.

Me puse de nuevo los lentes de sol, subí al coche, y viajé de regreso marcando en mi globo terráqueo por visitado el Perito Moreno junto contigo ese día que vimos los álbumes de fotos de tu historia.


Mi Perito Moreno



miércoles, 4 de diciembre de 2013

Las letras de tu nombre

Me trato de curar el enojo remojándolo en una botella de agua Bonafont que tengo al lado, todo para darme cuenta que necesita unas cuantas gotas de vodka o de gin para alcoholizarme en una nube entumida de frustraciones y abrumaciones que se ponen sobre mi de color negra, negrísima, con tintes violeta y morado, con rayos y truenos ensordecedores, que atrapan mi cerebro y lo engatuzan en enredos amorfos que se me meten por las fosas nasales al respirar.

Y todo empezó anoche, cuando me quise pelear con el primero que se me topara en frente, y como no resultó, aventé el plato que tenía dos brocolis, seis fusillis integrales y media rebanada de pechuga de pavo rota en pedacitos aderezado con aceite de oliva extra vírgen y sal perfumada con pimientas de colores.

Y como no resultó que el plato se haya roto dramaticamente como en una escena de película, porque en realidad solo fué un tímido empujón malhumorado, me fuí masticando dos o tres fusillis furiosa a la cama, me metí a las sábanas y seguí masticando, porque la pasta, cuando es integral, tardas tres veces mas en masticarla y tragarla...

Decidí que como no andaba de buenas, no me cepillaría los dientes con la nueva pasta "Tom's from Maine" que compré, que es orgánica y sabe muy rico, que por una noche que no la usara, no me saldrían caries. Y seguía masticando, y se me escurrían lágrimas calientes por los ojos, tan calientes que me quemaban los cachetes, pero como una vez mas, no resultaba el enojo ni las lágrimas, y porque no veía a nadie alrededor que pudiera ser receptor de palabrotas (había cerrado la puerta con un azotón y ni Merlina había alcanzado a entrar detrás de mi), decidí dejar de llorar un poco y tragarme el fusilli masticado.

Apagué la luz, me tapé bien porque había leído en algún momento que la "Comisión Nacional del Agua" pronosticaba temperaturas muy frías por la noche, y me sentí confundida pensando por qué no lo había pronosticado el Meteorológico Nacional. No me cuadraba pero estaba segura haberlo leído, y sentía el Frente Frío Número 16 colándose por las ventanas

No resultaba nada.

Me destapé y salí volando a regañar a mi hijo, regañarlo con palabras atropelladas, con el dedo índice moviéndose violentamente de arriba a abajo, señalandolo y queriéndo dispararle algo que le entrara en la razón de los sentidos de un adolescente con una madre histérica, y me sentí ridícula gritoneando palabras sin sentido a un hijo que mide casi treinta centímetros mas que yo....-debo confesar que me salí del cuerpo un momento para verme de fuera, y mi otro yo se moría de risa ante esa escena tan ridícula-, y así como empecé la gritoniza, que estaba compuesta de gritos emputados de principio a fin, así la terminé, para regresar ya no tan violentamente a la cama, con mi pijama de Hello Kitty, y dejar la puerta un poquito abierta, para ver si alguien entraba en algún momento de la noche a abrazarme...

Pero las cosas no pueden resultar así.

No recuerdo, -en verdad-, la última vez que me haya ido a dormir tan estupidamente enojada con todos, y como tal, pasé la noche, entre sueños alucinados y malhumorados que no me dejaban en paz...

Si recuerdo, cuando desperté, que apagué la alarma, decidí que no quería despertar, que no quería echar a andar el día, que no quería poner los pies sobre la duela del piso, pero tenía que hacerlo, y traté de formular las dos primeras palabras que pronuncio siempre para despertar a mi hijo...

Y no podía recordar su nombre, ni pronunciarlo, ni sacar una sola vocal de mi voz...

Tenía el nombre de mi hijo en la punta de la lengua, pero no lo podía recordar, y empecé a desesperar, y a sentir que me moría un poco...

Hasta que decidí que no podía morir enojada porque me olvidaría hasta de mi nombre...

Y grité su nombre que me salió de las entrañas.

Y brinqué de la cama para poner la cafetera y echar a andar un día en el que me aterraba olvidarme hasta de quien soy.

Fusilli integral con brotes de brócoli al dente

martes, 19 de noviembre de 2013

Inventario

Quise abrir un Excel para inventariarme los recuerdos, pero sabes que siempre he sido mala con eso, nunca entiendo las fórmulas y las sumatorias las hago con los diez dedos, cuando se me complica sacó la calculadora, pero ahora tengo el corazón dividido en celdas de un documento nuevo y las escribo en bold y con itálicas.

Hoy no hacen falta sumatorias, sólo anotaré pocas cosas, tengo que elegir de manera práctica e inteligente porque sí no me ahogaré en la sal de mis ojos así que cada celda la lleno con una sonrisa, la remarco con amarillos fluorescentes o con rojos carmín. 

Anoté la pluma ecológica que me regalaste, resté las cinco canas que me arrancaste. Multipliqué las células de la piel de tu espalda que electriza la yema de mis dedos, me cosí a los ojos visiones de ese té negro que pediste ese día y que recordamos hace un rato junto con el paisaje de esa carretera que nos deshizo la realidad por un momento.

Me tapé los pies helados y el movimiento de la cobija sacó tu olor de los recuerdos que me llegaron desde la puerta abierta siempre para ti.

¿Sabes lo que daría por poder enfrascar ese olor tan tuyo? Tal vez dejaría de viajar o de pensar en el mar si pudiera ponerle precio...o ver los partidos de tu equipo favorito...o dejar de comer chocolates, todo eso, si ese olor pudiera encerrarse por siempre. No cabría en el Excel, porque me desbordaría como lo haces siempre desde tu silencio que siempre me observa, que calla y voltea a la derecha, o que se tapa con ese comentario tan tuyo que siempre me hace reír.

Anoto en el inventario a ese gato blanco perdido que querías me llevara y le dejó la consigna a esa esquina, la del gato blanco, para que siempre que pases por allí, me pienses y siempre te acuerdes que al día siguiente regresé a buscarlo y no estaba: tu diciendo que  lo habían atropellado y yo que había encontrado su casa de nuevo.  Te pondré en un sobré  las cinco canas y te las mandaré con un timbre bien mojado con mi lengua, lenta y eróticamente, por correo para que me cosas aún más a ti, para que cada amanecer tengas que sacudirme del sueño con un millón de besos. También te dejaré metros cúbicos de agua de alguna alberca que lleve agua de azahar en vez de cloro y a cada brazada que des, quieras abrazarme desesperadamente y sin remedio dudando si alguna vez nos inventamos de tan perfecto nuestro amor.

Yo, me guardó el aire de tu olor, no en frasquitó, me lo guardo aquí junto, para que cada noche que quiera abrazarte, ese aire dibuje la forma de tu espalda perfecta y profundamente dormida, tal como mereces dormir, tal como lo hagas ahora que ya no nos despertaremos a las seis de la mañana religiosamente todos los días.

Me quedo con el seis y el nueve, que si los pones de cierta forma, hacen un infinito perfecto...

...pero ahora que lo pienso...

Dime para que hago un inventario, si más bien esto es un testamento.

Me mataste y te maté...ya no tenemos más que ese aire que no se puede embotellar que alguna vez hace unas horas, respiramos juntos, mientras nos soplábamos un último aliento en ese beso tan lento y tan lleno de ti y de mi, con nuestras lenguas tan ardientes, asesinándose para no vivir más sin vivir juntos.






Aire en nuestras aguas

sábado, 9 de noviembre de 2013

Lorenzo y Patricia

Y de repente, sin aviso, me llegó a la mente.

Era un recuerdo ya vivido. Era un silencio que me remontó a casa de mis abuelos algún fin de semana que tal vez me quedé a dormir. Era ese silencio que no es callado...donde se escucha el ruido de los coches en la avenida, donde llegaban los ruidos de la cocina donde Doña Mela seguramente preparaba lo que me gustaba: tortitas de papa, arroz blanco con verduras y pollo en pipian, oía el crujir de las escaleras, lento, en el que mi abuela con su torpeza post embolia subía arrastrando un pie y la punta del zapato siempre pegaba con el siguiente escalón y tenía que hacer un breve esfuerzo para levantarlo y así, hasta terminar toda la escalera que subí y bajé corriendo y brincando tantos años, hasta que mi abuelo murió y vendieron la casa.

Y la vendieron con ese silencio que hoy escuché, y sentí una nostalgia que me hizo abrir los ojos como platos y tratar de seguir con la clase, viendo al ventanal con el gran jardín de Lorena, lleno de luz de esta mañana tan otoñal, y con un silencio tan igual al de mis abuelos. La voz de Lorena la escuchaba lejana, y mis ojos seguían en su jardín, -manos a los lados, muslos fuertes, rodillas para arriba, estiren laterales, inhalen, y al exhalar salgan de la postura-, me sé ya de memoria su tono de voz y adivino con sus espacios entre palabras lo que sigue, y cuando me di cuenta no estaba haciendo nada de lo que ella decía. Estaba con las manos en los muslos, flor de loto, tratando de oler el recuerdo en casa de mis abuelos. La biblioteca que olía a ellos, perfumados con los libros de las paredes...de piso a techo..., con todos los adornos que teníamos prohibido tocar, con la alfombra y la tele de bulbos, con el teléfono de disco, con la máquina de escribir de mi abuela, donde me manché tantas veces los dedos de negro y rojo con la cinta Pelikan que olía tan rico.

Y ellos me parecieron más vivos que muertos.

Nunca se casaron, nunca se divorciaron de sus parejas anteriores. Siempre nos dijeron que esa foto, tamaño postal, enmarcada y descansando sobre uno de los libreros habías sido tomada el día que se casaron en la iglesia de La Profesa. Pero eso era mentira y no lo supe hasta que murieron los dos. Tal vez se las tomaron en una calle del centro, relativamente cerca a La Profesa y eso bastaba para que la mentira no fuera tan grande.

Y entonces sentí,  que pesé a todos los recuerdos absurdos, a que dormían en camas separadas, a que mi abuela dejó a la hija que tuvo con el italiano antes de mi abuelo, y que nunca volvió a ver, pese a que a mi abuelo se le murieron los dos primeros hijos que tuvo con Eva, la que no era mi abuela, pese a que no se hablaban con la hija más pequeña que los dos tuvieron juntos, a que mi abuelo no comía gelatina verde porque decía que parecía veneno para ratas, a que mi abuela cojeaba y mal caminaba pero era más que guapa, pese a todo, sé que fueron felices, y que se atrevieron a romper el esquema que la vida les había pintado sin importar haber creado una gran mentira que estaba enmarcada en el librero de esa biblioteca que hoy vi a la mitad de mi clase de yoga.

Namaste, abuelos queridos.

Mantilla de mi abuela, y su misal, hecho.por su único hijo: mi papá.