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martes, 13 de noviembre de 2012

Seda color lila

Días atrás Brígida se encontró sentada en la orilla del sillón viendo hacia la ventana. Los coches pasaban y ella los observaba detenida en el tiempo...es decir, el tiempo corría fuera de la ventana, pero dentro, nada. Ni un segundo se marcaba en el reloj de la cocina. La música se quedó detenida en un lá descompuesto. El aire se paralizó. Eso no significaba que ella no pudiera moverse...sus dedos se crispaban en el vestido que tenía puesto...los pies con sandalias tamborileaban el piso al ritmo de una música totalmente nueva y absurda.

El sol entraba de frente aunque no se veía. Merlina atacaba detrás del vidrio inútilmente a un pájaro que sólo tenía por objetivo burlarse de ella. Ella lo sabía pero no le importaba.

 Las dos solas se entretenían cada cual con su misión detrás de la ventana.

Nada llamaba la atención de ese momento. Todo era normalidad plana y aburrida, y en un instante, algo se rompió. Brígida se dió cuenta que el segundero volvía a escucharse desde la cocina, el aire se respiraba con olor a violetas, y sus manos soltaron la seda lila del vestido.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta cómo estaba vestida. Estaba segura de nunca haber comprado un vestido de seda lila. Largo, suave, -todo un maxidress-, fino y caro, sin mangas, escotado, un cinturón delgado de piel igual de suave...las sandalias si las recordaba, doradas, sin tacón, con falsa pedrería...

La duda ahora estaba en la fragilidad inexistente del momento. Ese momento en el que no sabía sí estaba en medio de un sueño, o si estaba muerta y visitando ese lugar que tanto le gustaba, o si era un deja-vú barato y cínico que jugaba con la realidad cuando brincó con sobresalto y con un gritito cursi que le salió del alma. Las manos le dolían por la fuerza con la que nosupocuantotiempo había apretado la seda. Abrió ampliamente los dedos medio acartonados y colocó la mano izquierda debajo de su garganta, la fue bajando por el pecho y el abdomen para detenerla a la altura del pubis en una especie de comprobación igual de discreta que alucinada que sólo vería Merlina, para saber si el corazón le latía.

Y si latía. Con cierta lentitud, al menos así lo parecía.

-Y los días siguen pasando,

y hoy, en este momento, Brígida siente pasar el tiempo, escucha la cadencia del paso de los coches por la ventana, viste de jeans, blusa verde militar y poncho color vino. Usa calcetines cafés con flores de colores y se suelta el pelo donde se le empiezan a colorear canas a la altura de las sienes. Se le han profundizado en unos segundos lentos, marcados por el reloj de la cocina, dos arrugas al lado de cada ojo, le entra de repente el frío otoñal que parece que se ha arrancado las hojas salvajemente para copular con el invierno a la menor distracción, y por primera vez, en mucho tiempo, cree tener la certeza de estar en medio de la paz de la Selva, desnuda, sola, nadando en ese manantial, viendo una perfecta luna llena-.
Merlina y la ventana