Mis favoritos

domingo, 29 de agosto de 2010

La Epidural

Domingo acurrucado.

Todo en paz, todo en tranquilidad, casi en silencio.

Nos sentamos en el sillón anaranjado a ver una serie inglesa. Éste humor inglés que nos hace reír y me encanta oir en carcajadas de mi pequeño que ya no tiene nada de pequeño.

En un momento, me acurruco sobre el lado derecho, sobre un cojín y me quedo profundamente dormida.
Estoy consciente que mis piernas están sobre algo elevado, y en cierto momento el pequeño me tapa con una cobija y baja el volúmen de sus risas y de la serie inglesa actuada por un irlandés.

Sueño con la epidural.

Recuerdo en sueños el segundo parto que fué extremadamente doloroso en un solo punto, tal vez del tamaño de la huella digital de mi dedo meñique, pero era desproporcionalmente intenso al tamaño de su superficie.
Me dolía tanto que no podía gritar, simplemente quejarme amargosamente.

Luis, mi adorado Luis, llegó en ese momento, en el que le decía, -ya no puedo con el dolor, Luis-...y entonces él me dijo -está a punto de nacer, es un dolor/reflejo-, me lo dijo con esa mirada tan dulce que extraño muchas veces...
A los poquísimos años murió Luis.
Puedo asegurar que el último niño que recibió fué el que me nació ese día...

La enfermera llegó y me dijo: -ya no puedo ponerte mas anestesia-.
No mas epi.
Y recordé en ese sueño encorvado y acurrucado la posición para la epi:
De lado, posición fetal, con una panza descomunal, abrazando las rodillas -intentando mas bien-, mientras te dicen: -no respires, no te muevas, no abras los ojos siquiera-.

Y ese pavor contenido, que si llegaba a moverme, sin importar si en ese momento llegaba una contracción, podía fallar la aguja y quedarme sin caminar el resto de mis días...

Decidí entonces, ya medio despierta, que lo mejor sería pasar a una posición más cómoda y me fuí a la cama.

Solo que ya no pude dormir mas.

Y como la mente nunca tiene sueños sin razón, recordé la plática con la Sirena al medio día.

Alguien que conoce, sumamente cercana a ella está esperando un bebé inesperado.
Ella tiene casi mi edad. El tiene 56 años.
Ella va a tener otra epiduiral en unos siete meses.

Yo.
Yo no quiero otra epidural.

martes, 24 de agosto de 2010

Como una resaca

Los últimos días...
He perdido la cuenta de cuántos.
Eso es lo único que tengo claro. Más no sé.

Sé que conozco una paz que me sorprende.
Que a veces se asemeja a una resaca.
A una resaca en el Pacífico.

Parece como si estuviera sentada en la playa, en Pie de la Cuesta, y el mar comenzara a alejarse...
No sé porque lo imagino así.
Porqué lo siento así.
Solo sé que me gusta.

Solo sé que es tan embriagadoramente feliz que lloro con y sin lágrimas.

Porque me doy cuenta que cuando mas débil me sentía, fué precisamente cuando más fuerte fuí.
Cuando perdí el camino, estaba caminando en él.
Cuando sentí que me caía, estaba caminando mas erguida que nunca.
Cuando parecía que el Druida se me clavaba en las entrañas, ya lo había sacado sin haberme dado cuenta.

Y hoy, cuando el Haijin me dijo una frase de la Princesa..."eso te hará mas feliz..."
Esas simples palabras se me atoraron cómodamente entre las auroras boreales.
Me las apropié, así como otras que también dijo: "La historia nos escribe a nosotros"

Lo único importante en ésta vida, es gastar los segundos siendo feliz.
Hacer que la historia nos escriba a nosotros de ésta forma...

Y cuando dan ganas de llorar por ese motivo, cuentan dobles esos segundos.

Y cuando haces origami con las manos, cuentan triples.

Y cuando una libélula aparece en tu cielo, cuentan cuádruples.

Y cuando se dé ese abrazo, cuando llegue el momento...entonces ese momento convierte los segundos en un ocho en horizontal...

(si, en un infinito...profundo, permanente, eterno, etéreo y con lágrimas de felicidad que viajan en cometa)

lunes, 16 de agosto de 2010

Cuarto creciente de verano

Hace meses no veía la luna.
Hace meses no le pedía deseos.
Pero el sábado se me apareció en medio de la calle saliendo del cine que es como mejor se ha visto siempre. Majestuosa.
Y me dijo no te he olvidado, no me olvides tu...

Y la razón de los no deseos era simple.
No quería desear nada.

Quería encontrar la calma después de la tormenta. Ese era un deseo, pero no lo formulé. No lo escribí en papel de china, no lo doblé en cuatro, no lo besé con todas mis ganas antes de quemarlo. No lo puse en la tierra de la orquidea que quiere renacer y no puede.

Ahora entiendo esto de la paz.

Había tres caminos a tomar: el de la izquierda-corazón, el de la derecha-razón y el del centro-aparente.

Quise dar pasos por los caminos laterales y no pude.
Cuando traté de respirar, calmarme y pensar y sentir por enésima ocasión  dí el primer paso por el camino del centro.

Estaba muy ocupada dando el primer paso.
Cuando cayó de lleno la planta de mi pie izquierdo, sentí.
Sentí que el camino era arena de mar, pasto de Cuernavaca, hojas húmedas de la selva, concreto de mi calle y madera aparente del piso de mi recámara.

Comencé a ver.
Ví sietes y nueves. Vi libélulas. Vi palabras esdrújulas. Sentí besos y caricias.
La Osa Mayor era una osa de verdad que me abrazó la pierna derecha y se plasmó entre lunares como un tatuaje.
Levanté una pieza de origami hecha en un papel tan sedoso que mis manos no quiseron soltar.
Escuchaba un si arrastrado de alguien con voz grave.
Sentí una mirada en la nuca que me abrazaba al mismo tiempo que me abrasaba.
Alguien me puso un broche púrpura en el pelo.
Mis respiraciones oscilaron entre las nueve y las trece, pero en ocasiones alcanzaron las cincuenta y cuatro.
Y en eso, me abrazaron por la espalda mientras me susurraban un haiku eterno y silbante.

Este camino.
Tiene espirales oscilantes.
Tiene olor a tabaco y a historias.
Mías.
Historias vivientes.
Suyas.
Historias reales.
Nuestras.

sábado, 14 de agosto de 2010

Después

Después de una semana de no dormir en mi cama, porque tuve que aceptar ayuda de terceros para vivir con su mano a mi alcance, regreso a mi casa en una forma extraña.

El olor es el mismo que la primera vez que entré allí, pero no me había pegado de lleno como hace unas horas. Tuve que sentarme en la banca de madera que hace unas semanas cambié de lugar porque me entró el olor por todos los poros y me dió en el costado izquierdo y en el cerebelo.

Pensé siete cosas pero sentí nueve mientras pasaron catorce minutos.

Cuando conté nuevamente trece respiraciones por minuto que acompasaron mis piensos con mis sientos y los pasos que daría, me levanté para entrar en la cocina llena de sol. Llena de blancura y llena de silencio.

Pero el silencio me hablaba. Me susurraba en el lóbulo derecho todo lo que esos colores y sonidos mudos habían hecho en mi ausencia. Me contaron las prisas de los vecinos. Me contaron que los niños habían dejado un vaso en mi librero con restos de leche que ya estaban fosilizados en el vidrio transparentísimo. Me dijeron que las lluvias habían respetado el sillón por la ventana que dejé ligeramente abierta.

Me dijeron que mis pasos no habían sonado y los vecinos de abajo se habían preguntado qué había pasado, que no era un silencio como el de vacaciones en el que le aviso a la del veintidós que me iré por unos días.
No hubo juegos de Merlina.

El olor seguía.
Ya no sé si ese olor huele a recuerdo o huele a mi.

La manga de la blusa rosa se me cayó a medio brazo y se me enfrió el hombro. La subí después de unos segundos mientras veía los animales de barro verde que están sobre el microondas blanco.
La subí maquinalmente, pensando que no podía tener frío a esa hora y con ese sol entrando por las ventilas.

Y cuando llegué a mi recámara me atrapó el olor a madera que huele a independencia y a cama-de-reina-vírgen.

Y me acosté en ella, y ví el lado izquierdo perfectamente tendido con flores azules y grises y lilas.

Y supe que allí habías estado anoche esperándome, pero yo no llegué.

Simplemente, te sentí allí.

Con todo ese silencio a nuestro lado con un mar Atlántico en medio.

domingo, 8 de agosto de 2010

El accidente

Brígida ve los aparatos encima de ella, el techo blanco y las cortinas azules.  Nunca ha estado en una habitación como ésta.
De hecho no es una habitación, es un cubículo, un espacio, un cuarto en un frío hospital.
Su mente, que por hoy no es de Diosa, tiene trabajo para procesar lo ocurrido.
Hoy, por ejemplo, recordó el camión rojo frente a ellas que parecía alcanzarían pero no llegaron a tocar.
Ella y la Viuda de Clicot iban vestidas para matar: medias de red una,  botas negras con tacón de aguja la otra. Negro de pies a cabeza la Viuda. Dorado y negro la otra.


Todo iba bien hasta que llegaron al kilómetro treinta y nueve.
Treinta y nueve es un número en espiral, pero ellas no sabían que esa espiral estaba llena de lluvia, aceite, torretas y pedazos de coches.
Treinta y nueve, los mismos años que la hermana de Brígida cumplía ese día siete.
Tampoco pudieron haber sabido, porque la Gitana está de vacaciones y no les leyó el Tarot ésta semana,  que a su lado, detrás de ellas, frente a ellas y a los lados hubo quienes sangraron y perdieron el conocimiento.
Ellas no sangraron, una sola gota.

La que tiene nombre de Paz, que también las acompañaba,  parecía que estaba y que no estaba.
Parecía un hada en medio de ese bosque donde volaba daba tumbos entre las luces rojas y azules. Curaba al padre que estaba sentado desconsolado, tocándole la cabeza para calmarlo, hablando con todos, pero manteniendo un ojo atento a las Diosas que seguían tratando de comprender ese camino en espiral que habían tomado.
Veían las medias de red, los tacones y las botas. Se miraban sin palabras. Se tocaban dándose fuerza muda. Deberían estar en otro lugar. No allí.
Deberían estar riéndo y bailando.
Borrachas con algún vino o con alguna bebida mágica y de colores verdes centellantes o azules caribeños.

Su sangre se intoxicó de adrenalina. Estaban mudas y borrachas. Los movimientos parecían lentos, eternos.
El tiempo, para una pasó tan rápido que ni pudo contarlo.
Para Brígida el tiempo parecía eterno. Hablaba incoherencias y se reía. Dolía en algunos lados, pero como siempre, sabía que todo estaría bien.

Las torretas de las ambulancias se apagaron, el ángel disfrazado de alguacil les hablaba palabras amables con sonrisas.

Miranda, como les dijo que se llamaba el que maneja las grúas de sus hermanas, les encendió un cigarro mágico que llenaba de oxígeno los pulmones y sacaba adrenalina por sus fosas nasales.

Joaquín las abrazaba y soltaba alguna que otra palabreja que las tres adoraron en ese momento simplemente porque estaba con ellas, que por muy Diosas que son, necesitaron que alguien estuviera presente mientras la adrenalina continuaba en sus sistemas circulatorios y divinos...

Al regresar Brígida, amaneciendo ya al día siguiente, daba mas vueltas que Merlina caminando sin sueño y tenía en las piernas un temblor incontrolablemente equilibrado,  estaba en un estado general estable, frío, aparentemente fuerte e irrompible.

Se sentía tan viva que parecía que no podía haber mas vidas que ésta, la de su presente, la del ahora, la del instante.
La de éste verano, la de éste siete de agosto que ya fué ayer.
Ese día en que sintió, que cuando es humana, la vida puede irse en un instante, pero la Luna, los cometas y el universo le regala otros muchos.

Mas tarde, Brígida tuvo que hablar con su madre, con la Diosa Mayor...
Y ésta le dijo en su voz con acento extranjero: "Estoy tan feliz de oír tu voz, de poder seguir oyéndola".

Colgó el teléfono y le salieron siete lágrimas por los ojos mientras jugaba con la horquilla en su pelo, -esa que tiene una libélula morada-.

viernes, 6 de agosto de 2010

Calor en la nuca

Cuando Brígida viene a la tierra, asume la personalidad de sus mujeres favoritas.
A veces se inventa de Eva, otras de Mata Hari, otras de Marie Curie o de monja portuguesa...pero un día se tropezó con Mangee y le gustó para inventarse en ese cuerpo.

Ésta semana, se le antojó ir al Pacífico, y se disfrazó de Mangee. Se llenó de pecas y se cortó el pelo. Empacó un par de biquinis y tres pareos. Metió el e.e. cummings nuevo en la maleta y otros dos libros que fué escogiendo a ciegas de cada uno de sus dos libreros: El Enamorado de la Osa Mayor, y con los ojos cerrados sacó el primer libro que escribió JAG: Aventuras de un Bucanero, de Madrid hasta Vladivostok en nueve años, (título largo para alguien que escribe tan corto), su cuaderno de viajes y cuatro chocolates con mucho cacao y poca leche.


Llegó a Nirvana.  Pámela como siempre, la recibió con un abrazó. Eligió la habitación con vista al mar, vista y oido a las olas que rugen sin parar, al estruendo de veinticuatro horas sin tregua de olas infinitas y eternas.


Se cambió al biquini rosa, se puso el pareo blanco y el paliacate. 
Se recargó en el balcón pensando en acostarse en la hamaca, pero algo en su cuerpo le decía que se mantuviera con los codos recargados tal como estaba, viendo al infinito disfrazado de sol anaranjado.
Y así estuvo quieta por varios minutos, que tal vez fueron años, o segundos. Esos momentos no son afectados por el destiempo. 
Sintió aire colado por algún lado, en espiral, y tras el aire, ese calor en la nuca que le supo a desierto de Chihuahua.
Y después sintió la mano que en su espalda escribía espirales y sus historias.
Brígida seguía sin moverse un solo milímetro, no podía y no quería.
Olió el tabaco obscuro, sintió la barba de dos días mientras le susurraba al cuello que la había buscado por mucho tiempo,  desde la última vez que se vieron en Odesa.
Le besó el lóbulo de la oreja izquierda y entonces Mangee dió la media vuelta y se topó con el silencio invisible de las palabras que pensó sentir y casi tocar.
No había nadie, nadie había tocado su espalda, ni besado su oreja.
Suspiró con deseo contenido y dió la vuelta hacia las olas nuevamente.
Tal vez las olas lo traigan a ella un día, pensó Mangee mientras respiraba aire salado.

lunes, 2 de agosto de 2010

Los lunes

A veces...
Solo a veces, robo historias que nunca han sido mías.
Historias que me invento, como muchas cosas que me invento durante mis días.

Por ejemplo, me gustaría ser ella, la del amante diez años menor, que todos los viernes, -pase lo que pase-, experimentan en hoteles de todas clases, precios y colores de sábanas, posiciones diferentes, en calles y colonias que van de norte a oriente en la ciudad, a ritmos diferentes, con ropas diferentes..

Hoy nos dijo que el siguiente viernes harán el amor con música electrónica...

Gritamos al mismo tiempo...¿música electrónica?

Si, es sumamente sensual la música electrónica.

Soltamos una carcajada mientras deglutíamos alegremente pastel con nutella y chocolate.

La historia del cantante de ópera también llena nuestros lunes.
La del que viene cada quince días a la ciudad por trabajo.
O la del millonario aguacatero por conocer.
U otra que no escribiré hoy porque nos causó mareos en espiral.

La del que enviaba regalos semanales a mi escritorio dentro de los que encontramos un CD con esa canción cantada por esa española que un día manejando bajo la intensa lluvia declaramos como "La" canción de nuestra historia con uno que no merece mas menciones.

Si.
Nos hacemos parte de las historias de cada una de nosotras.
Protagonistas todas por igual.
Estudiamos minuciosamente los outfits para la cita tal o cual, o para la boda, o la fiesta, o el encuentro inesperado. Desde dentro hasta el peinado hasta el perfume y el color de las sombras de los ojos.
Cada pequeño detalle estudiado a profundidad increible.

Nos hacemos una en todas, todas en una.

¿No nos ha llamado?
"Ya no lo queremos"
"Nos lastimó, no lo vamos a perdonar tan fácil
, es un cabrón, y encima de todo un ojete"...
mientras tomamos un pedazo de queso con uvas, fumamos un cigarro, o escuchamos una canción y la repetimos dos o nueve veces porque nos gustó.

Todas, al mismo tiempo.
Nos apropiamos de las historias de las otras y tomamos los pedazos que queremos de las otras para  que sean nuestros.

Tomamos lo que conviene ese día. A esa hora. En ese momento en el que damos el trago de tinto de Luigi Bosca.

Y casi siempre, ese lunes cada dos semanas, volteamos a ver nuestro reloj al mismo tiempo, con ojos medio tristes y sin decirlo, decidimos que es hora de terminar este ritual de amigas. De hermanas.

Recogemos todo, montamos la casa como si no hubiera habido visitas, lavamos los trastes.
Guardamos las sobras en el refri.
Nos seguimos riendo, hablamos aceleradamente las últimas cosas que tenemos guardadas en el alma mientras nos abrazamos, damos las últimas carcajadas, y se suben al elevador, hoy hablando todas con acento entre español y cubano.

Al cerrarse las puertas, sé que cada una seguimos con nuestra historia.
La nuestra.
Esa incambiable.
Esa única, personal, finita (que a veces parece infinita)...
Y da fin a ese lunes, cada quince días, por siempre.

domingo, 1 de agosto de 2010

Puertas

Recorro la Colonia Roma y me vienen a la mente pedazos de historias.
Alvaro Obregón con su mercado de pulgas, donde tantas veces fuí con mis abuelos.
Los helados donde los bisabuelos iban a romancear: La Nueva Italia.
El Edificio Balmori, donde mi sueño dorado sería vivir.
El Salón de Té.
Las librerías de viejo de enfrente.
Parece que el Art Decó se quedó atrapado en esas calles.
Parece que otras vidas siguen caminando allí. Fantasmas invisibles, pero que se sienten de carne y hueso.
Llego a la calle de Mérida donde veré a mi amiga.
Calles con nombres de lugares mexicanos, mezclados con lugares españoles: Mérida, Córdoba, Túxpan, Colima y etcéteras...

Y saliendo, de regreso a comer en domingo, estaciono mi coche en una calle al azar con alguno de esos nombres. Me bajo en un pedazo de banqueta con sombra frente a muchas ventanas y puertas de colores.
Y justo frente a mi, dos puertas juntas.
Una azul y una roja.
De madera...tal como un bicolor.

Me decido a subir al coche después de unos minutos de respiro, cuando un viejo empieza a gritar a media cuadra incoherencias.
Un viejo barbón, vestido con harapos, con bolsas y mas bolsas a los lados...
No entiendo lo que dice, lo que me grita.
Parece como si se hubiera tomado una botella de ron cubano, y alcanzo a ver que está fumando un cigarro.
Parece que es un Farolito, sin filtro.
Podría jurarlo.