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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Las letras de tu nombre

Me trato de curar el enojo remojándolo en una botella de agua Bonafont que tengo al lado, todo para darme cuenta que necesita unas cuantas gotas de vodka o de gin para alcoholizarme en una nube entumida de frustraciones y abrumaciones que se ponen sobre mi de color negra, negrísima, con tintes violeta y morado, con rayos y truenos ensordecedores, que atrapan mi cerebro y lo engatuzan en enredos amorfos que se me meten por las fosas nasales al respirar.

Y todo empezó anoche, cuando me quise pelear con el primero que se me topara en frente, y como no resultó, aventé el plato que tenía dos brocolis, seis fusillis integrales y media rebanada de pechuga de pavo rota en pedacitos aderezado con aceite de oliva extra vírgen y sal perfumada con pimientas de colores.

Y como no resultó que el plato se haya roto dramaticamente como en una escena de película, porque en realidad solo fué un tímido empujón malhumorado, me fuí masticando dos o tres fusillis furiosa a la cama, me metí a las sábanas y seguí masticando, porque la pasta, cuando es integral, tardas tres veces mas en masticarla y tragarla...

Decidí que como no andaba de buenas, no me cepillaría los dientes con la nueva pasta "Tom's from Maine" que compré, que es orgánica y sabe muy rico, que por una noche que no la usara, no me saldrían caries. Y seguía masticando, y se me escurrían lágrimas calientes por los ojos, tan calientes que me quemaban los cachetes, pero como una vez mas, no resultaba el enojo ni las lágrimas, y porque no veía a nadie alrededor que pudiera ser receptor de palabrotas (había cerrado la puerta con un azotón y ni Merlina había alcanzado a entrar detrás de mi), decidí dejar de llorar un poco y tragarme el fusilli masticado.

Apagué la luz, me tapé bien porque había leído en algún momento que la "Comisión Nacional del Agua" pronosticaba temperaturas muy frías por la noche, y me sentí confundida pensando por qué no lo había pronosticado el Meteorológico Nacional. No me cuadraba pero estaba segura haberlo leído, y sentía el Frente Frío Número 16 colándose por las ventanas

No resultaba nada.

Me destapé y salí volando a regañar a mi hijo, regañarlo con palabras atropelladas, con el dedo índice moviéndose violentamente de arriba a abajo, señalandolo y queriéndo dispararle algo que le entrara en la razón de los sentidos de un adolescente con una madre histérica, y me sentí ridícula gritoneando palabras sin sentido a un hijo que mide casi treinta centímetros mas que yo....-debo confesar que me salí del cuerpo un momento para verme de fuera, y mi otro yo se moría de risa ante esa escena tan ridícula-, y así como empecé la gritoniza, que estaba compuesta de gritos emputados de principio a fin, así la terminé, para regresar ya no tan violentamente a la cama, con mi pijama de Hello Kitty, y dejar la puerta un poquito abierta, para ver si alguien entraba en algún momento de la noche a abrazarme...

Pero las cosas no pueden resultar así.

No recuerdo, -en verdad-, la última vez que me haya ido a dormir tan estupidamente enojada con todos, y como tal, pasé la noche, entre sueños alucinados y malhumorados que no me dejaban en paz...

Si recuerdo, cuando desperté, que apagué la alarma, decidí que no quería despertar, que no quería echar a andar el día, que no quería poner los pies sobre la duela del piso, pero tenía que hacerlo, y traté de formular las dos primeras palabras que pronuncio siempre para despertar a mi hijo...

Y no podía recordar su nombre, ni pronunciarlo, ni sacar una sola vocal de mi voz...

Tenía el nombre de mi hijo en la punta de la lengua, pero no lo podía recordar, y empecé a desesperar, y a sentir que me moría un poco...

Hasta que decidí que no podía morir enojada porque me olvidaría hasta de mi nombre...

Y grité su nombre que me salió de las entrañas.

Y brinqué de la cama para poner la cafetera y echar a andar un día en el que me aterraba olvidarme hasta de quien soy.

Fusilli integral con brotes de brócoli al dente

martes, 19 de noviembre de 2013

Inventario

Quise abrir un Excel para inventariarme los recuerdos, pero sabes que siempre he sido mala con eso, nunca entiendo las fórmulas y las sumatorias las hago con los diez dedos, cuando se me complica sacó la calculadora, pero ahora tengo el corazón dividido en celdas de un documento nuevo y las escribo en bold y con itálicas.

Hoy no hacen falta sumatorias, sólo anotaré pocas cosas, tengo que elegir de manera práctica e inteligente porque sí no me ahogaré en la sal de mis ojos así que cada celda la lleno con una sonrisa, la remarco con amarillos fluorescentes o con rojos carmín. 

Anoté la pluma ecológica que me regalaste, resté las cinco canas que me arrancaste. Multipliqué las células de la piel de tu espalda que electriza la yema de mis dedos, me cosí a los ojos visiones de ese té negro que pediste ese día y que recordamos hace un rato junto con el paisaje de esa carretera que nos deshizo la realidad por un momento.

Me tapé los pies helados y el movimiento de la cobija sacó tu olor de los recuerdos que me llegaron desde la puerta abierta siempre para ti.

¿Sabes lo que daría por poder enfrascar ese olor tan tuyo? Tal vez dejaría de viajar o de pensar en el mar si pudiera ponerle precio...o ver los partidos de tu equipo favorito...o dejar de comer chocolates, todo eso, si ese olor pudiera encerrarse por siempre. No cabría en el Excel, porque me desbordaría como lo haces siempre desde tu silencio que siempre me observa, que calla y voltea a la derecha, o que se tapa con ese comentario tan tuyo que siempre me hace reír.

Anoto en el inventario a ese gato blanco perdido que querías me llevara y le dejó la consigna a esa esquina, la del gato blanco, para que siempre que pases por allí, me pienses y siempre te acuerdes que al día siguiente regresé a buscarlo y no estaba: tu diciendo que  lo habían atropellado y yo que había encontrado su casa de nuevo.  Te pondré en un sobré  las cinco canas y te las mandaré con un timbre bien mojado con mi lengua, lenta y eróticamente, por correo para que me cosas aún más a ti, para que cada amanecer tengas que sacudirme del sueño con un millón de besos. También te dejaré metros cúbicos de agua de alguna alberca que lleve agua de azahar en vez de cloro y a cada brazada que des, quieras abrazarme desesperadamente y sin remedio dudando si alguna vez nos inventamos de tan perfecto nuestro amor.

Yo, me guardó el aire de tu olor, no en frasquitó, me lo guardo aquí junto, para que cada noche que quiera abrazarte, ese aire dibuje la forma de tu espalda perfecta y profundamente dormida, tal como mereces dormir, tal como lo hagas ahora que ya no nos despertaremos a las seis de la mañana religiosamente todos los días.

Me quedo con el seis y el nueve, que si los pones de cierta forma, hacen un infinito perfecto...

...pero ahora que lo pienso...

Dime para que hago un inventario, si más bien esto es un testamento.

Me mataste y te maté...ya no tenemos más que ese aire que no se puede embotellar que alguna vez hace unas horas, respiramos juntos, mientras nos soplábamos un último aliento en ese beso tan lento y tan lleno de ti y de mi, con nuestras lenguas tan ardientes, asesinándose para no vivir más sin vivir juntos.






Aire en nuestras aguas

sábado, 9 de noviembre de 2013

Lorenzo y Patricia

Y de repente, sin aviso, me llegó a la mente.

Era un recuerdo ya vivido. Era un silencio que me remontó a casa de mis abuelos algún fin de semana que tal vez me quedé a dormir. Era ese silencio que no es callado...donde se escucha el ruido de los coches en la avenida, donde llegaban los ruidos de la cocina donde Doña Mela seguramente preparaba lo que me gustaba: tortitas de papa, arroz blanco con verduras y pollo en pipian, oía el crujir de las escaleras, lento, en el que mi abuela con su torpeza post embolia subía arrastrando un pie y la punta del zapato siempre pegaba con el siguiente escalón y tenía que hacer un breve esfuerzo para levantarlo y así, hasta terminar toda la escalera que subí y bajé corriendo y brincando tantos años, hasta que mi abuelo murió y vendieron la casa.

Y la vendieron con ese silencio que hoy escuché, y sentí una nostalgia que me hizo abrir los ojos como platos y tratar de seguir con la clase, viendo al ventanal con el gran jardín de Lorena, lleno de luz de esta mañana tan otoñal, y con un silencio tan igual al de mis abuelos. La voz de Lorena la escuchaba lejana, y mis ojos seguían en su jardín, -manos a los lados, muslos fuertes, rodillas para arriba, estiren laterales, inhalen, y al exhalar salgan de la postura-, me sé ya de memoria su tono de voz y adivino con sus espacios entre palabras lo que sigue, y cuando me di cuenta no estaba haciendo nada de lo que ella decía. Estaba con las manos en los muslos, flor de loto, tratando de oler el recuerdo en casa de mis abuelos. La biblioteca que olía a ellos, perfumados con los libros de las paredes...de piso a techo..., con todos los adornos que teníamos prohibido tocar, con la alfombra y la tele de bulbos, con el teléfono de disco, con la máquina de escribir de mi abuela, donde me manché tantas veces los dedos de negro y rojo con la cinta Pelikan que olía tan rico.

Y ellos me parecieron más vivos que muertos.

Nunca se casaron, nunca se divorciaron de sus parejas anteriores. Siempre nos dijeron que esa foto, tamaño postal, enmarcada y descansando sobre uno de los libreros habías sido tomada el día que se casaron en la iglesia de La Profesa. Pero eso era mentira y no lo supe hasta que murieron los dos. Tal vez se las tomaron en una calle del centro, relativamente cerca a La Profesa y eso bastaba para que la mentira no fuera tan grande.

Y entonces sentí,  que pesé a todos los recuerdos absurdos, a que dormían en camas separadas, a que mi abuela dejó a la hija que tuvo con el italiano antes de mi abuelo, y que nunca volvió a ver, pese a que a mi abuelo se le murieron los dos primeros hijos que tuvo con Eva, la que no era mi abuela, pese a que no se hablaban con la hija más pequeña que los dos tuvieron juntos, a que mi abuelo no comía gelatina verde porque decía que parecía veneno para ratas, a que mi abuela cojeaba y mal caminaba pero era más que guapa, pese a todo, sé que fueron felices, y que se atrevieron a romper el esquema que la vida les había pintado sin importar haber creado una gran mentira que estaba enmarcada en el librero de esa biblioteca que hoy vi a la mitad de mi clase de yoga.

Namaste, abuelos queridos.

Mantilla de mi abuela, y su misal, hecho.por su único hijo: mi papá. 



miércoles, 30 de octubre de 2013

Mi silencio

Las palabras se me fueron hace ya muchos meses cuando ya no tuve un solo argumento válido para lograr lo que nunca se pudo. Me exprimí las cuerdas vocales, me apagué el cerebro, decidí dejar de pensar y quise que se me fueran hasta las ganas de sentir.

Y siento tanto que se me han acabado los sustantivos y los adjetivos, todo se conjuga en adverbios calificativos y cuantitativos del verbo amar y abandonar que no encuentro en mi diccionario. 

Quiero regresar al punto de origen, dar vuelta a la derecha en vez de esa izquierda que tomé. Quiero desbeber todo lo que te bebí lentamente y regresar a tocarme los sentidos que no me encuentro.  Quiero mirar ese sol y esas lunas que han pasado, traérmelas en las bolsas de los pantalones, junto con los caracoles que recogí ese día en la playa que pensé caminabas junto a mi, quiero sumergirme mil veces mas en ese manantial de mi Selva, y desdecirte los amos que pronuncié que no me llevaban a ningún lado mas que a un presente que ya es un pasado tan lejano como ayer. Quiero ahorrarme los sinsabores  que me laceran las pestañas y pronunciarte suavemente y sin sentirte en las sílabas de tu nombre.

Todo para darme cuenta que lo único que quiero es saberte a milímetros de mi deshaciendo las sábanas de las camas donde hicimos el amor casi ciento ochenta veces de forma diferente siempre y hasta que agonicemos en una muerte juntos, en esa muerte que nunca tendremos y que siempre añoraremos.

Y para correr nuevos caminos con los músculos doliéndome ácidamente.
Lácticamente.
Eternamente.
Y solo por hoy.
Hasta que el camino me regrese a ese punto de orígen que no encuentro en mi GPS.

Levanté tu ancla de mi playa



domingo, 7 de julio de 2013

La restauración

El corazón de vidrio soplado apareció estrellado en piso, con el agua de nuestras lágrimas escurridas alrededor.

Días antes de dármelo dijiste que el mío se ahogaba en un llanto mudo. Habíamos hablado sin parar hasta bien entrada la noche. Bebimos un Nebbiolo de una casa bajacaliforniana que se llama Nubes y me dijiste cuando atardecía que tenía ojos de caimán.

Me reí, no eran mis ojos los que veías, eran los tuyos.

Nos veíamos como espejos uno del otro, queriendo meternos en los sentimientos ajenos y cruzarlos hacia el cuerpo contrario con cada sorbo de vino rodeados de las chispas mágicas de veladoras e inciensos que habíamos comprado por la mañana en el mercado. Deseábamos sin saberlo, palabras, sentimientos y pensamientos del otro para hacerlos nuestros. Decías alguna palabra y deseaba que hubiera salido de mi boca, te retrataba con las manos alguna imágen y tu la querías para guardar en tu memoria.

Y después de muchas palabras habladas y otras no dichas pero adivinadas, me fuí a dormir borracha de lágrimas y con Nubes en la cabeza y tu saliste a la lluvia. Regresaste en algún momento de la madrugada empapado y te metiste desnudo y frió en la cama para abrazarnos como espejos que somos, sin necesidad de hacer el amor o tener ese sexo etereo que explota y libera todas esas lágrimas nunca antes lloradas en un orgasmo que mata por algunos segundos para resucitar en una paz llena de estrellas.

La nueva historia que se me tejió sin darme cuenta en la cabeza después de encontrarme con los añicos de vidrio rojo, se llama "restauración", y no sé si es por la película que vi hace unas horas, por el vino que tomé anoche o  por la manipulación que esa mujer hizo en mi plexo solar hace menos de una semana, o tal vez por las nubes tan bien dibujadas e inasibles que han rodeado como murallas mi ciudad para esconder la exhalación del volcán que no quiere explotar.

Me restauro hoy domingo con Merlina a mis pies en un ronroneo que me ha durado tres años constantes. Me restauro en un domingo 7, el número favorito del yang de mi yin que perdí cuando me tocaron el manipura chackra.

Me restauré ayer cuando sonó el timbre de la puerta anunciando que habías llegado para llevarme con rumbo desconocido a hablarnos de nuestras dudas y tristezas. De nuestros miedos, y de nuestras ilusiones. Nos hicimos confesiones a medias y me absolviste de pecados por cometer mientras yo rezaba rosarios inexistentes sin culpa alguna en una sonrisa a medio dibujar llena de satisfacción en forma de pecado original.

Me recordabas, como siempre lo haces, a mis trece o catorce años cuando me dabas lecciones de vida tomando una taza de café y yo te miraba detrás de mis ojos de caimán recién nacido tratando de absorber cada palabra que decías y medir cada movimiento que hacías. Estaba enamorada como me pude enamorar a los catorce o quince o dieciséis con música de Styx y Asia de fondo. Por eso, no te lo dije anoche, veía Remington Steele, porque tal vez era la forma mas abstracta y perfecta en la que podía tenerte como se sueña a los catorce y sus meses mas o meses menos. 

Me restauraste ayer sin saberlo tu, sin decirtelo yo, porque en los últimos tiempos has estado presente para darme un empujón sin siquiera rozarme en el camino que decidí tomar. Te dije, sin decírtelo a ti con nombre y apellidos, que las personas aparecen y desaparecen con motivos mas importantes de lo que nunca creemos o creímos cuando ya se fueron o las dejamos ir. Como tu y tu mujer de lunas llenas, o como yo y la decisión de soltar a ese hombre que me amó en el destiempo de cada día 7 de muchos meses.

Y después te fuiste a Chinchorro y yo me fuí a Chuburná donde me senté frente a mi playa, hasta que salió la Sirena de las espirales para cantarle una canción de cuna a mi ātman 

       -hasta qué me quedé profundamente dormida-

Y tuve ese sueño...

-ese de encontrarme en un bosque de niebla en Veracruz con todos los espejos donde no me he mirado-.

Lágrimas secas





viernes, 28 de junio de 2013

A la vuelta de la esquina

No le doy aparentemente mucha importancia al asunto, pero sé que a la vuelta de la esquina me toparé contigo.

No sé si será hoy o mañana o nunca. Tal vez en otra vida. Tal vez nos topemos, nos echemos una miradita intensa y medianamente seductora y nos sigamos de largo. O tal vez ya fuimos un nosotros hace unos años y ya no exista mas allá contigo ni con nadie.

O.

Tal vez estás detrás de mi horizonte. O al pie de una montaña que no veo. O en medio de un lago pescando. Caminando en una ciudad medieval. O viajando por Africa. En otro trópico, o en las Islas Sandwich que descubrí el otro día cuando me compré un globo terráqueo y le daba vueltas sin parar sentada en flor de loto en mi cama con Merlina como testigo mudo y a veces maullante.

Tal vez estuviste junto a mi en la sala de cine hace un mes, o estarás mañana comiendo sushi en la mesa de junto.

O.

Tal vez vives en mi y me aferro a que mi futuro tiene que ser en la cama durmiendo con alguien de carne y hueso, cuando nunca has respirado ni cerquita de mi.

Es decir,

Seguramente no existes y yo te invento a cada mañana con mi amanecer.

Y entonces.

Me convenzo cada anochecer que no habitas mas que en algún lugar de mi globo terráqueo a centímetros de mi alma.

Te veo

domingo, 2 de junio de 2013

Los azahares de mis destinos

Saqué de la cajuela del coche mis dos bolsas y me encaminé a la casa, respirando un olor a flores que parecía huele de noche, mezclado con azahar y con lluvia del día anterior retenida al medio día del sábado. Me sabía sola y como tal me proclamé la "tía solterona" del fin de semana...rodeada de cuatro niñas y sus madres que no eran mis hermanas aunque sí mis amigas...tan amigas que nos conocemos secretos tan profundos como indecibles e irrepetibles.

Los ruidos y el calor comenzaron a abrumar letalmente mis sentidos mientras me desvestía para ir a la alberca de la hacienda, y así lo hicimos segundos después,  cerveza helada en mano y con vidas por deshacer y rehacer hasta que de pronto me dí cuenta desde la hamaca que el sol se ponía y las cigarras comenzaban a vibrar desgarrando el atardecer en un solo timbre largó e infinito. Me envolví para qué los mosquitos no acabarán con mi sangre y me quede viendo la hoja de un solo árbol tratando de recordarme unos días antes, tres semanas antes, hace seis meses, y hace dos años, desconociendo por completo a la que tenía estas piernas y brazos, reconociendo a la que se tocaba las arrugas del ojo izquierdo sintiendo sendos surcos donde se podrían sembrar hectáreas de lo que fuera de tan profundos. Me toque el pelo y desprendió olor a lavanda y me di cuenta que se me pintaba de ese color. Crucé las piernas y me envolví los deseos que creí perdidos mientras el sol agonizaba a mi derecha.

Por flashazos como de escena de Bollywood o de Hollywood, - esa típica toma donde ves el último minuto de tu vida recorriendo el túnel blanco para ir al cielo o al infierno-, me vi junto con los personajes y escenas de mi propia película: Sirenas, la Gitana, mi amigo resucitado, la gran Viuda, mi amigo que muere esperando que le llegue la Primavera, mis amantes y enamorados, mis desamores, los que me quieren, el que me aborrece, mi amiga muerta, mi amiga la que casi murió, cárceles y hospitales, bosques y mares, una hacienda a pie de carretera, otra también a pie de carretera pero al sur de la primera, una angustia y muchas alegrías, unos dolores y una lágrima atorada, un infinito maltrecho y un universo a flor de piel, dos gotas de plata cuajadas, y tres vasos de vino, un sushi en Nueva York y un camarón con chile bajo una palapa en Pie de la Cuesta. Un recorrido en el mar de Yucatán y un Norte en Chuburná. Un manantial en el corazón de la Selva Lacandona donde sí cierro los ojos puedo sentir el agua y peces mordiéndome las piernas. Una salina en el Mar de Cortés y un futuro cercano de nuevo en ese mismo mar junto con una ballena y dos mantarrayas.

Y de repente...

Por azares del destino, me tropiezo con letras con las que la Gran Viuda me describió hace dos años...

Y siento que por azares del destino, esa persona no existe más en mi, y entonces me siento morir un poco de nostalgia y de melancolía mientras inhalo profundo y me doy cuenta que mi aire huele a azahares, rosas y a casablancas y una voz se me mete por el caracol del oído y me susurra que soy la misma, igualita, feliz y renaciendo cada día de las cenizas, pero distraída en otras ocupaciones mientras resuelvo cosas que parecían rotas y que no lo estaban...eran simples mentiras del destino jugando con mi presente. 

domingo, 7 de abril de 2013

No me avisaste

En diez minutos estaríamos tomando un vermuth, eso dijiste hace casi cuarenta y ocho horas.
Hace ciento veinte horas desayunabamos café, -tu un latte con expreso doble-, yo un descafeinado. Un pan dulce que te dije estaba buenísimo. Tu me preguntabas por qué no me dedicaba a la fotografía profesional. Yo te contestaba que no mientras liabas un cigarro con tabaco mentolado.

Recordé que tomaste una foto de mi mano con anillo de plata cuando tomaba la segunda taza de café... ¿te acuerdas que la pedí tres veces y tu dos mas? ¿y que la mesera no la traía y que tenía prisa por irme?

Te dejé en el banco mientras quedábamos dos horas después que irías a verme al trabajo, pero las horas se te fueron tramitando una tarjeta de crédito y a mi no se como.

Me escribiste hace setenta y dos horas para decirme que quedábamos hoy para cenar.

Me escribiste hace treinta y seis horas y te contesté que si.

Y hace menos de veinticuatro horas, te moriste.

Amaneciste muerto, o te moriste amaneciendo, ya no quise preguntar.

Solo sé que nos quedamos con la plática pendiente de terminar, ¿te acuerdas?

Y te moriste.

Y no me avisaste.

Pensé que cuando caminábamos junto a la iglesia, y hablábamos de ese infarto que te dió en Nueva York, no pensabas tu, ni yo, que el domingo te ibas a morir, porque de haberlo sabido,  no me hubiera quedado  con la pregunta en la punta de la lengua.

"Raúl, ¿me puedes tomar una foto tan bonita como las que tomas a todas las personas que encierras en tu lente?"


En todos nuestros tiempos

El rayo de sol fue subiendo y desvaneciendose por encima de la sombrilla. Iba por el segundo café y la cuarta probada al pan de dátil con naranja mientras esperaba.  De vez en cuando levantaba la vista del libro para ver si venías o me largaba de una vez cuando miré sin ver a la gente que pasaba.

Y ví a esta pareja que caminaba arreglada como con rumbo y ganas de rezar o visitar a alguien cercano. Elegantes, impecables, ausentes de ellos mismos imaginé que irían a misa en Santa Catarina, y mientras, observé a las demás personas que venían de correr, o iban por el periódico o por el pan, o al lugar donde estaba yo sentada a tomarse un café también. 

Regresé los ojos al libro y el cuerpo al calor del rayo de sol que ya no estaba para saber que me quedaría sin desayunar allí y después de dos capítulos y un rato más de café tibio en la taza, pedí la cuenta empezando a sentir que la tranquilidad con la que había llegado desaparecía y se me escurría por las orillas de la falda que me había puesto para este domingo.

Decidí levantarme sin dar explicación a mis sentidos para girar en la calle por donde había llegado y darme cuenta que esa pareja, -casi cuarenta años mayor que yo-, venía ya de regreso e iba tres metros adelante de mi.  Respiré y solté un suspiro que me pareció el bufido de un toro de lidia porque estaba tan enojada como lo contenta que había estado y desaceleré mis pasos antes de rebasarlos porque noté algo extraño en el hombre al tiempo en que en la siguiente esquina ella daba la vuelta a la izquierda y casi sin mirarse tomaban caminos diferentes.

El camino que él tomó era el camino que yo iba a seguir, pero él no lo sabía.

El no sabía siquiera que yo venía detrás, pisandole los pasos que acababa de dar.

El no sabía que él sabe de mi, y que yo sé de él.

Él eras tú, en un tiempo que aún no ha llegado.

El corazón se me salía del pecho y pensé que tal vez podría escucharlo y voltear para buscar de dónde venían esos ansiosos tambores de guerra. Cada paso era uno tuyo, cada mirada a la izquierda o la derecha eran tus ojos viendo caminos posibles. Los brazos no los movía con los pasos, así como tu caminas, los puños medio cerrados, como los tienes tu a veces, los pasos con pequeños saltos como tu los caminas, como si quisieras ser un niño ligero y feliz porque tal vez no lo fuiste. El cuerpo exactamente igual, una delgadez fuerte y atrayente, atrayente a mi. Como un yin yang.

La esencia de ese hombre era la tuya. Es la tuya. Eran el mismo y me parecía que era un fantasma y que no había nadie caminando a unos pasos de mi. Que mis ojos lo estaban inventando todo detrás de mis lentes de sol. Pensaba que eras tu en otra dimensión. Sentía...sentía algo que me hacía querer huír de esa banqueta pero los pies no me dejaban parar los pasos detrás de los tuyos.

Y por un momento, no supe en qué tiempo estaba caminando, no podía entender que era un domingo de abril por la mañana con mis aún cuarenta y dos años, porque al mismo tiempo sentía que ese eras tu dentro de treinta años y el fantasma era yo comiéndose tus pasos.

Quise alcanzarte, pero no lo hice. Y tu, como hace treinta años, no sabías que tenías que voltear para encontrarme.

Tal como pasa hoy, un domingo de abril, del año dos mil trece.

Tu papá

sábado, 16 de marzo de 2013

XV

Hoy, sin saberlo, hace quince años por última vez me hice madre, y es algo que suena y puede ser tan normal, que no lo es. Hoy, hace quince años parí con dolor por última vez en esta mi única vida, y sin saberlo, acabaría mi misión de traer mas vidas a este mundo.

Hoy, hace quince años me diste el conocimiento y me diste el amor que solo yo, -y no todas las mujeres que somos madres sabemos y sentimos por única vez en nuestras vidas- puedo entender y sentir.

Ese instante, en el que dejaste de dolerme para salir de mi cuerpo nadie lo ha sentido mas que yo, y nadie puede recordarlo y añorarlo mas que yo. Hoy, hace quince años me hiciste tan mujer que me volviste diosa en la tierra, y eso solo yo lo puedo vivir una y otra vez, ni siquiera tu que habitaste mi cuerpo por última vez como nadie hace quince años.

Y te me vienes como remolino cada día, como ese chino rebelde que tienes en el pelo con el que siempre me encantas enroscandolo en mis dedos sin parar cada día. Te me vienes como hombre que eres hoy rebasandome en tamaño en forma y en sabiduría donde quepo en ti como una vez en un tiempo que duró nueve meses tu cupiste en forma perfecta dentro de mi, donde te alimentaste de mi sangre y de mi voz por seis mil cuatrocientas horas cuando nos hablábamos en un lenguaje desconocido para todos excepto para nosotros, donde nos amamos y comenzamos dos vidas tan ajenas pero tan cercanas en donde solo un Dios que no tiene nombre podía intervenir como moderador en diálogos de amor que nos consumían en estrellas y espirales eternas.

Y hoy me atrapa una nostalgia con ese recuerdo que me quiere estallar en recuerdos que atrapo y me guardo de nuevo en el cuerpo para que nunca te me vayas, como en ninguna historia jamás escrita, jamás imaginada, jamás contada.


JI



miércoles, 13 de febrero de 2013

Sueño en las pestañas

Acostada en el cubículo cinco, el de todas las mañanas, escuchaba a la señora Sanjuana hablar en voz baja y constante con el hijo que la acompaña los martes.

A lo lejos, -que en realidad es a la altura del cubículo cuatro-, Nax imponía movimientos a Dalila para que moviera el brazo izquierdo que le había paralizado el infarto cerebral de hace unos meses. Ana doblaba toallas y acomodaba los ultrasonidos o las lamparas de luz mientras ponía la música de todas las mañanas que parecían iguales unas a las otras. Las mismas mujeres allí, los mismos movimientos, las mismas circunstancias y tan diferentes historias.

Y así estaba Sanjuana y sus casi ochenta años llenos de artritis en un monólogo constante y rítmico que solo escuchaba el hijo de los martes porque ni a mi ni a nadie nos interesaba escuchar, hasta que dijo eso que parecío gritar, eso que se coló por el techo de los cubículos hasta aterrizar en mi camilla:

"tengo el sueño en las pestañas"

Por un momento me pareció que me lo había dicho justo en la oreja para que se me metiera directo a la conciencia.
Que me lo había dicho solamente a mi.
Y después estuve segura que así había sido.

Yo también tenía sueño en las pestañas, pero también telarañas en las pupilas, madejas enredadas en el iris del ojo derecho, y basuritas en el izquierdo.  Varias noches en las que duermo pero no descanso, en las que anoto y desanoto la lista de lo que quiero y lo que no tengo pero no miro lo que tengo al alcance. Lo que deseo y lo que he dejado ir.  Lo que me quema de ansias por tocar y lo que dejé de mirar hace siglos.

Y también tenía enojo en las pestañas, y ganas de golpear en la punta de los dedos.  Y quería gritarte y mentarme la madre y también deseaba aborrecernos.

Y simplemente, quería seguir enojándome. Quería estar furiosa.

Y en la tarde te lo conté, a ti, mientras la silla de madera se mecía con los rayos de sol y me miraba con media sonrisa diciéndome cosas que no entendía.  Y después el enojo se hizo intolerable y se disfrazó de seriedad. Y la rabia se volvió indiferencia. Y el tiempo se volvió largo y lento. Y me dí cuenta que estoy en una pausa que me desquicia y me pone frenética.

Pensé que seguramente sería un trance hormonal, y pensé en dormir para quitarme el sueño de las pestañas y las marañas en el alma. Y quise recordar esos tiempos en los que era niña, y aquellos en los que fuí madre, también en los que he estado enamorada, en los que he sido tan feliz como enojada estoy. Y si que los recordé, y si dormí, y si soñé con las pupilas y las pestañas.

Soñé a la mecedora con sus rayos de sol y su baile lento y cadencioso sobre el suelo, sentí esos amores y desamores que me llevan a una sonrisa que suspira con aroma dulce, con sabor a chocolate.

Soñé que me decías lo que siempre has tenido que decirme.

Soñé que me voy a ir al mar para morirme como una sirena vieja y feliz, mientras veo esa puesta de sol que nunca he imaginado siquiera.

No sé si contigo, o con él, o con aquel, o con nadie o con todos y todas.

Solo sé que esa puesta de sol será memorable.

La silla de ayer

jueves, 3 de enero de 2013

Nuevo

Es nuevo esto de la ausencia confirmada y sabida. Bien pensada, analizada a detalle y deshecha hasta lo mas profundo.

Si, -lo pensé muy bien-, tal como dijiste, pero la realidad es que lo he venido pensando desde el día aquel en que nos reencontramos. Siempre lo supe, y bien distinto era no quererlo confirmar, no querer sacarlo del cerebelo para ponermelo en la boca con ese punto final.

Y así pasaron alrededor de diecisiete meses en los que puse todo mi empeño en no desintegrar todo lo que hubo y lo que hay. Tomaba decisiones a medias, sin ganas, sin ese atrevimiento total que se desprende de la lengua cuando te sale ese "ya llegó el final" radical y absoluto.

Ese que es como el último cigarro que me fumé una vez. Ese que me atacó un lunes caminando por el centro de mi ciudad un anoche de lunes dando taconazos seguros y absolutos en el que decidí que ya no quería vivir esa vida que vivía hace ya mas de tres años y del que nunca me he arrepentido por un segundo.

Y se me acomoda un dolor pacífico que sacudo dulcemente con un plumero rosa para voltear la cara de todos los espacios que tienen tu recuerdo mientras me instalo una sonrisa en la boca que pronuncia tu nombre en silencio.

Porque dentro de poco, solo nos quedará el nombre del otro en los labios, tragándonoslo en las noches para dormir sin soñarnos nunca mas.

Pero...

Tu lo sabías, siempre lo supiste, al igual que yo. Y ahora, no nos queda mas que tener nuestros nombres sostenidos en el recuerdo de la punta de nuestras lenguas en el último beso que nos dimos.

Tu en mi sonrisa