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domingo, 7 de julio de 2013

La restauración

El corazón de vidrio soplado apareció estrellado en piso, con el agua de nuestras lágrimas escurridas alrededor.

Días antes de dármelo dijiste que el mío se ahogaba en un llanto mudo. Habíamos hablado sin parar hasta bien entrada la noche. Bebimos un Nebbiolo de una casa bajacaliforniana que se llama Nubes y me dijiste cuando atardecía que tenía ojos de caimán.

Me reí, no eran mis ojos los que veías, eran los tuyos.

Nos veíamos como espejos uno del otro, queriendo meternos en los sentimientos ajenos y cruzarlos hacia el cuerpo contrario con cada sorbo de vino rodeados de las chispas mágicas de veladoras e inciensos que habíamos comprado por la mañana en el mercado. Deseábamos sin saberlo, palabras, sentimientos y pensamientos del otro para hacerlos nuestros. Decías alguna palabra y deseaba que hubiera salido de mi boca, te retrataba con las manos alguna imágen y tu la querías para guardar en tu memoria.

Y después de muchas palabras habladas y otras no dichas pero adivinadas, me fuí a dormir borracha de lágrimas y con Nubes en la cabeza y tu saliste a la lluvia. Regresaste en algún momento de la madrugada empapado y te metiste desnudo y frió en la cama para abrazarnos como espejos que somos, sin necesidad de hacer el amor o tener ese sexo etereo que explota y libera todas esas lágrimas nunca antes lloradas en un orgasmo que mata por algunos segundos para resucitar en una paz llena de estrellas.

La nueva historia que se me tejió sin darme cuenta en la cabeza después de encontrarme con los añicos de vidrio rojo, se llama "restauración", y no sé si es por la película que vi hace unas horas, por el vino que tomé anoche o  por la manipulación que esa mujer hizo en mi plexo solar hace menos de una semana, o tal vez por las nubes tan bien dibujadas e inasibles que han rodeado como murallas mi ciudad para esconder la exhalación del volcán que no quiere explotar.

Me restauro hoy domingo con Merlina a mis pies en un ronroneo que me ha durado tres años constantes. Me restauro en un domingo 7, el número favorito del yang de mi yin que perdí cuando me tocaron el manipura chackra.

Me restauré ayer cuando sonó el timbre de la puerta anunciando que habías llegado para llevarme con rumbo desconocido a hablarnos de nuestras dudas y tristezas. De nuestros miedos, y de nuestras ilusiones. Nos hicimos confesiones a medias y me absolviste de pecados por cometer mientras yo rezaba rosarios inexistentes sin culpa alguna en una sonrisa a medio dibujar llena de satisfacción en forma de pecado original.

Me recordabas, como siempre lo haces, a mis trece o catorce años cuando me dabas lecciones de vida tomando una taza de café y yo te miraba detrás de mis ojos de caimán recién nacido tratando de absorber cada palabra que decías y medir cada movimiento que hacías. Estaba enamorada como me pude enamorar a los catorce o quince o dieciséis con música de Styx y Asia de fondo. Por eso, no te lo dije anoche, veía Remington Steele, porque tal vez era la forma mas abstracta y perfecta en la que podía tenerte como se sueña a los catorce y sus meses mas o meses menos. 

Me restauraste ayer sin saberlo tu, sin decirtelo yo, porque en los últimos tiempos has estado presente para darme un empujón sin siquiera rozarme en el camino que decidí tomar. Te dije, sin decírtelo a ti con nombre y apellidos, que las personas aparecen y desaparecen con motivos mas importantes de lo que nunca creemos o creímos cuando ya se fueron o las dejamos ir. Como tu y tu mujer de lunas llenas, o como yo y la decisión de soltar a ese hombre que me amó en el destiempo de cada día 7 de muchos meses.

Y después te fuiste a Chinchorro y yo me fuí a Chuburná donde me senté frente a mi playa, hasta que salió la Sirena de las espirales para cantarle una canción de cuna a mi ātman 

       -hasta qué me quedé profundamente dormida-

Y tuve ese sueño...

-ese de encontrarme en un bosque de niebla en Veracruz con todos los espejos donde no me he mirado-.

Lágrimas secas