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domingo, 31 de octubre de 2010

Domingo lento

Aparece con una hora de más.
Parece que se queda mudo y silencioso. Que los relojes de arena, de sol, de pulso y de pared van en segundos eternos, y todo por una hora de más.
Dejo a mis hijos y entonces la que se queda en silencio soy yo, manejando la carretera sola con un paisaje de domingo anaranjado en puesta de sol en cámara lenta.

Contrasta violentamente con un viaje apenas hecho un día antes con risas y gritos cantando. Con pláticas interrumpidas con mas risas.
Con tráfico. Con un accidente. Acompañada.
Y hoy en silencio y sola pero acompañada de mis piensos.
Conecto el ipod y hago un recuento de varios días (¿o semanas?) que bien caben en un domingo tan largo.

No sé por qué pienso en mi mamá y en la carta que escribió a los cinco hermanos unas horas antes...
Yo con mis hijos fuera.
Mi hermana con sus hijas en la costa oeste de otro país por una semana.
Mi hermano el menor con su amigo en ese otro país pero en la costa éste.
Su gemelo haciendo la Ruta de Santiago a pie, en algún punto, pisando conchas de Santiago que marcan esa ruta.
Mi hermana la menor, en la Provenza.

Y pienso en ella extrañándonos porque estamos fuera de nuestras casas aunque no vivamos con ella, y diciendo que "siente que es un fin de semana extraño" aunque no nos tiene con ella bajo ese techo de esa casa que fué y es de todos. Todos felices, creo yo, incluyéndola a ella que nos extraña.

Y vuelvo a una pregunta que me hice ayer...consecuencia de otra pregunta. Un, "¿qué te hace falta?"

Y hago otro recuento que bien cabe en un domingo tan largo que tiene una hora de más mientras escucho para matar un silencio a Joaquín Sabina...
Soy feliz, ¿qué me hace falta? Seguir sintiéndome feliz.
Nada mas.
Y entonces me canta Sabina:

"...Porque voy a salir esta noche contigo
se quedarán sin beatas las catedrales
y seremos dos gatos al abrigo
de los portales..."

Y decido que esa es la canción que quiero bailar contigo cuando te vea otra vez.
"Bailar lo calmadito", como dices tu, con esa canción...

viernes, 29 de octubre de 2010

Día eterno

Pared en Odesa. Foto: S
Hoy es uno de esos días.
Pero en verdad.

Porque hay días que pasan y solo podemos pensar que han sido largamente complicados...

Pero hoy, último viernes del mes de las lunas, apenas dan las nueve, y parece, -en verdad, repito-, que han pasado tres días en uno. Y en espiral además.

Hoy, así como ese amigo escritor, escribe una novela que dura un instante, así puedo yo a la IanMcEwan, escribir una novela de mi día, que se llame "Viernes", o..."En la calle de Odesa", o..."Memorias de un día de octubre", o "Descubrimiento"...puedo inventar mil títulos...

Sensaciones.
Momentos.
Pasos etéreos en un mundo material.
Voces que aparentemente no se pueden entender que provienen de otras tierras lejanas.
Historias que se asumen, historias que se comprenden.
Eventos que se sacuden y se guardan en una cajita de laca con llave, para otra ocasión (NOTA: nada desaparece, solo se transforma)
Todo ésto mezclado en un vaivén inconexo de trabajo, de sobrecarga de trabajo.
Sin tiempo de pensar siquiera en comer.
Sin...sin darme un respiro...

Pero...pasado el medio día, si me dí un respiro.
Un respiro para salir unos minutos a la calle, sola. A caminar la cuadra. A caminar nerviosamente para encontrar equilibrio en la cabeza, para hacer un yin-yang entre los piensos y los sientos...

Y, por increible que parezca...Por primera vez, en casi dos años (si: dos años, veinticatro meses, mas de setecientos días), observé detenidamente la pared que está frente a la mía, cruzando la calle...

Una media pared llena de cuadritos de una aparente "talavera"...
Me quedé ahí, sin medir el tiempo. Observando, mirando y viendo.
Absorbiendo lo que ha estado frente a mis narices tanto tiempo y había pasado desapercibido...

Y para prueba...por supuesto...una foto...

miércoles, 27 de octubre de 2010

Dos veces

Dos veces me pasó en poco tiempo.
Anoche me quedé dormida fuera de mi cama, y al despertar no supe dónde estaba.
Esa desorientación en tiempo y en espacio que pasa contadas veces, pero que pasa.

Lo mismo al amanecer hoy, a las 6:00am que es cuando religiosamente suena el despertador.
Sonó y me descontrolé nuevamente, abrí los ojos para saber dónde estaba: en mi cama revuelta.
Despeinada con mi nuevo corte de pelo. Caliente por haberme dormido con bata encima del camisón bajo el edredón.

Y recordé mi sueño.
Me robaban otra vez.
Robaban mi anillo, el de diamante, el que no he usado en muchos años.
Robaban mi perla con oriente rosado.
Robaban, -por supuesto-, mi computadora otra vez, revolvían toda mi ropa...
Pero no robaban el anillo púrpura, ese que aún no ha llegado a mis dedos...
Eso me dió alegría. Sentí una especie de victoria que los ladrones no supieron y eso me dió mas gusto.

Y yo pensaba...
¿No se supone que éstas cosas no pasan dos veces? ¿que un rayo no cae en el mismo árbol dos veces?
Sentí miedo en el sueño. Y también me enojé.
Sentí...

domingo, 24 de octubre de 2010

Domingo silencioso

Merlina y yo. Foto S
Así pasó desde que desperté.
La vecina no tosía. El perro no ladraba. No había alguien preparando un jugo. No había olores a pan tostado, o a huevo. Parecía que no se movía ni el sol.

Una vez más, desperté antes del despertador.

Una vez más la cama amanece deshecha sin tí.

Tal parece que ahora en sueños me muevo de un lado a otro para imaginar que dormiste entre las "sábanas bonitas", -diría Mercedes-, yo diría las "Calvin Klein suavecitas que estaban en oferta", tu dirías, "las sábanas brigidianas".

Yo pensaría, las sábanas donde hicimos el amor.
Donde dormimos, despertamos, reímos, lloré (tu no lloraste...), nos abrazamos, nos tocamos sin parar...
Pero las sábanas amanecen revueltas, porque me paso de mi lado al tuyo para calentar los dos. Para no permitir que se enfríe ninguno de los dos.
Como si la cama se hubiera vuelto una enferma de celos desde que la dejaste.

Pero el silencio es el asunto de hoy. El silencio nublado que entra en mi recámara porque no hay un pedacito de sol como con los vecinos.
El silencio que acompaña una post-luna-llena-de-octubre.
El silencio de un día veinticuatro sin tí.
De un domingo de dominguear.

Me levanto y pongo la bata suavecita. Tengo frío. Dormí sin pijama, sin camisón.
Me preparo la tetera de todos los días.
Me acuesto en el sillón naranja y Merlina viene a mi.
Parece que me quiere decir...

"Aquí está, aunque no lo veamos...aquí está con nosotras, y estará siempre..."

Y me lo dice, en silencio, en un domingo que parece mudo, donde mis respiros que llevan tu nombre tampoco se escuchan...no vaya a despertar a los vecinos...

jueves, 21 de octubre de 2010

Hacer feliz a alguien

Uno nunca sabe a quién hará feliz.
Así es la ley de la vida.

Iba en el coche y recibí una llamada con un número extraño, no identificado.

Hola, me dijo, soy Leidi...

En el verano, llegó el momento de la abstracción del mundo, del reconocerme como soy, del pensarme y del no pensarme.
De ahí surgió el comienzo de éste presente. De ahí llegó lo que hay en este momento.
El parteaguas.

Llegué a un lugar en medio de la selva, en medio de verdes y en medio de nada...

La luna llegó a sincronizarse con mi cuerpo, y sin previo aviso llegó lo que supuestamente llega cada 28 días a cada mujer, que en mi caso...¿por qué no?...no sucede así.
Leidi se ofreció a ayudarme y a darme toallas que no encontraría sino hasta "Las Guacamayas" a tres kilómetros caminando...Y una cosa llevó a otra, y comenzamos a hablar de su vida, sin preguntar y sin responder.
Me contó que lleva siete años casada con Rogelio.
Me atreví a preguntar algo que ahora no hubiera hecho...¿por qué no tienen hijos?
Y me contestó que ella está enferma del corazón y un parto la mataría.
El dar vida, terminaría con su vida.

A los veinte años le hicieron la misma cirugía que a mi papá a los sesenta. Pecho abierto, sacan el corazón, arreglan arterias que sacan de un pedazo de otra arteria del fémur...
El asunto es que esa cirugía siempre tiene garantía de diez años, y ya se cumplieron hace varios.

Leidi necesita operarse nuevamente para poder tener lo que quiere, que son hijos...

No quise prometer nada, pero mencioné al gran amigo de mi papá en el Seguro Social, trataría de hablar con él para ver si podía ayudarla.

Ella, vive en medio de la selva, en medio de nada mas que verdes.
Ella, nos motivó a trabajar ahora, a mi hermana y a mi, para los niños lancandones.

Hablé con el amigo, le dí los datos, traté de contactar a Leidi. Empezó los trámites, y ya no supe mas.
Eso sucedió hace casi tres meses.

Ayer, cenando con amigos y hablando de nombres fuera de lo común, les dije:
Yo conozco a una Leidi. Vive en Chiapas. Le pregunté si era chol, o tzotzil o lacandona, y me dijo que nada...que ella era chiapaneca...

Y hoy me llama.
Parece que si soy maga, y que la invoqué.
Me dice que todos los días piensa en mi. Que el martes le harán la cirugía. Que ella y su marido tenían planeado venir en diciembre a ésta grandísima ciudad porque personalmente quiere darme las gracias, viéndome a los ojos, pero que no cree que pueda hacerlo. Que la he hecho feliz...

Y le dije...
Leidi, tu eres quien me ha hecho feliz.
Así de simple, así de claro...
Y sé, siento, que te podré ver a los ojos.
Eso quiero.
Y quiero, que la magia funcione para eso, para que pueda ver a Leidi otra vez en mi vida, porque ella no tiene idea de la paz que me transmitió con esa mirada, de las enseñanzas de vida que me dió en medio de la selva, en medio de la nada aparente, en medio de todos esos verdes placenteros.
En medio de mi vida, que aparentemente no iba a ningun lugar, pero que me llevó al aquí y al ahora...

Ella me abrió el corazón, el mío que está sano, con su dulce mirada, con su entendimiento de mujer chiapaneca, de mujer de la selva, de mujer del centro del universo...

Y lloré lágrimas de felicidad al colgar el teléfono con ella, porque aunque ella piense que la hice feliz, quien me hizo feliz, fué ella...

martes, 19 de octubre de 2010

Un diecinueve de octubre

Recibo una inesperada invitación para ir al cine.
Y en el lobby del siempre-vacío cine al que nunca voy...
me encuentro un Premio Nobel esperando ver la misma película a la que yo entraré.
Las manos me sudaron, el corazón se me salía...
Pensé..."Tonta...saqué la cámara de la bolsa hoy en la mañana..."
No traigo "Cien Años de Soledad", ni "El Amor en los Tiempos del Cólera"...
Qué me firme el boleto del cine...
No. Me tomo una foto con el...con Gabo...
Toqué la mano de un dios.
Fuí al cielo y regresé varias veces...

Y además...
Vió la misma película que yo, y se sentó en la butaca atrás de mi.
Resultó ser casi mi vecino. Resultó que nunca va al cine...
Pero hoy fué, a ver la misma "Madre e Hija" con Naomi Watts y con Annette Bening...
¿Eso es magia?
Si. Eso es magia.

domingo, 17 de octubre de 2010

espir@les

Si, las espirales rondan mi vida. Llevan a todo y dan todo, pero llevan a nada también...

"Uno ve lo que quiere ver", me dijeron una vez, y lo apropié casi como un mantra...
Yo veo espirales siempre, y si no, pues me las invento...

Hoy caminaba descalza junto a un borbollón. Veía mis pies paso a paso. Hablaba, reía.
Cargaba. La espalda me pesaba. La cintura también.
Me sigue doliendo ahora, pero valió la pena.

Entré de un clavado de casi tres metros de altura, sin pensarlo. El sabor del agua, ligeramente sulfurado. El agua templada. Nunca pensé ir con un wetsuit como los demás, sabía que no lo necesitaría...Desde otras vidas, he nadado en aguas frías sin problema alguno, y sabía que así sería hoy.

El color, azul perfecto. La temperatura dentro y fuera, perfecta...

Pero antes de hacerlo, cuidadosamente guardé mis espirales y otras cosas de plata: aretes, anillo del índice izquierdo, Claddagh del anular derecho, y la sirena que cuelga de un caucho rojo. Todo lo guardé en mi cartera roja para no perderlo en medio del todo y de la nada...

En un abrir y cerrar de ojos el nitrógeno y oxígeno entraba en mis pulmones. Me hundía y flotaba a placer. Veía todo y veía nada.
Por un momento no ví mas que la nada disfrazada de  arena rebotada...

Ví burbujas que formaban en la superficie pequeñas espirales...

Piedras, plantas, peces. Costales extraños. Aletas ajenas dejando remolinos de agua en espiral frente a mi.

Laberinto en las Estacas. Foto S
Al salir, comencé a caminar sola, -de hecho me perdí-, y encontré una réplica de un laberinto en el piso...
"Réplica del laberinto de la Catedral de Chartres. Siglo XII. Francia.", leí.

No era mas que una espiral truncada en varios puntos.
Podías llegar al todo o a la nada simplemente caminando sobre ese pedazo de cemento con piedritas.

Todo eso medio pensaba mientras no quería pensar en nada, y el sol pegaba en mi cuello y espalda.
Mi mano disparaba la cámara, como siempre, y perezosamente me dirigía a la salida, donde sabía, todos estaban esperando...

Comencé a caminar  en línea aparentemente recta y metí la mano en la bolsa de la chamarra negra.
Ahí estaba, entre mis dedos ya con sus respectivos anillos de plata, el caracol en espiral, que mi hijo me dió después de bucear por primera vez en su vida -y en la mía-, fuera de una alberca...

viernes, 15 de octubre de 2010

He olvidado el miedo

Yo. Foto S
Parece mentira que hace apenas tan poco -o tan mucho- tiempo, haya sentido miedo por algo que ni siquiera puedo describir.

Y no puedo describirlo porque no puedo decir: "era miedo a estar sola, era miedo a crecer, era miedo a enfermarme sola, era miedo a morirme en vida, o miedo a tropezarme un dia en la calle (como usualmente me pasa), y romperme la tibia o el cúbito".

Era un miedo indescriptible e indefinido que solo se podía transformar, metamorfosear a un dolor agudo en el pecho lleno de tristeza también indefinida.

Y el día llegó en que se fué. Me abandonó. Me puso a prueba con un accidente y con un robo entre otras cosas. Con vulnerabilidad humana.

Pero si recuerdo un miedo en especial.

Tenía miedo a los viernes.
Miedo al fin de semana donde estába sola sin quererlo, y no quería estar con nadie. No quería hacer nada mas que dolerme mas y mas, sádica y masoquisticamente a mi misma. Cuchilladitas.
No quería comer ni cocinar ni ir al cine, pero lo hacía.
Ni salir a cenar o a comer, -pero salía-, y estaba y no estaba en otros lugares.

Ahora que lo veo dándole re-wind a mi película...

Parece como si mi cuerpo hubiera andado solo por un tiempo, sin mi.

Mi alma se quedaba todos los días aquí, en mi nueva casa, que ya no es tan nueva. Caminando por las esquinas. De espaldas a las ventanas. Rumiando tristezas aparentemente prohibidas. Llorando lágrimas secas. Doliéndome dolores sin nombre.

Y ahora, llega un viernes y llego a él suspirando por un fin de semana por venir. Por crear.
Porque los fines de semana se crean, se sueñan y se añoran por adelantado.

Escucho a mis hijos y sus músicas internas y externas.
Escucho a mi Merlina: me habla. Reconozco sus maullidos y sus caricias.
No es una gata, es una maga. Me enseña y le enseño.
Escucho mi silencio y me agrada.
Escucho voces enamoradas y me salta el corazón.
Veo esos dedos tocando el bajo e invento danzas rituales.

Tomo vino y brindo con un Atlántico de por medio.
Tomo un libro para leer y siento el pasar de sus hojas con las yemas de los dedos y a veces me quedo estática por segundos con presencias en forma de letras o de energías a mi alrededor.

Y subconscientemente sé que llamo presencias pasadas, presentes y futuras, sin preguntarme ¿qué pasará?...
Otras veces lo hago plenamente consciente, en la mente o en los sueños, y me escuchan.

Ahora, lo que pase, pasará simplemente...

La magia está en cómo dejar que entre en mi, y cómo acomodar todo.

Y sé que ahora, todo se acomodará bien, entre mis auroras boreales, mientras en una tarde de viernes cualquiera, pero que no es cualquiera, me siento en mi sillón anaranjado, con una copa de Cabernet Sauvignon, y me preparo para los fríos por venir con mis calcetines a rayas...

jueves, 14 de octubre de 2010

Misma temática

Iglesia de los Angeles, Col. Guerrero. Foto S
Si.
Los colores.
Hoy ví un incandescente e indecente cobre fundiéndose.
La primera imágen, al entrar en ese taller fué la de fuego color verde esmeralda.
El lugar, aparentemente patético, lo era todo, menos patético...
Lo fundían y lo vaciaban en chaponeras desde un recipiente que parecía mágico...
"¿qué es?" pregunté a mi papá.
"Es cobre".
El recipiente que parecía salido de cuento de Tolkien era de grafito, al rojo vivo.
El líquido soltaba flamas verdes poco mas pequeñas que las del caldero detrás.

Todo ocurría en una casona porfiriana en el corazón de la colonia Guerrero...

¿Colonia Guerrero?
Me sonaba peligrosa. Me sonaba a Tepito. Me sonaba a rumbo nunca visitado. Jamás en la vida...
Yo, niña de escuela de monjas...¿qué diablos tenía que hacer en la Colonia Guerrero, de edificios porfirianos, de donde se ve Tlatelolco, donde encuentras casas de interés social construidas post-terremoto del 85...?

Pues allí estuve un par de horas. O mas. Caminando por el barrio. Conociendo a Don Napo, el guapo de la refaccionaria, con quien platiqué cerca de media hora, y le compré un aparato extraño para hacer resistencias con el dorado de las medallas.
Calderos con cobre. Foto S
Es un barrio como los que ya no existen.

Los Valencia, los hermanos, hijos de los hermanos que mi papá conoció antes de cumplir mis años, en el mismo barrio, haciendo lo mismo: fundiendo, laminando y vendiendo cuatro metales: cobre, latón, alpaca, y una "tumbaga"...-combinación de cobre con nosequé-.

Un barrio con una iglesia: la de los Angeles, montada frente a un parque extraño: frío y de barrio a la vez.
Iglesia con una Señora de los Ángeles que parece se sale de la fachada...que hizo el "maestro" de mi papá, Fidias Elizondo...

Cosas tan diferentes. Fuera de lo común. Tanto así que en un momento, caminando por el parque, le dije a mi papá:

"Tu me llevas a lugares que jamás imagino. Puedo apostar mi vida, a que ninguna "mamá de la escuela" ha pisado, o pisará éste parque de la Colonia Guerrero.
Mi vida, eso apuesto..."

Pero, no me sorprendo.
Con mi papá...siempre me pasa así...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Azul acero

El perfil del Iztaccihuatl apenas se dibuja tratando de alzarse y alcanzar la estrella del amanecer (¿o del atardecer....?)

El cielo pasa del verde al azul. Tiene toques de negrura. Parece que si mi dedo pudiera llegar hasta allí, y me lo llevara a la punta de la lengua sabría a acero frío. A troquel sin templar, de esos que usamos para hacer medallas. Amargo, aunque no parece amargo en absoluto. Simplemente parece como cada amanecer: diferente al anterior, irrepetible, arrebatado, inasible.

Veo mi reloj, el verde, en mi muñeca izquierda: 7:01am
Veo el reloj en mi coche: 6:54am
Veo el reloj en mi teléfono: 6:52am
Así que no se realmente a qué hora está pasando lo que estoy viendo.
Tal vez necesito un reloj Moebius.

Todo ésto pasa en esa calle, donde hay una glorieta con tres coyotes de bronce.
Pasa cuando aparentemente hay 13 grados de frío, -o de calor-.

Me veo vestida en azul cielo, jeans y cinturón del Coronel Tapiocca reversible, con el lado azul hoy, el que ven los demás.
El cinturón me detiene los pantalones. Pero me detiene también los sientos que llevan a arrebatos incontrolables que se sienten como una daga en el corazón...

Ah...

Pero me gusta sentir esos arrebatos en el corazón.
Me gusta sentir esa quemadura.
Me gusta recordar la punta de esa lengua recorriendo las líneas de vida, de amor y de salud, de trabajo y de dinero, de infidelidad y de fidelidad en mis manos.

Me gusta sentir cuando cierro los ojos, la punta de esa lengua en mi cuello.
En mi espalda.
Besos fríos, sibéricos.

En la línea de mi cintura.

Haciéndo círculos en espiral, en mis espirales.

En diferentes colores.

Hoy...
En azul acero.

De lengua fría, de aire soplado sobre piel húmeda.

Y me aprieto el cinturón del tal Tapiocca mas fuerte, para que no se escape un solo siento arrebatado por nada ni por nadie...

martes, 12 de octubre de 2010

Sales

De repente volteo la cara y me topo con espacios de tiempo, de ser, de estar. Sin aroma, sin sabor.
Son minúsculos espacios, casi insignificantes.
Hoy me topé con uno a eso de las nueve de la mañana, mientras parecía que alguien me comía a pedacitos en una isla caribeña.

Son esos momentos, que se quedan pegados al lado, durante todo el día.

Día en el que no me he podido sentar siquiera a tomar un vaso de agua, pero que he sentido el sabor insípido rondándome a diestra y siniestra.

Porque todo empezó con un color anaranjado al amanecer...que veo, observo, miro, estudio y paso con todos sus colores de los ojos al alma.
De los veos, a los piensos y luego a los sientos.
Y cuando parpadeo para procesar ésto, me quedo en silencio pensando que no hay nadie a mi lado, -fisicamente-, que piense y sienta lo mismo.

Que me diga: "me abruma ese anaranjado como a ti"...

Y después de intentar procesar ese anaranjado, paso a ese comer-en-pedacitos, y me siento insípida.
Insípida y no sé porqué.

Siento que me falta sal, pero una buena sal.

En mi cocina tengo cuatro sales: sal de cocina común y corriente marca Elefante, sal de la Camarga, -Fleur de Mer-, sal rosa del Himalaya, y sal de la Costa Chica de Guerrero.

Las cuatro sazonan completamente diferente.

La Elefante evito usarla a menos que sea un caso de extrema urgencia.

La de la Camarga la compré cerca de Aigues-Mortes hace muchos años, o en Santas Marias del Mar, no recuerdo exactamente, esa se usa para platilloes seductoramente especiales, mismos que hace muchos años no cocino.

La rosa del Himalaya es nueva adquisición.
Tan nueva que apenas he hecho dos o tres platillos que ni recuerdo con ella. Me ha tomado ésta sal por sorpresa, distraida, dispersa, conociendo y re-conociendo nuevas partes de mi vida mientras me ajusto un cinturón del Coronel Tapioca en mis pantalones tipo cargo con un arrebato en el corazón.

La sal de la Costa Chica.
Pienso en ella y pienso en mi mamá.
Cada Semana Santa que acampamos durante diez o quince años en esa playa vírgen, todos los días, -muy a la irlandesa-, pedía papas al pueblo mas cercano. Las limpiaba y caminando iba a la orilla de la playa a llenar una olla con agua de mar.
Ahí ponía las papas a hervir. En agua de mar.
Por eso, cuando hago papas, las hiervo con chorros de sal de la Costa Chica...a ver si me quedan sazonadas como a mi mamá.

sábado, 9 de octubre de 2010

A los ocho años

Trato de imaginarme. De recordarme. De sentirme.
No puedo.

Es un hecho, se básicamente lo que hice a los ocho años, no lo trascendente, -aparentemente-:

Ya nadaba, bastante.
Iba en segundo de primaria (¿o tercero?), seguramente también hacía gimnasia. Patinaba. Jugaba tenis.
Jugaba en la escuela resorte, matatenas, kickball...
¿multiplicaba?. Si sumaba y restaba. Para entonces ya había leído la colección completa de los Siete Secretos de Enid Blyton.

Mi mamá me revisaba la tarea por las tardes. Mi papá probablemente nos contaba historias que solo él puede contar.
Mi mamá nos hacía galletas. Té negro.
Nos daba disprinas si nos sentíamos mal, -las infantiles-, o desenfriolitos.
Y eran el remedio para todo: panza, cabeza, oído, tristeza.

Mi papá llegaba a las seis de la mañana a despertarnos con un beso: ya estaba bañado, rasurado y olía a loción. Manejaba todas las mañanas para llevarnos, con mi mamá de copiloto y algún hermano en medio de los dos. Algunas veces yo. Un gran pleito entre cinco...

Sé que Lety era mi amiga en la escuela. Sé que Chirris lo era en la alberca.
Sé que Maya era mi sombra y yo la suya, desde entonces.
Sé que era la mayor de cinco hermanos en total.
Mis hermanos, los gemelos, tenían dos años.

Un año antes había ido a Irlanda.
Un año antes hice la Primera Comunión y de ese día si que me acuerdo.

Eramos mas de diez las que la hicimos.
Todas con vestidos largos, como de novia. Tocados de flores, chongos...

Y yo, con vestido corto, arriba de la rodilla, calcetas blancas con un ribete de encaje muy delgado y zapatos blancos. Medio velo sostenido con una diadema con flores sedosas que puedo sentir toco ahora mismo...

Mi mamá puso a calentar sus tubos (eran una modernidad). Me llenó la pelirroja cabeza con ellos y me puso una sedosa pañoleta encima por un rato...
Y el resultado en mi lacio pelo eran unos chinos tipo caireles que duraban un par de horas que mi pesadísimo cabello medio largo deshacía automaticamente después de un rato.

Odié el vestido corto.
Era la única diferente en la iglesia y en el desayuno donde todos los papás se pusieron borrachos bajo las furiosas miradas de las mamás que solo querían dar pan dulce, tamales y chocolate...

Ahora no odio ese vestido.
Fué diferente, y mi mamá sabía que sería diferente.
Además era un vestido irlandés. Un velo irlandés.

No puedo recordar más de mis ocho años...

A los nueve sé que ví a Juan Pablo II en mi escuela, la de monjas, a menos de un metro de donde estaba parada.
A los nueve, -ya recordé-, aprendí las multiplicaciones.
A los nueve, tuve un pleito en recreo con Fernanda, esa niña que me daba pánico, que era una cabra descarriada y la oveja negra de su familia y de la que acabé siendo gran amiga a partir de ese día hasta hoy.

Y hoy, a mis cuarenta...

Solo puedo pensar en una criatura de ocho años.
Una niña a la que no he tocado ni besado ni abrazado siquiera, pero ya es parte de mi vida y entró suavecito en ella.

Y no quiero ponerme en sus zapatos, esos que miden lo que un pie de una niña cualquiera, de cualquier país, de ocho añitos...

Solo sé que la quiero. Solo sé que Brígida ayudará a que lo que pase, lo que tenga que pasar y como tenga que pasar, será lo mejor para todos...

Bueno, eso es lo que quiero imaginar, pensar, soñar y sentir...

Solo quiero que se sepa querida por todos, en todo momento, por siempre, para siempre...

(Habrá que estudiar sus líneas de vida, esas que tiene tatuadas en las manos, izquierda y derecha...las de su nacimiento, y las de su libre albedrío...)

domingo, 3 de octubre de 2010

Una bellota

Bellota. Foto S
ManYi, hermana gemela de Brígida es una Matahari del s. XXI.
Ni ella misma sabe lo fuerte que és.
Solo tiene contadas flaquezas.

Una son los empeines.
Nadie puede tocarlos, son martirizantemente escandalosos cuando alguien intenta poner un dedo encima, o la sombra siquiera de esos mismos dedos.

El otro punto débil es cuando Ion se va de misión secreta.
Y es un punto débil porque no sabe a que rincón del planeta lo mandan las fuerzas secretas, ni por cuánto tiempo.

Esta vez, quedaron de verse en un café de barrio de la calle Ajusco para tomar una cerveza artesanal, una Tempus, bien fría que acabó en una no planeada sopa de mejillones. Y luego en otra.
La duración de la reunión era incierta.
Bien podían haber sido nueve minutos, que nueve días.
Resultaron varios días, pero confundidos entre relojes que marcan diferentes horas, y un boleto de avión con fecha mas temprana a la esperada, no hicieron mas que planear el no planear nada, y dejarse llevar por esa enorme ciudad.

Cuatro ojos viendo lo mismo durante muchas horas bajo miradas de Ray Ban y sin ellas deteniéndose frente a Humboldt, al reloj turco, en un striptease barato que intentaba ser un musical de ¿jazz o blues?, en una calle llena de librerías cerradas, en el lugar de Las Luciérnagas donde vieron uno de los cielos mas estrellados que habrían de recordar para siempre.
Tomándose las manos inconscientemente.
Él bailando por las banquetas.
Ella sonriendo y cantando en bajito para no desafinar el baile de Ion.

Al llegar la despedida, ella se quitó de la muñeca la pulsera que protege contra los malos espíritus mientras tintinea cada vez que mueve la muñeca derecha.
El le dió una foto en papel.  Atrás, con tinta azul escribió algunas palabras en ruso que solo él y ella entienden.

Hubo momentos de confusión y algunas lágrimas con un dolorcito agudo en el pecho que anticipa noches en soledad, comidas sin compartir, bebidas sin brindis anticipados por ese futuro compartido que tienen una proximidad inexacta en éste presente...

Y, cuando ManYi se subió al coche para regresar al Sur, metió sin pensar la mano en la bolsa derecha del pantalón blanco de lino arrugado de tanto dominguear, y se encontró mágicamente con una bellota, que minutos antes, estaba en la chamarra negra de Ion.

Esa bellota la cuidará de los malos espíritus, mientras se encuentran nuevamente ManYi e Ion en Túnez, en el agosto mas caluroso por recordar de todos los tiempos, de todas las épocas y de todas las vidas: las suyas...