Mis favoritos

miércoles, 13 de febrero de 2013

Sueño en las pestañas

Acostada en el cubículo cinco, el de todas las mañanas, escuchaba a la señora Sanjuana hablar en voz baja y constante con el hijo que la acompaña los martes.

A lo lejos, -que en realidad es a la altura del cubículo cuatro-, Nax imponía movimientos a Dalila para que moviera el brazo izquierdo que le había paralizado el infarto cerebral de hace unos meses. Ana doblaba toallas y acomodaba los ultrasonidos o las lamparas de luz mientras ponía la música de todas las mañanas que parecían iguales unas a las otras. Las mismas mujeres allí, los mismos movimientos, las mismas circunstancias y tan diferentes historias.

Y así estaba Sanjuana y sus casi ochenta años llenos de artritis en un monólogo constante y rítmico que solo escuchaba el hijo de los martes porque ni a mi ni a nadie nos interesaba escuchar, hasta que dijo eso que parecío gritar, eso que se coló por el techo de los cubículos hasta aterrizar en mi camilla:

"tengo el sueño en las pestañas"

Por un momento me pareció que me lo había dicho justo en la oreja para que se me metiera directo a la conciencia.
Que me lo había dicho solamente a mi.
Y después estuve segura que así había sido.

Yo también tenía sueño en las pestañas, pero también telarañas en las pupilas, madejas enredadas en el iris del ojo derecho, y basuritas en el izquierdo.  Varias noches en las que duermo pero no descanso, en las que anoto y desanoto la lista de lo que quiero y lo que no tengo pero no miro lo que tengo al alcance. Lo que deseo y lo que he dejado ir.  Lo que me quema de ansias por tocar y lo que dejé de mirar hace siglos.

Y también tenía enojo en las pestañas, y ganas de golpear en la punta de los dedos.  Y quería gritarte y mentarme la madre y también deseaba aborrecernos.

Y simplemente, quería seguir enojándome. Quería estar furiosa.

Y en la tarde te lo conté, a ti, mientras la silla de madera se mecía con los rayos de sol y me miraba con media sonrisa diciéndome cosas que no entendía.  Y después el enojo se hizo intolerable y se disfrazó de seriedad. Y la rabia se volvió indiferencia. Y el tiempo se volvió largo y lento. Y me dí cuenta que estoy en una pausa que me desquicia y me pone frenética.

Pensé que seguramente sería un trance hormonal, y pensé en dormir para quitarme el sueño de las pestañas y las marañas en el alma. Y quise recordar esos tiempos en los que era niña, y aquellos en los que fuí madre, también en los que he estado enamorada, en los que he sido tan feliz como enojada estoy. Y si que los recordé, y si dormí, y si soñé con las pupilas y las pestañas.

Soñé a la mecedora con sus rayos de sol y su baile lento y cadencioso sobre el suelo, sentí esos amores y desamores que me llevan a una sonrisa que suspira con aroma dulce, con sabor a chocolate.

Soñé que me decías lo que siempre has tenido que decirme.

Soñé que me voy a ir al mar para morirme como una sirena vieja y feliz, mientras veo esa puesta de sol que nunca he imaginado siquiera.

No sé si contigo, o con él, o con aquel, o con nadie o con todos y todas.

Solo sé que esa puesta de sol será memorable.

La silla de ayer