Mis favoritos

miércoles, 15 de agosto de 2012

Lágrimas de San Lorenzo

Todo gira alrededor de nuestra energía.

Tu y yo manejamos la rotación de la Tierra, la traslación al Sol, me pusiste en los dedos los anillos de Saturno, y detuvimos las erupciones de los volcanes. Decidí deterner un huracán en el Golfo mientras tu detenías el deshielo de un iceberg.

Desde que te soñé y te deshice en cristales y azúcar nuestra esencia viaja de mi a ti, de ti a mi.

Me seduces con una palabra al oído, te llamo en silencio con una imágen.  Enloqueces con ese ruido que suena detrás de tu cerebro todo el día, me desboco con tu tacto.  La templanza fué ahogada en un vaso de agua, y brindamos con dos copas de vino helado mientras eliminábamos la memoria a corto plazo y comíamos queso y pan nutriendo de sensaciones ésta, nuestra otra vida, y gestábamos la futura.

Dejé la copa de vino en la mesa y te mordí el labio mientras me sentaba sobre ti a horcajadas. Tomé tus mejillas con las palmas de las manos y las acaricié apenas. Tus ojos me miraban desde el fondo y tu respiración se hizo pesada, densa y grave como tu voz que se me aloja sin permiso en las células. En todas las células y su memoria.

Te conté todo lo que ha pasado en mis últimas doce vidas mientras me recorrías la espalda con la punta de los dedos y la espina dorsal se me desdoblaba electricamente.

Nuestras lenguas se reconocieron en un nuevo baile y tus manos no dejaban un centímetro libre de piel y leyéndome como libro abierto los días ausentes de nosotros.

Te dije que las taquicardias me iban a matar mientras detenías las manos sobre mi piel y me susurrabas que precisamente de eso se trataba mientras te volvía a morder el labio y te desfajaba la camisa sin prisa y mi lengua te hablaba en el caracol de tu oreja derecha.

-Estás hecha a mi medida-, me dijiste

-No te vayas nunca-, te respondí

Y después, dejé de recordar lo que pasó porque me distraje con las Perseidas que no dejaban de llorar mientras nos veían perdernos en nuestras constelaciones y nos olvidábamos de los sentidos.

Y cuando me dijiste lo que sabes que necesitaba escuchar en el caracol de mi oreja izquierda, susurrándolo lentamente y eternamente, con esa voz tan ronca, tan pesada, tan llena de ti y de mi, de nosotros y de toda la rotación de la Tierra, el Sol se acercó un poco mas a nosotros y nos hizo estallar como nunca y como siempre.

Viendo las Perseidas

jueves, 9 de agosto de 2012

Sueños de cristal

Desperté con ruidos de cristal rompiéndose.

Y ahí habías estado.

Te sentías aún. Tu lado de la cama seguía tibio, la forma de tu cuerpo seguía marcada entre las sabanas que olían a nuestro amor, tu mano seguía caliente sobre mi cintura y respiraba el aire que acababas de exhalar.

Te desvanecías con los restos de la noche y con el comienzo del día, pero te sentía mas que nunca. Me preguntaba si estarías sintiendo lo mismo y me contestaste desde allá que si.

No quería decirte que con ésta era la séptima noche seguida que soñaba contigo porque hubiera parecido una mentira aunque sabes que no lo es. Te busco y te encuentro en mi otra vida, la nocturna, que es mas real que la de cualquier mañana común y corriente, o la de una tarde de agosto.
Y quiero dejar de buscarte pero nos encontramos a la vuelta de la esquina y no hacemos mas que quedarnos viendo...así, con los brazos a los lados, esperando el abrazo que no nos damos y sintiendo en la boca el beso que detenemos para que no se nos escape y prenda el motor de lo inasible.

Y decidí no decirte y comenzar a barrer los cristales rotos en el piso.
Se me antojaban, me seducían, me daban taquicardia...los apretaba entre los dedos y se convertían en azúcar que sentía dulcemente deshacerse en mis manos. Se convertía en polvo de estrellas y se dibujaba en voces escritas en mis palmas, formaba palabras que nacían desde mis líneas de vida y con la punta de la lengua las saboreaba mientras sonreía y te seducía.

Sé que volverás cuando te invoque a mis sueños. Se que no me abandonarás. Me ven tus ojos las noches que quiero me vean y nos reímos con la mirada, te acaricio desde el esternón hasta el ombligo y me meto desde la nariz por tus omóplatos hasta las yemas de tus dedos.

Pero, los sueños se rompen, y llegara uno en el que me despida de ti con las manos, porque las cuerdas vocales me las congelaste en el cielo ese día que baje sin paracaídas, y te diga que mis sueños te abandonan, porque ya no pueden romperse mas de tan rotos...

viernes, 3 de agosto de 2012

Desde dentro

Mi vientre se convirtió en lava, roca negra de lava. Se tensaba en inhalaciones y se encogía  en exhalaciones.

Me deshice en evaporarte, me endurecí del esternón al hueso púbico.

Me revolví en la cama lo que pareció una eternidad, y cuando ya no pude dormir mas, tomé la piel de mi abdómen apenas con las puntas de mis dedos. Era tan suave y doloroso mi tacto me parecían garras las que me abrían en dos para sacar esa roca inerte, pesada, atrapada.

Las puntas de mis diez dedos se colocaron en el esternón, donde sentí mi corazón con una fatiga inmensa, como corazón de abuela melancólica y viuda que duerme con su gata a los pies de la cama.

Tal como sentía me devolvería el espejo en cuanto me viera en el.

Tenía que levantarme a inaugurar mis pasos, que me sonaron ligeros, no pesados como los otros días.  Tan ligeros que bien podría haber estado muerta y recorriendo un Purgatorio exactamente igual a mi cama, mi piso, mi baño y mi cocina.

Decidí que me ganaría el Paraíso en la Tierra, así que mientras mi piso se convertia en arena de mar, me acerqué caminando a tu playa, la recorrí lentamente, el sol me pintaba con un poco mas de pecas, las arrugas me surcaban las ideas y el aire se enredaba en mi pelo y lo trenzaba de mil formas distintas mientras yo me detenía en tu piel de sal eternamente, para no dejar un solo pedazo libre de mi.

La arena tenía las estrellas de mar que están en la mesa de la sala, tenía mis cuarzos, -rosas-, fluoritas y un corazón de latón.

Las iba tomando una a una y prendiendo a mi piel y a la tuya para deternernos los desamores de las últimas vidas.  A ti te parchaba pedazos donde se te iba saliendo el alma, y te los cosía con algas y agujas hechas de erizo de mar.  Aproveché para pintarme con tinta de calamar los ojos, para ponerme polvos de coral en los labios, me hice pulseras de conchitas y con hojas de palmera me cosí un vestido de princesa.

La vida se iba cada siete y cada nueve olas, pero regresaba con la misma frecuencia disfrazada de marejada, otras de tormenta tropical, y otras mas estática de lo jamás hubiera podido imaginar.

Empecé a respirar sal evaporada que se iba incrustando lentamente en mis arrugas y las desaparecía.  Las canas se me taparon con un moño hecho de corales, y en los pies, en mi lado secreto, había peces rojos, azules y amarillos que me mordían mientras me veían muertos de risa.

El viento se me empezó a colar por el caracol de la oreja izquierda y cuando me dí cuenta tenía tus manos rozándome la nuca, después los hombros, y acabaste abrazándome por detrás. Cuando se acomodó el abrazo, los dos nos quedamos viendo el horizonte. Sentí tu respiración, escuché tu corazón y en tu sombra adoré mas tu perfil con labios de pecado. No podíamos vernos a los ojos porque sabíamos que podríamos romper el hechizo, y suave y lentamente empezaste a casi deletrearme el juramento.

Y yo te lo juré de regreso.

Los peces nos mordían los pies a los dos, la piel me quemaba, la sal nos adormilaba, y cuando explotó la ola que tenía forma de espirales rotas, me hiciste una promesa muda que no llevaba una sola palabra de amor.

Y traté de comenzar a sonreir tranquila, hasta que la sonrisa y un comienzo de paz se empezó a instalar en la yema de mis dedos y parecía que la roca de lava comenzaba a hacerse polvo.

Y te lo volví a jurar de regreso toda la mañana, aunque no me escuchabas ya, porque un rayo verde del horizonte te había llevado con el.

Y seguí jurándotelo.

Y seguí jurándomelo.

Desde dentro. Desde donde solo tu existes.

Pie de la Cuesta