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domingo, 30 de diciembre de 2012

Y así

Y así, sin mas, me dejaste ir.

Y así, sin mas, me fuí.

Sin voltear atrás. Sin decirte que era el último beso que nos daríamos. Sin decirte que no habrá otra oportunidad, -hemos tenido dos-, la tercera sería como otro meteorito cayendo en Yucatán.

Y así, sin más, abrí la puerta, entré, me senté en el sillón naranja y me quité los zapatos, y pasó el día, la tarde y la noche.

Y en la noche me desperté tres o cuatro o cinco veces, y supe, porque lo sentí, que tu estabas despierto. Supe que siempre esperaste que diera el golpe final, el KO, esperabas y exprimías hasta el último segundo, pero incluso en el último segundo sabías que había muchas posibilidades para que me arrepintiera y no tuviera el valor de darme la vuelta y no girar la cara para echarte el último vistazo como el cursi de cualquier película de Hollywood.

Y así, sin mas, dejé de decirte muchas cosas a cambio de repetirte otras miles. Un día dejé de soñar contigo para no dejar de soñarte los últimos diez días religiosamente, incluso anoche, entre verdad y sueño, tu me despertaste al menos dos veces, sabiendo que si abría la boca para decirte algo, sería un arrepentimiento y volver a entrar en el círculo vicioso que me tenía empantadada.

Tal vez por eso, estos últimos días, así sin más, decidí que mi Selva sería ahora el Mar, -pero el mar de Yucatán-, esa mi Punta Cometa que nunca conocí pero ahora descubrí, esa que siempre he buscado y que no tiene mas que aire que el que viene a cada ola.

Y así, sin mas, me di cuenta, que la simpleza de un gran futuro se respira con aire que huele a sal y que canta con la voz de Armando Manzanero.  Así sin mas el gran futuro tiene tu recuerdo y el mío enlazados en nuestras lenguas con ese último beso acelerado porque tenías prisa cuando yo nunca la tengo, en ese inevitable yin yang que siempre nos atrapó.

Y así, sin mas...sola, pero caminando en espirales de nuevo, no dando vueltas dentro de un círculo, atorada hasta las entrañas de ti y en ti...

-lo cual no significa que me arrepienta un solo segundo de todo y de nada, mi cielo-

Cielo con Norte, Yucatán





sábado, 29 de diciembre de 2012

Saliendo del círculo

Y me fuí hincando con parsimonía.

Hice click al seguro, y abrí lentamente la caja de contenidos tan ajenos a mi. Tenía que apoderarme de ellos, así como tenía que abandonarme de ti. Toqué rozando lo que había dentro, era frío, masculino, despiadado, asesino, mortal, tan ajeno a mi, a mi ser, a mi sentir, y sin pensarlo, como también sin entenderlo, cerré la caja azotándola con un golpe medio intencionado.

Todos mis movimientos han sido lentos el día de hoy. Quiero sentirlos, ingerirlos y digerirlos. Quiero acabarte en un mes que termina con un año.  Quiero razonarme en un día que comenzó temprano cuando me vestí para tí de dentro hacia afuera. Como si fueramos a hacer el amor aunque claramente te había dicho que no quería hacerlo. Aunque claramente desde dentro moría de ganas de hacértelo, de sentirme en ti desde los ojos hasta la punta de los pies, como siempre, desde siempre, hasta siempre.

Y sin querer, sin planear, sin pensar (mas que lo pensado en círculos durante una eternidad), sabía que el fin real, sería este, el de hoy, el de un parsimonioso día veintinueve de un mes último de un año que desde que comenzó hace casi doce meses, quería que terminara...

Y sin querer, de tajo, cerré lo que pensé, lo que sigo pensando -que no podré cerrar-, mientras hablábamos alrededor de esa mesa redonda, en ese sillón anaranjado, con ese té que sorbía como si tuviera doce años como me lo dijiste riéndote con esa risa que me desarma, -la edad en la que te tropezaste en mi vida-, y alrededor de tu chocolate caliente, que a tus cuarenta y ocho, tomabas nerviosamente como si tuvieras...tus mismos cuarenta y ocho...que a veces me parecían ochenta y ocho, y otras dieciocho

...pero cuando bailábamos...ahí me parecías de treinta y ocho y no quería soltarte para que no te me escaparas, y cuando hacíamos el amor, me parecías de veintiocho, y cuando nos reíamos, me parecías de ocho.

Y hoy, me parecías más de cuarenta y ocho que siempre...

Y yo, que no podía decirte las cosas, parecía de nueve, y me removía en el sillón, sin atreverme a dar ese paso, que -hoy-, sabía a ciencia cierta que sería el final de nuestras vidas.

Salir del círculo que un día me pinté alrededor del cuerpo...era como un hula hop, como una crinolina de vestido de boda que siempre traía puesta pero sin el vestido, como un anillo de Saturno aunque yo parecía Marte y me creía Venus, como una dona enorme de chocolate, de esas donas que nunca me han gustado aunque el chocolate me fascine, como un plato de porcelana chino sobre el cual estaba parada y del que algún gigante me comería, o como un aro de fuego del circo que no me atrevía a saltar montando algún tigre a menos que fuera del Cirque du Soleil...

Y mientras me hincaba frente a esa caja negra, tenía tanta nostalgia de tí, que me sentía como de cuatro años y extrañas a tu mamá que salió de viaje a la playa porque como Sirena que es se tiene que mojar las escamas de vez en vez...

Por eso decidí cerrar esa caja tan masculina, tan "marca Truper", tan llena de martillos, clavos, tornillos, y cosas que no entiendo y dejarte allí dentro, con el seguro puesto, mientras me miraba las uñas de color rosa que me había pintado rápidamente antes de verte hoy. Mientras se me resbalaba el pelo de la trenza que me hice después de peinarme también para ti hoy, mientras veía mis crocs rosas, esos que irremediablemente quisieras cambiarme y que nunca hubieras podido porque yo jamás lo hubiera permitido.

Y con parsimonia, acaricié la caja con mis uñas rosadas y pensé que así se debe sentir cuando alguien se te muere, alguien a quien nunca mas vas a ver...alguien a quien amaste tanto que diste todo lo que quisiste dar, alguien a quien adoraste con cada centímetro de piel, como lo que te adoro con cada centímetro de mis cuarenta y dos años de piel tatuada con mi alma y mi verdad, la mas pura, esa que te entregué.

Mi caja de herramientas

lunes, 24 de diciembre de 2012

Chuburná

Chuburná me deja aunque ni en el más remoto sueño pienso dejarla.

Chuburná me trajo ese paréntesis de paz que no podía ver si no hubiera estado en ella. Me regaló un Norte por primera vez en mi vida, aire cíclico que acariciaba como adolescente torpemente, intensamente las palmeras, junto con olas pequeñas, pero que bien ahogarían a cualquier Sirena aún con las escamas secas de tanta experiencia.

Me trajo a ti, me alejó de ti, me llevó a nosotros y nos desapareció por largas horas en las que ni tu ni yo supimos por donde comenzar a buscarnos. En dos olas que rompieron a mis pies me trajo la verdad que necesitaba rodeada de la mentira con la que la disfrazo siempre. Me llenó de eso que no sé cómo se llama, -pero si cómo se siente-, y que me hace sonreír con los ojos, en un chapuzón helado debajo de un puente.

Me puso al oído muchas canciones de Armando Manzanero que ya sabía cantar pero en otro tono. Me puso gaviotas que comieron de mi mano y volaban estáticamente sobre mi. Me alejó con un inmenso pedazo de tierra de mis hijos, pero los acercó a mi con sus carcajadas mientras removía arena con el pie derecho una de varias mañanas que caminé sus playas.

Conocí a Julian Barnes y su Sense of an Ending, y cené con Carlos y Alejandrina y su acento yucateco. Comencé a deshebrar un Atlas de Nubes con David Mitchel y despedacé algunos sudokus. Me arrullé en una hamaca azul rey y en una rosa pálido. Tomé seis cervezas que encontré en el minibar y comí dos chocolates Ritter. Hablamos por teléfono y cruzamos mis latitudes con tus longitudes esa tarde que el Norte tocó tierra helándome hasta el tuétano.

Fotografié Chuburná hasta las entrañas. La respiré tanto y tan intensamente que se me pintaron de azul cielo y mar gris los pulmones.

Me olvidé de San Nicolás, de Santa Claus, de Papá Noel y de días largos, llenos de gente en la Ciudad que nunca duerme, allá donde siempre he vivido. Me prometí un futuro apresurado al que no sé cómo llegaré, pero sé que podré. Me vi sola en ese futuro y me quise llorar unas lágrimas pero era demasiado compadecerme de esa forma en un lugar tan perfecto, donde no cabe, no hay espacio para el menor sentimiento antagónico a la felicidad que me llenó por muchos días....tantos días que solamente fueron seis...

Y después, en la mañana, en la mañana de hoy, me despedía de las olas, y les pedía, a cada una de las siete que conté, que nunca me hicieran olvidar qué tan feliz fuí esos seis días.

Seis días con el mejor regalo de cumpleaños que he tenido en cuarenta y dos años.

Y justo cuando dejaba las murallas que le pinte a la entrada, con enormes puertas de Mar y de Tierra, la realidad me atrapó en un instante, en ese instante donde sin decírmelo, me bajabas de la nube, esa que elegí para volar cuando pronuncié "Chu-bur-ná", con voz tímida y quedito, hace unos días, cuando decidí eso que decidí y que sólo le dije a la séptima ola....

-eso que susurré tan quedito que ni siquiera la octava ola alcanzó a escuchar-

Mi Chuburná

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Maniática de la explicación

Tengo un cansancio alojado en las crestas iliacas que parece dolor.  Es ese cansancio que pega a nivel molecular un día después de amar. El cansancio se desborda a ratos en jalones en las ingles, a los costados de la cintura, debajo de las costillas, pero también a lo largo de ellas, me recorre el esternón y me baja hasta el pubis.

-y es que cualquiera diría que ayer se me acabó el mundo perdida en tu piel-

Y así fué.

En mis planes no estaba mas que decirte dos o tres palabras, y cuando me dí cuenta sonaba el corcho que destapaba la botella de nuestro vino favorito, -ese vino del que siempre hay una botella en el fondo del refri, arriba de las verduras-.

Te iba a decir dos o tres palabras y cuando me dí cuenta, chocaba mi copa con la tuya en una carcajada que enredó nuestras lenguas.

Tenía un memorandum escrito en el cerebro con puntos a discutir, y cuando me dí cuenta, tus manos me llevaban al sillón donde siempre nos contamos historias de nosotros, y estaba sentada a horcajadas sobre ti.

-y es que te iba a decir dos o tres palabras explicando detenidamente mis decisiones últimas, esas unilaterales que implicaban una bilateralidad cruzada en grave peligro de extinción-

La idea era decirte unas cuantas cosas que olvidé mientras te desabotonaba la camisa en pausas y me detuviste los borbotones de ideas que se gestaban en mi plexo solar diciéndome:

"Dos cosas importantes tengo que decirte, la una es que te amo, y la otra es que eres tan bonita que ahora estás preciosa"

...o algo así dijiste...porque después del te amo que pronunciaste como nunca se te había escuchado, me olvidé de las explicaciones bien fundamentadas que tenía programadas en el cerebelo.

Maniaticamente, maquinalmente, metodicamente, lentamente, suavemente, seguí desabotonando tu camisa, desentrañando los secretos de tu alma que ya no me parecen tan secretos. Con solo ver tus ojos mientras ves los míos, sé que nuestro tiempo es eterno.  Tengo esa certeza en el corazón, la siento en las yemas de los dedos mientras recorro tu pecho, y la respiro en la piel de tu cuello.

Y en el espacio se queda suspendida nuestra historia, mientras el reloj da vueltas, mientras el sol calienta la tierra de nuevo, mientras la luna manda poner olas en el mar, mientras te desplomas sobre mi cuando callo mis manías y dejo de explicarme lo que no tiene explicación ni sentido ni propósito.

Y volteo a mi izquierda para tropezar los ojos con los libros desordenados en la repisa pensando cual será el siguiente que quiera leer, cuando veo "Bonsai de interior" y "Minerales de México" y me salta el corazón, y me entra la necesidad de sembrarme un bonsai, y de hacer una llamada telefónica urgente que no marqué hasta doce horas después.

L-ibros