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viernes, 3 de agosto de 2012

Desde dentro

Mi vientre se convirtió en lava, roca negra de lava. Se tensaba en inhalaciones y se encogía  en exhalaciones.

Me deshice en evaporarte, me endurecí del esternón al hueso púbico.

Me revolví en la cama lo que pareció una eternidad, y cuando ya no pude dormir mas, tomé la piel de mi abdómen apenas con las puntas de mis dedos. Era tan suave y doloroso mi tacto me parecían garras las que me abrían en dos para sacar esa roca inerte, pesada, atrapada.

Las puntas de mis diez dedos se colocaron en el esternón, donde sentí mi corazón con una fatiga inmensa, como corazón de abuela melancólica y viuda que duerme con su gata a los pies de la cama.

Tal como sentía me devolvería el espejo en cuanto me viera en el.

Tenía que levantarme a inaugurar mis pasos, que me sonaron ligeros, no pesados como los otros días.  Tan ligeros que bien podría haber estado muerta y recorriendo un Purgatorio exactamente igual a mi cama, mi piso, mi baño y mi cocina.

Decidí que me ganaría el Paraíso en la Tierra, así que mientras mi piso se convertia en arena de mar, me acerqué caminando a tu playa, la recorrí lentamente, el sol me pintaba con un poco mas de pecas, las arrugas me surcaban las ideas y el aire se enredaba en mi pelo y lo trenzaba de mil formas distintas mientras yo me detenía en tu piel de sal eternamente, para no dejar un solo pedazo libre de mi.

La arena tenía las estrellas de mar que están en la mesa de la sala, tenía mis cuarzos, -rosas-, fluoritas y un corazón de latón.

Las iba tomando una a una y prendiendo a mi piel y a la tuya para deternernos los desamores de las últimas vidas.  A ti te parchaba pedazos donde se te iba saliendo el alma, y te los cosía con algas y agujas hechas de erizo de mar.  Aproveché para pintarme con tinta de calamar los ojos, para ponerme polvos de coral en los labios, me hice pulseras de conchitas y con hojas de palmera me cosí un vestido de princesa.

La vida se iba cada siete y cada nueve olas, pero regresaba con la misma frecuencia disfrazada de marejada, otras de tormenta tropical, y otras mas estática de lo jamás hubiera podido imaginar.

Empecé a respirar sal evaporada que se iba incrustando lentamente en mis arrugas y las desaparecía.  Las canas se me taparon con un moño hecho de corales, y en los pies, en mi lado secreto, había peces rojos, azules y amarillos que me mordían mientras me veían muertos de risa.

El viento se me empezó a colar por el caracol de la oreja izquierda y cuando me dí cuenta tenía tus manos rozándome la nuca, después los hombros, y acabaste abrazándome por detrás. Cuando se acomodó el abrazo, los dos nos quedamos viendo el horizonte. Sentí tu respiración, escuché tu corazón y en tu sombra adoré mas tu perfil con labios de pecado. No podíamos vernos a los ojos porque sabíamos que podríamos romper el hechizo, y suave y lentamente empezaste a casi deletrearme el juramento.

Y yo te lo juré de regreso.

Los peces nos mordían los pies a los dos, la piel me quemaba, la sal nos adormilaba, y cuando explotó la ola que tenía forma de espirales rotas, me hiciste una promesa muda que no llevaba una sola palabra de amor.

Y traté de comenzar a sonreir tranquila, hasta que la sonrisa y un comienzo de paz se empezó a instalar en la yema de mis dedos y parecía que la roca de lava comenzaba a hacerse polvo.

Y te lo volví a jurar de regreso toda la mañana, aunque no me escuchabas ya, porque un rayo verde del horizonte te había llevado con el.

Y seguí jurándotelo.

Y seguí jurándomelo.

Desde dentro. Desde donde solo tu existes.

Pie de la Cuesta



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