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viernes, 6 de mayo de 2016

Piedra y caracol

Hay días que regreso al pasado reciente y me sale fuego de la yema de los dedos, especificamente índice y cordial, y tengo pequeñas implosiones en el plexo solar que me achican, me encogen, me atrapan en sueños alucinados donde cierro los ojos y veo crestas de olas que rompen en mi espalda y piernas.  Abro la boca y saco la punta de la lengua tratando de atrapar gotas de lluvia donde no llueve, entonces la cierro para respirar con la boca y puños cerrados, ojos apretados pero oídos alertas.

Todo parecería indicar que me encuentro abrumada, absorta en dolores inexistentes cuando en realidad me siento mas resucitada que nunca antes.  Mas viva que ayer,  mas enérgica que antier y mas recién nacida que hace 46 años.

Y entonces abandono mi cuerpo y me veo desde arriba, como ángel de mi guarda, como alma colgada de mi misma melena, y me veo de espaldas, recorro con la mirada de mi alma mi cuerpo hecho ovillo, capullo, redondo de carnes y marcada la columna vertebral partiendome en dos mitades casi exactas -pero no-, y quiero tocarme pero mi alma no tiene tacto, solo vista y olfato. Me respiro y quiero alcanzarme el cuello y vuelvo a recordar que no tengo dedos, y entonces quiero comerme con los ojos...

...y entonces llega un silencio, donde mi cuerpo tiene los oídos alertas y trata de escucharme arriba, aún colgada de la trenza que me tejí en la mañana...

y cuerpo y alma empezamos a quedarnos quietas, inmóviles, absortas una en cuerpo y otra en espíritu, sin movernos, solo sientiéndonos, buscándonos estáticamente, pausadamente, rítmicamente.

La del cuerpo siente el mareo del mar de fondo que nadó el fin de semana, la del alma, ella no siente nada aparentemente, pero no importa, no tiene que sentir, con solo asirse a la trenza es suficiente, solo flota sin sentido y disfruta esa expansión que no sabe cuánto mide pero que debe pesar unos 6 gramos de aire que la del cuerpo respira con olor a algas.

La del alma suspira lentamente haciéndose aún mas larga, como lo largo que puede ser un sueño justo antes de despertar cualquier amanecer, y la del cuerpo abre las manos para cerrarlas enseguida atrapando una piedra lisa y gris en la diestra y con un caracol blanco con manchas rosadas en la siniestra, aferrándose a la inmaterialidad de esos dos seres inertes que le ponen los dos pies sobre la tierra.

y entonces la del cuerpo pone las manos en la trenza y la del alma se le mete de nuevo al cuerpo

Y así acabó un segundo de mi vida, que parecío toda una vida

Sirena de piedra


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