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sábado, 22 de septiembre de 2012

Nadir

Me detengo en la lentitud de mi amanecer de otoño y me sostengo de tu mirada acomodándome en el recuerdo con cada partícula tuya.

Es lo único que me habita el resto del día. Me recorre como un escalofrío la columna que me abraza cada vértebra. Quiero regresar el tiempo, para hacerte eterno entre las yemas de mis dedos.

Y paro en tu respiración y me cuelgo a tu boca de donde absorbo bocanadas de tu alma.

Y quiero que el tiempo no se me escurra por los dedos y me resigno sin fuerza al final mientras desaparece tu fantasma y me cierras la puerta detrás sin voltear siquiera a verme de reojo.

Y pasan las horas de la mañana y la tarde y me quedo bebiendo- lo que me parece una inmensidad de tiempo.

Y se me descuelga tu alma porque te la llevas con las pisadas, pero me detengo en un instante mientras te recorro con los labios la frente. Y abro la mano en tu espalda acariciándote hasta los pulmones mientras se me escapa un gemido que se cuela por la ventana para salir por la calle detrás de ti, columpiandose en tu bolsillo izquierdo y metiéndose en tus pantalones.

Y levanto las piernas para ponerlas en los brazos de la silla de plástico donde estoy sentada a las doce del día, y te saco por mi cenit, pero te vuelves a mi por el nadir, y te me cuelas entre las piernas y te me metes de nuevo hasta el corazón.

Y me doy cuenta, que no sé qué hacer con esta lentitud de tiempo en el que te recorro recreándote con caricias abstractas y ausentes.

Y que no estás.

Que no estarás nunca.

Y que es cuando más metido te tengo y no quiero dejarte salir.


Entre mis piernas

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