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lunes, 24 de diciembre de 2012

Chuburná

Chuburná me deja aunque ni en el más remoto sueño pienso dejarla.

Chuburná me trajo ese paréntesis de paz que no podía ver si no hubiera estado en ella. Me regaló un Norte por primera vez en mi vida, aire cíclico que acariciaba como adolescente torpemente, intensamente las palmeras, junto con olas pequeñas, pero que bien ahogarían a cualquier Sirena aún con las escamas secas de tanta experiencia.

Me trajo a ti, me alejó de ti, me llevó a nosotros y nos desapareció por largas horas en las que ni tu ni yo supimos por donde comenzar a buscarnos. En dos olas que rompieron a mis pies me trajo la verdad que necesitaba rodeada de la mentira con la que la disfrazo siempre. Me llenó de eso que no sé cómo se llama, -pero si cómo se siente-, y que me hace sonreír con los ojos, en un chapuzón helado debajo de un puente.

Me puso al oído muchas canciones de Armando Manzanero que ya sabía cantar pero en otro tono. Me puso gaviotas que comieron de mi mano y volaban estáticamente sobre mi. Me alejó con un inmenso pedazo de tierra de mis hijos, pero los acercó a mi con sus carcajadas mientras removía arena con el pie derecho una de varias mañanas que caminé sus playas.

Conocí a Julian Barnes y su Sense of an Ending, y cené con Carlos y Alejandrina y su acento yucateco. Comencé a deshebrar un Atlas de Nubes con David Mitchel y despedacé algunos sudokus. Me arrullé en una hamaca azul rey y en una rosa pálido. Tomé seis cervezas que encontré en el minibar y comí dos chocolates Ritter. Hablamos por teléfono y cruzamos mis latitudes con tus longitudes esa tarde que el Norte tocó tierra helándome hasta el tuétano.

Fotografié Chuburná hasta las entrañas. La respiré tanto y tan intensamente que se me pintaron de azul cielo y mar gris los pulmones.

Me olvidé de San Nicolás, de Santa Claus, de Papá Noel y de días largos, llenos de gente en la Ciudad que nunca duerme, allá donde siempre he vivido. Me prometí un futuro apresurado al que no sé cómo llegaré, pero sé que podré. Me vi sola en ese futuro y me quise llorar unas lágrimas pero era demasiado compadecerme de esa forma en un lugar tan perfecto, donde no cabe, no hay espacio para el menor sentimiento antagónico a la felicidad que me llenó por muchos días....tantos días que solamente fueron seis...

Y después, en la mañana, en la mañana de hoy, me despedía de las olas, y les pedía, a cada una de las siete que conté, que nunca me hicieran olvidar qué tan feliz fuí esos seis días.

Seis días con el mejor regalo de cumpleaños que he tenido en cuarenta y dos años.

Y justo cuando dejaba las murallas que le pinte a la entrada, con enormes puertas de Mar y de Tierra, la realidad me atrapó en un instante, en ese instante donde sin decírmelo, me bajabas de la nube, esa que elegí para volar cuando pronuncié "Chu-bur-ná", con voz tímida y quedito, hace unos días, cuando decidí eso que decidí y que sólo le dije a la séptima ola....

-eso que susurré tan quedito que ni siquiera la octava ola alcanzó a escuchar-

Mi Chuburná

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