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sábado, 29 de diciembre de 2012

Saliendo del círculo

Y me fuí hincando con parsimonía.

Hice click al seguro, y abrí lentamente la caja de contenidos tan ajenos a mi. Tenía que apoderarme de ellos, así como tenía que abandonarme de ti. Toqué rozando lo que había dentro, era frío, masculino, despiadado, asesino, mortal, tan ajeno a mi, a mi ser, a mi sentir, y sin pensarlo, como también sin entenderlo, cerré la caja azotándola con un golpe medio intencionado.

Todos mis movimientos han sido lentos el día de hoy. Quiero sentirlos, ingerirlos y digerirlos. Quiero acabarte en un mes que termina con un año.  Quiero razonarme en un día que comenzó temprano cuando me vestí para tí de dentro hacia afuera. Como si fueramos a hacer el amor aunque claramente te había dicho que no quería hacerlo. Aunque claramente desde dentro moría de ganas de hacértelo, de sentirme en ti desde los ojos hasta la punta de los pies, como siempre, desde siempre, hasta siempre.

Y sin querer, sin planear, sin pensar (mas que lo pensado en círculos durante una eternidad), sabía que el fin real, sería este, el de hoy, el de un parsimonioso día veintinueve de un mes último de un año que desde que comenzó hace casi doce meses, quería que terminara...

Y sin querer, de tajo, cerré lo que pensé, lo que sigo pensando -que no podré cerrar-, mientras hablábamos alrededor de esa mesa redonda, en ese sillón anaranjado, con ese té que sorbía como si tuviera doce años como me lo dijiste riéndote con esa risa que me desarma, -la edad en la que te tropezaste en mi vida-, y alrededor de tu chocolate caliente, que a tus cuarenta y ocho, tomabas nerviosamente como si tuvieras...tus mismos cuarenta y ocho...que a veces me parecían ochenta y ocho, y otras dieciocho

...pero cuando bailábamos...ahí me parecías de treinta y ocho y no quería soltarte para que no te me escaparas, y cuando hacíamos el amor, me parecías de veintiocho, y cuando nos reíamos, me parecías de ocho.

Y hoy, me parecías más de cuarenta y ocho que siempre...

Y yo, que no podía decirte las cosas, parecía de nueve, y me removía en el sillón, sin atreverme a dar ese paso, que -hoy-, sabía a ciencia cierta que sería el final de nuestras vidas.

Salir del círculo que un día me pinté alrededor del cuerpo...era como un hula hop, como una crinolina de vestido de boda que siempre traía puesta pero sin el vestido, como un anillo de Saturno aunque yo parecía Marte y me creía Venus, como una dona enorme de chocolate, de esas donas que nunca me han gustado aunque el chocolate me fascine, como un plato de porcelana chino sobre el cual estaba parada y del que algún gigante me comería, o como un aro de fuego del circo que no me atrevía a saltar montando algún tigre a menos que fuera del Cirque du Soleil...

Y mientras me hincaba frente a esa caja negra, tenía tanta nostalgia de tí, que me sentía como de cuatro años y extrañas a tu mamá que salió de viaje a la playa porque como Sirena que es se tiene que mojar las escamas de vez en vez...

Por eso decidí cerrar esa caja tan masculina, tan "marca Truper", tan llena de martillos, clavos, tornillos, y cosas que no entiendo y dejarte allí dentro, con el seguro puesto, mientras me miraba las uñas de color rosa que me había pintado rápidamente antes de verte hoy. Mientras se me resbalaba el pelo de la trenza que me hice después de peinarme también para ti hoy, mientras veía mis crocs rosas, esos que irremediablemente quisieras cambiarme y que nunca hubieras podido porque yo jamás lo hubiera permitido.

Y con parsimonia, acaricié la caja con mis uñas rosadas y pensé que así se debe sentir cuando alguien se te muere, alguien a quien nunca mas vas a ver...alguien a quien amaste tanto que diste todo lo que quisiste dar, alguien a quien adoraste con cada centímetro de piel, como lo que te adoro con cada centímetro de mis cuarenta y dos años de piel tatuada con mi alma y mi verdad, la mas pura, esa que te entregué.

Mi caja de herramientas

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