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miércoles, 12 de febrero de 2014

Fray Angelico

Hoy me vestí de negro, me enfundé las piernas con medias negras, tacones altos de aguja, me colgué una cruz de plata de filigrana al cuello, y me encaminé a la Catedral.

Me colgaba del antebrazo una pequeña bolsa cuadrada de piel, y me dí cuenta que me había puesto unos delgados guantes negros debajo de mi enorme anillo de amatista. Lentes oscuros ray-ban enmarcaban mis ojos apenas maquillados y me puse en la cabeza la mantilla de mi abuela al entrar a misa de doce.

Era la misa del Beato Angelico, el Fraile de los Artistas, el Mago del Arte, el Semidios de lo que medio hacemos para vivir.  Murmuré alguna oración olvidada mientras hacía una breve genuflexión ante los capiteles y bóvedas que se erguían frente a mi y me besé el pulgar cruzado con el índice con los labios pintados de rojo fuego entreabiertos.

Me senté cruzando las piernas sin perder de vista el péndulo que hace las veces de nivel en medio del pasillo de la nave principal mientras escuchaba al Padre Hernández Schäfler dictar un sermón a los artistas y pedía inspiración divina para seguir creando arte en todas sus modalidades con la vaga promesa de hacerlo sacro y de refilón poder obtener la gracia de entrar en las puertas de algún paraíso inimaginable.

Yo solo veía el pendulo en forma de lápiz gordo y pesado y deseaba descruzar las piernas de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Mis murmullos cantaban a las ballenas del Mar de Cortés oraciones entrecortadas y totalmente paganas y mi cara era tan angelical que el Padre Schäfler estaba a punto de firmarme en blanco un pase directo a formar un Cuarteto con la Santísima Trinidad.

Nos bendijeron a todos por igual, sin darse cuenta que a mi no me llegó ni una gota de agua bendita porque mis tacones ya se largaban a la Sala Capitular, con una música marcando el ritmo de mis pasos.  Y era el Whale Rising Spirit que me tocaba desde el piso y se me subía por las piernas, y se me metía al cuerpo como tu lo hiciste, y me trastocaba la epidermis, -hasta que tomé una copa de Blanco Casa Madero y brindé con el Padre Juan y hablábamos de arte, sacro y profano, rodeados de cuadros pintados con caras angelicales de cardenales, con casilleros de madera marcados con dymos con los nombres de los curas que ofician en Catedral, y así me bebí varios mililitros de Chardonnay, hasta que las ballenas me instaron a salir jalándome de la mantilla de mi abuela que ahora se me resbalaba por los hombros desnudos, y casi sin despedirme, sin mirar atrás, encaminé mis pasos al Zócalo, donde te dije:

"Cristobal, he elegido quedarme con la Sinfonía de Nuestras Ballenas en nuestro reparto de bienes. Debo decirte que ayer las escuche en youtube por horas y horas, que las pedí por Amazon hasta Japón y me llegarán en 21 días",

y claramente, desde el Palacio de Medicina, o desde Arcos de Belén, me respondiste que sí podía quedármelas.

Me puse de nuevo los lentes de sol, subí al coche, y viajé de regreso marcando en mi globo terráqueo por visitado el Perito Moreno junto contigo ese día que vimos los álbumes de fotos de tu historia.


Mi Perito Moreno



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