La primera vez que oí su nombre, casi lo como a besos.
Tengo debilidad por los nombres interesantes, y éste definitivamente es uno de esos que en lo redondo de sus letras podría asegurar tiene una historia interesante.
Y, es que...
Las vidas, aunque aparentemente normales, siempre son interesantes.
Tal vez más interesantes que las vidas de un gran político, que la de un Premio Nóbel, que la de algún poeta, o un gran músico...
Por principio de cuentas, lleva miel en sus letras. Lleva paz, lleva dulzura en inglés -candy-, lleva armonía.
Lleva una esdrúdula diría el Haijin.
Lleva el nombre de mi hijo, diría yo...
Le imagino caminando por las calles de su ciudad con una sonrisa interna a cada paso. Le imagino manos fuertes y trabajadoras. Le imagino lo mismo cuidando plantas en su jardín que cargando un mueble entero solo, sin ayuda, que acariciando dulcemente la cara de un bebé: suyo o no suyo.
Le imagino por las mañanas saliendo y disfrutando el calor a bocanadas o el aire frío, ese que taladra las mejillas al cerrar la puerta y poner un pie en la calle...no necesariamente a trabajar, o al cine o al mercado o al parque o a una cita con el médico...
Simplemente saliendo: de mañana o a media tarde...
Le imagino cerrando la puerta de su casa desde que era un niño y decidiéndose en automático, sin preguntas, a disfrutar la vida en forma de lo que sea que se presente a cada amanecer...
Siento que le va a algún equipo de futbol.
Imagino que debe tener en secreto muchas aventuras que para otros y otras no fueron "tan aventuras"...
Imagino que si no tiene hijos o hermanos, se los ha inventado por la vida. Los ha bautizado como suyos. Los ha acogido de lleno en sus entrañas.
Puede ser que tenga un corazón grande, del tamaño de una berenjena, -tal como una vez, mi hermano menor me enseñó una radiografía suya y así parecía-, pero...no importa el tamaño...Cándido Esteban es de corazón grande porque ama todo y a todos por igual.
A veces se enoja, pero siempre con razón, nunca sinrazón. Y así como se enoja, se desenoja.
Y nunca deja de querer. Nunca. Su religión personal se lo impide...
Definitivamente Cándido Esteban debe trabajar en un lugar donde la gente que lo rodea lo quiere...aunque claro, nunca faltan los envidiosos que le envidian el corazón de berenjena que tiene...
Lo siento, -ya no lo imagino-, caminando por las calles de su ciudad. Dando pasos de quien merece ésta vida. De alguien que la vida merece.
Y algo que siento también, es que si lo conozco un día...(claro que lo conoceré...no hay opción en ésto...), nos abrazaremos y nos querremos desde el primer momento.
No dejaremos de platicar ni de reír.
Nos divertiremos, y alguien, sentado del otro lado de esa misma mesa, nos mirará sonriendo, fumando un cigarro, carcajeándose de nuestras gansadas...
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