Aixa se toca el pecho y siente un hueco profundo.
Camina
arrastrando los pasos, siguiendo las huellas de los gatos. Detrás de
ella siente la cola del vestido también arrastrando. Es de un
shantung de seda bordado con pequeños cristales y perlas, tiene un delgadísimo encaje de Brujas y cruje a cada paso mientras sostiene un velo con el brazo izquierdo. El color crema que nunca quiso ser blanco virginal, se ha llenado tanto de polvo que parece
gris muerto y helado.
Es el vestido de bodas que ya no recuerda si usó o inventó haber usado.
Sus ojos verdes antes luminosos y llenos de sol ahora
parecen dos negros charcos que bien podrían ser del tamaño del mar
Caspio, ese al que nunca fué porque estaba demasiado ocupada saltando
entre tejados mientras trataba de encontrar su sombra en el pavimento de
las calles apenas iluminado por farolas casi fundidas.
Se pasaba
noches enteras sobre techos de edificios, entre antenas parabólicas, cables, macetas hechas de latas oxidadas y
jaulas de tendido.
Se disfrazaba con la ropa de las vecinas que
ponían a secar y olvidaban bajar, se entretenía viendo maridos fumando en las madrugadas, tristes y cansados asomándose por las ventanas sin saber si aventarse a la vida o quedarse encarcelados pagando una penitencia que desconocían. Le divertía ver novios escondiéndose de las farolas para meterse mano y besarse mordiéndose labios y lenguas mientras les temblaba el sexo a mil por hora.
Y se pasaba horas en paz atemporal acariciando gatos de
ojos verdes, amarillos y azules que la seguían mientras veían nacer y morir lunas.
Y
mas lunas.
Una tras otra, hasta que perdió la cuenta de cuántas
lunas habían pasado y cuantos gatos habían dejado de seguirla.
La
ultima luna que recuerda en este momento, con la mano helada queriendo
aprisionar su corazón de vidrio soplado, es la que sucedió un día después de
haber contado relatos y escuchado historias mientras comía helado de té
verde con jazmín y daba sorbitos a un vino que le sabía a risa.
Había
sido una luna tan brillante que se le hincho el pecho con taquicardias
que sonaban como marimba yucateca.
La luna parecía un
sube y baja perfectamente equilibrado.
-Tu estás en el
lado izquierdo, yo en el derecho- y se rió divertida.
Al
día siguiente la luna ya no estaba tan equilibrada, aunque seguía
siendo igualmente perfecta.
Eso recordaba mientras
seguía caminando en ese, su palacio de cristal.
Era frío como un
noviembre agonizante en medio de un frente frío.
Como ese noviembre agonizante de otoño dorado con cara de huracán inventado en el Golfo.
Tenía paredes
azules y ventanas deslumbrantes.
El palacio de Aixa
parecía un amanecer invernal lleno de sol, sin una sola nube, pero frío
como la soledad absoluta.
Aixa se despojaba de vestidos de seda brillante y de lino crudo, de anillos de esmeraldas,
de relojes que marcaban un tiempo inútil, de carruajes decorados con
estrellas plateadas, de billetes arrugados y monedas de oro y plata.
Todo
lo tiraba por una de las ventanas que daba a una calle llena de
grafitis color cielo y tierra, rebeldes y ansiosos.
Nada quería.
Estaba sola.
Su cama, que alguna vez había sido un
paraíso rodeado de libélulas y mariposas blancas con alas de encaje
tenía sábanas de algodones egipcios, mantas de lanas puras y perfectas,
pero era la parte mas fría del palacio.
Aixa lloraba lágrimas de vidrio mientras seguía paseándose por su
palacio diminuto y solitario.
Añoraba ese momento en el
que prefirió no caer de un empujón a ese precipicio que la hubiera
llevado a Punta Cometa. Al mar. A revolcarse en esas arenas no tan
blancas.
A sentir el calor del sol del Pacífico.
A ver lunas
menguantes y crecientes mientras las libélulas disfrazadas de
luciérnagas le trenzaban en su recuerdo inventado el largo pelo.
A
escuchar las olas del mar, mientras con una pluma Caran d'Ache y una
libreta Moleskine imaginaba escribir relatos, con una pluma de halcón
deteniéndole la gran trenza del pelo.
Y mientras,
él, con sus ojos eternos, cuerpo perfecto y alma larga y generosa como el horizonte, rozándole la nuca con un beso, seguramente le
hubiera dicho:
-Acompáñame Princesa, te espero en la séptima ola, vamos a
nadarnos hasta el infinito como siempre lo hemos hecho-
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Lágrimas de vidrio |