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lunes, 5 de diciembre de 2011

El canto de las ballenas

Me gusta en los meses de octubre.

Los agentes de viaje dicen que el mejor tiempo para escucharlo es de noviembre a marzo.

Mentira.

Tampoco dicen que el mejor lugar es San José del Cabo bajo los influjos de la luna llena...

Así las vi una vez. No. Así las escuche una vez. Eran diecisiete. Nueve hembras, tres bebés y el resto machos.
Ellas tenían el tono que te llega al alma. Ellos el que llegaba a la razón. Las crías el que tocaba el corazón.

Todo esto me lo explicaba una Sirena que asomada al balcón de esa habitación que daba al mar bebía conmigo una copa de Cabernet de Coahuila con tintes de eucalipto.

Me decía que ni soy papalote ni hablo con las estrellas del cielo.

Me abría la palma de la mano izquierda para leerme que yo hablo con otro tipo de estrellas...las estrellas de mar. Los nautilius me seducen pero las algas me dan fuerza, la arena de mar me provoca bailar cuando mis pies la sienten debajo, y la sal hace que la sangre me circule a pulsaciones extraordinarias y es por eso lo de la hipertensión que se controla con baños de sol en el Mar de Cortes y un susurro en el oído derecho que huela a aires de Guerrero Negro.

La Sirena se llamaba Merlina y maullaba de cuando en cuando porque recordaba haberse enamorado hace muchas vidas de un hombre que tenía la fuerza de un león y lloraba ronroneos mientras brindaba conmigo con una copa Riedel que brillaba como diamante sudafricano.

Me decía que nunca dejara de tener miedo pero que tampoco dejara de hacer las cosas que mas deseara... Y es así como supe que las verdaderas ballenas viven en el Pacifico y se bañan de recuerdos de todos los que nadan alrededor de Punta Cometa...

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