Eso fué hace tres noches y tres amaneceres, y como siempre, se me van desvaneciendo las sensaciones y los colores se van difuminando.
A momentos me regresan pedazos de imágenes de quiero revelar y fijar en mi piel, pero en seguida se me resbalan de los ojos y de la memoria, trato de atraparlas y no sé cómo hacerlo, ni para qué, así que mejor las dejo ir.
Ella se llamaba Orla en mi sueño.
Se llama Orla, cuando en realidad no tiene ese nombre.
Estás con ella porque no puedes estar con nadie más.
Me lo dijiste sin palabras mientras brindábamos con el Pierde Almas servido en vasitos de veladora con una cruz grabada en el fondo.
Yo exprimía los gajos de naranja enchilados en mi boca, tu solo tomabas pizcas de chile con sal de gusano.
Tu mirada no tiene miedo aunque me digas eso. Solo tienes miedo a perder tu estrella plateada, pero ya dejaste ir ese reloj artesanal que te marcaría un tiempo a destiempo.
Yo, mantengo mis estrellas de mar en la mesa de la sala.
Eran estrellas del cielo y las puse un día sobre la mesa, y el día de mañana seguramente las liberaré en un manantial o en el Pacífico.
No me pertenecen ni les pertenezco.
Y te dije en el atardecer de ayer con el pensamiento que ni soy tuya ni eres mío aunque estamos destinados a una eternidad juntos y separados desde hace varias vidas con una sola misión: que me enseñes y que aprendas de mi.
Además de jugar casi viciosamente nuestros ajedreces mentales, porque claro...yo soy tu Caissa, mientras que Orla, no es nada tuya, es una presencia eterea como lo son todas tus mujeres, excepto yo.
Y tu...
Tu eres mi Bres de los Fomorians, te dije anoche mientras te daba un castísimo beso en cada párpado para que durmieras sin que tu amigo el diablo te iluminara los insomnios.
Luna menguante sobre mi espiral |
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