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martes, 22 de mayo de 2012

Veneno

El veneno respiraba alrededor mío, alguien lo había escupido por la calle y había entrado por una ventana que dejé abierta y cerré a las dos de la mañana con cincuenta y un minutos.

Era invisible, inasible, inoloro pero espeso como pegamento incomodo.

Te ibas y yo me quedaba sin crónica de una soledad anunciada.  Sin aviso, sin alarma, sin carta de despedida.  La señal que me dió el eclipse que solo pude sentir días atrás no me habló de ti ni de tu viaje al inframundo.

Y mientras en un rápido cálculo mental hacía mediciones de tiempo y espacio en un sillón que mide un metro cuadrado donde reposaba mi descanso de sobremesa, el veneno empezaba a volar hacia ti, y por mas que lo traté de asir se me escapaba de los dedos.

Y así ocurría cuando me dí cuenta que me llamabas con un susurro distante desde días atrás y yo no lo escuchaba. O mas bien lo oía pero no ponía atención a tu grito quebrado.
Me hablabas cosas que no te creo. Me hacías reclamos inútiles. Me recordaste a todas esas promesas sin cumplir que me han hecho y que se que mientras se pronuncian se rompen.
A mi no me puedes hablar palabras que mecanicamente le repites a cualquier mortal.

No has entendido las diferencias básicas entre tu y yo y entre tu y ellas

Eres esencia mía y yo soy piel tuya.

Y aunque te cases siete veces, te metas debajo de piedras, te vuelvas del color del cielo y te pierdas en una nube, yo siempre seré tu Punta Cometa, por los siglos de los siglos...

-pero cuídate del veneno que quieren meterte debajo de la piel, porque ni tus demonios serán antidoto suficiente para salvarte, y sabes, lo sabes hasta la médula de tus huesos, que yo no puedo detener ese veneno porque mis dedos tienen polos magnéticos que lo repelen y que solo pueden atraerte bordandome en tu espalda con hilos de seda y punto de cruz en esas mañanas donde nos amanecimos juntos en esa paz que solo tu Punta Cometa te puedo dar-.

Y mientras te espero, rezaré rosarios vivientes y sin pausa con cada fluorita que me cuelga de la garganta y se detiene en mis clavículas, pasándolas por las yemas de mis dedos hasta desgastarlas...como rosario inventado que se le reza a la Diosa del Fuego, para que te traiga con bien y el veneno no te alcance.

Regresarás el camino porque aunque no lo quieras tu y no lo recuerde yo, el antídoto lo tengo escondido en el empeine.




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