Pero hoy dos veces me dí cuenta.
Se cruzaba en mi campo de visión y me estaba viendo.
Sonreía y yo le sonreía de vuelta sin darle mucha importancia.
Se llama Alex, lo conozco hace dos años, o mas. Nunca supe su nombre hasta que oí que él lo mencionó varias veces. Nunca me fijo en los nombres, me cuesta retenerlos.
Ese día todo el vino que me bebía mientras reía demasiado indicaba que no lo retendría, pero él lo repitió tantas veces que acabé por aprenderlo porque además se volvió mi cómplice de él esa tarde y esa noche.
A la tercera vez que giré y me topé con su mirada me dí cuenta que realmente me estaba viendo, y entonces no se porqué me puse nerviosa y desvié la mirada para mejor ver al viejito de la lavandería al otro lado de la calle.
Estaba aburrida, ellos dos hablaban y hablaban en un zumbido mientras yo solo podía pensar en mi.
No los escuchaba realmente, no tenía ganas.
Solo quería y quiero pensar en mi.
Solo quiero solucionar el crucigrama que se me está escribiendo en el alma, el que estoy resolviendo sin saber realmente cómo, sin diccionario de sinónimos a la mano, como mi abuela, que siempre resolvía el del Irish Times con su thesaurus de Oxford al lado.
Solo quiero llegar a escribir cartas en mi escritorio con el papel nuevo que compré y lacrarlas con el sello que hoy descubrí sin buscar, al destinatario que no se si quiera recibir cartas con mi corazón como remitente.
Me había quitado la pinza del pelo y estaba jugando con él.
Ellos seguían comiendo, yo seguía ausente.
Y entonces Arturo aterrizó mi papalote, en el que estaba volando, y empezó a hablar de los dolores que sufren los hombres normales, comunes y corrientes por amores y desamores de mujeres aparentemente normales, pero que son únicas, interesantes y extraordinarias.
Me habló de esa fijación de ese autor que anoté en mi moleskine que está perdidamente enamorado del chino que se le hace en la nuca a la mujer de la que está estupidamente enamorado.
Del dolor que le causa en el corazón.
De la aflicción que sufre por esa pequeñísima área cuadrada de piel de nuca de una mujer.
Y me dijo que yo, jugando con mi pelo, desenredándolo porque apenas me lo había cepillado en la mañana, se lo había recordado.
Y me preguntó si yo tenía chinos en la nuca.
Le dije que no sabía.
-Permíteme-, alzó mi pelo, observó mi nuca y me dijo, -si, si tienes, aquí los tienes-, y con el dedo índice recorrió con dos círculos y medio la pequeña área de mi nuca al lado derecho.
Ví que Alex seguía viendome y sonriendo desde su silla.
Me gustaba cómo me sonreía.
Le sonreí de vuelta, mientras en la mente le contestaba a Arturo, -te equivocas, tengo una espiral en la nuca, no un chino...-
Mi sello, mi lacre, mi papel de china para pedir deseos |
1 comentario:
"El espíritu humano avanza de contínuo, pero siempre en espiral." Goethe
Espero compartir algunos haikús que están arremolinados en un lugar perdido de mi memoria. "¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!"
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