La verdad contenida en esa confesión me retumbó en las orejas y me tambaleó el cuerpo.
El corazón me dolió. Parecía que me ensartaban una aguja de canevá en el pecho izquierdo. Fina y larga.
Profunda. Ardiente herida.
Incierta.
Las manos se me hicieron pesadas, lacias, frías.
El posesivo junto con el mujer es lo mas macho pero al mismo tiempo lo mas conmovedor que he oído en mi vida. No sé bien a bien los alcances que tiene, he olvidado si alguna vez estuve incluida en esa palabra.
No lo sé y me dió nostalgia.
Me dió envidia y me acordé del poeta que me dijo que nunca tuviera envidia de nada ni de nadie.
Me explico ese sabio hombre los limites y no limites de la envidia, la definición real.
La tristeza por lo que otros tienen, me dijo.
Me dijo enojado que no debía estar triste jamás.
Pero si me dió envidia.
Hoy me dió envidia
Me dió envidia no ser esa mujer, no ser ese hombre, ser hoy mujer de nadie.
Envidia de mi misma, de ese lado endeble que es esa mitad mía que quiere ser abrazada por mi otra parte.
Envidia por pisar tierra de nadie. Estar en territorio mío y sentirme extraña en mi propia Patria, no poder salir de mis fronteras, esas que yo misma establecí un día sin sentido alguno marcándolas con una mirada resuelta y aparentemente fuerte y con la verdad absoluta en la mano que se me fué escurriendo como agua.
Hay instantes en mis días que las dudas me aprisionan, pero las ignoro-supuestamente- casi siempre y no volteo ni de reojo a ver el camino andado.
No escucho nada ni a nadie.
No me dejo abrazar ni ayudar, no me dejo levantar ni consolar.
Tal vez por eso soy mujer de nadie.
Rompiendo fronteras |
1 comentario:
Ay, mujer humana, nunca en el estado perfecto, siempre contradictorias, al fin y al cabo humanas, cuando pasen muchas lunas y tengas a tu hombre a lado la nostalgia te hablara al oido y te hara recordar con dicha esa cama vacia que te dio tantos hijos de palabras tan bonitas.
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