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martes, 17 de abril de 2012

Milagro

En la noche durante el sueño vino un ángel.

No hablamos, solo nos miramos.

Se sentó en la cama, jugó mucho rato con Merlina.
A mi no me salían palabras, pero tampoco me interesaba decirlas, no era necesario.
El y yo sabíamos que no las hablaríamos.

Le ofrecí chocolate con sal de mar. Nos terminamos una barra en quince minutos.
Después se levantó y puso a calentar el agua para hacer un té de lavanda para que pudiera dormir.

Regresó siete minutos después con una taza que me puso entre las manos.

Bebí muda.
Me observó mudo.

Me acosté y lo miré sin ver.

Entonces decidió acostarse junto a mi y abrazarme.

Eran las cuatro de la mañana, y a las cinco y media me desperté de una vez por todas.

Ya no estaba.

Solo supe que me había clavado una espina en el pecho y que me escurrían lentas gotas de sangre.

Mojé el dedo índice con mi lengua y empecé a pintarme el cuerpo de rojo con mi sangre, que me supo a milagro frustrado.

Para hervir el agua


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