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domingo, 1 de abril de 2012

Rojo sangre

La historia, pensé haberla visto o soñado.
Ahora no recuerdo como llegó a mi memoria de domingo de abril.

Algo en esa historia me detiene y reclama asuntos que no entiendo y siento una puñalada en el corazón.

Y es que la historia no es la mía, pero parece ser idéntica siendo totalmente diferente.

Algo tiene que me hace pensar en nosotros.
Una palabra o una mirada me recordó a ti.
Y un movimiento me hizo jurar que era yo.

Están en una habitación mal iluminada, acostados en una cama deshecha con sábanas rojas, quieren ser sedosas, pero son baratas, corrientes.
Los veo pero ellos no saben que estoy allí.
Los veo reflejados en el espejo que hay sobre un tocador revuelto.
Sus cosas están en desórden sobre la superficie de madera. 
Hay talco perfumado en una caja de cartón con una esponja como el que usaba mi abuela.
Estoy segura que reconocería el olor pero ahora no lo recuerdo, se me perdió hace tiempo cuando olí otros perfumes en otros tocadores a lo largo de mi vida.
Hay collares largos y cortos, anillos, baratijas, cajitas de diferentes tamaños que podrían venderse en La Lagunilla y yo comprarlas.
Un cepillo y un espejo con un mango largo.
Hay pinturas de labios en cuatro o cinco rojos distintos.
Uno es igual al color de mis uñas ahora.


Rojo sangre


Ella fuma, tiene medias rojas transparentes y liguero negro, brassier negro y una bata de gasa roja. 
Tiene cutis de fumadora, con surcos de arrugas con fondos de nicotina y resequedad. 
Tiene los ojos maquillados, estuvieron bien maquillados, ahora están corridos.
Siento que está feliz.


El tiene camiseta blanca sin mangas. Fuma también.
Es gordo, agradablemente gordo.
Pelo largo y ondulado. Nariz enorme.


Tienen un diálogo que desborda cariño sin un solo -mi amor, cariño, corazón o un teamo-. 
Es breve, simple.
Hay palabras fáciles.
Hay sinceridad en esa cama.
Parece que no existe nadie mas en el mundo.


El le dice que nunca será rico como le ha dicho desde que la conoció.
Ella le dice que desde hace treinta años se lo viene repitiendo sin ningún reclamo.
A ella no le importa y el lo sabe.
El se lo dice en tono de disculpa para anticipar una dolorosa despedida.


Se levanta, se viste, y ella lo mira desde la cama apagando el cigarro mientras él deja unos billetes en el tocador.


Ella se levanta, toma los billetes y lo abraza, le dice que le llame pronto y le mete los billetes de vuelta en la bolsa trasera del pantalón mientras le besa los párpados.

Ella lleva siento su puta treinta años.
El su cliente.
Cada lunes a la misma hora, se ven por un rato que no se contabiliza en ningún reloj.

...desde hace treinta años...

Los dos están enamorados aunque no lo saben. Los dos son mejor pareja que tu y ella, que yo y él.

Ella se llama Teresa. El se llama Eduardo.

El no puede volver a verla si no le puede pagar y ella sabe que nunca iría a verla si le dijera que no le cobraría un centavo.
Es una simple cuestión de principios, de honor, fácil y absurda al mismo tiempo.

Y algo tienen, Teresa y Eduardo, mientras los veo en ese espacio iluminado de color burdel, que hace que una melancolía empiece a invadir mis pulmones como humo de tabaco, como aire que no puedo respirar, como latidos huecos y sordos que mi corazón palpita, que me hacen pensar en ti y en mi y lo que nunca seremos.

Rojo sangre



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