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viernes, 6 de agosto de 2010

Calor en la nuca

Cuando Brígida viene a la tierra, asume la personalidad de sus mujeres favoritas.
A veces se inventa de Eva, otras de Mata Hari, otras de Marie Curie o de monja portuguesa...pero un día se tropezó con Mangee y le gustó para inventarse en ese cuerpo.

Ésta semana, se le antojó ir al Pacífico, y se disfrazó de Mangee. Se llenó de pecas y se cortó el pelo. Empacó un par de biquinis y tres pareos. Metió el e.e. cummings nuevo en la maleta y otros dos libros que fué escogiendo a ciegas de cada uno de sus dos libreros: El Enamorado de la Osa Mayor, y con los ojos cerrados sacó el primer libro que escribió JAG: Aventuras de un Bucanero, de Madrid hasta Vladivostok en nueve años, (título largo para alguien que escribe tan corto), su cuaderno de viajes y cuatro chocolates con mucho cacao y poca leche.


Llegó a Nirvana.  Pámela como siempre, la recibió con un abrazó. Eligió la habitación con vista al mar, vista y oido a las olas que rugen sin parar, al estruendo de veinticuatro horas sin tregua de olas infinitas y eternas.


Se cambió al biquini rosa, se puso el pareo blanco y el paliacate. 
Se recargó en el balcón pensando en acostarse en la hamaca, pero algo en su cuerpo le decía que se mantuviera con los codos recargados tal como estaba, viendo al infinito disfrazado de sol anaranjado.
Y así estuvo quieta por varios minutos, que tal vez fueron años, o segundos. Esos momentos no son afectados por el destiempo. 
Sintió aire colado por algún lado, en espiral, y tras el aire, ese calor en la nuca que le supo a desierto de Chihuahua.
Y después sintió la mano que en su espalda escribía espirales y sus historias.
Brígida seguía sin moverse un solo milímetro, no podía y no quería.
Olió el tabaco obscuro, sintió la barba de dos días mientras le susurraba al cuello que la había buscado por mucho tiempo,  desde la última vez que se vieron en Odesa.
Le besó el lóbulo de la oreja izquierda y entonces Mangee dió la media vuelta y se topó con el silencio invisible de las palabras que pensó sentir y casi tocar.
No había nadie, nadie había tocado su espalda, ni besado su oreja.
Suspiró con deseo contenido y dió la vuelta hacia las olas nuevamente.
Tal vez las olas lo traigan a ella un día, pensó Mangee mientras respiraba aire salado.

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