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lunes, 16 de agosto de 2010

Cuarto creciente de verano

Hace meses no veía la luna.
Hace meses no le pedía deseos.
Pero el sábado se me apareció en medio de la calle saliendo del cine que es como mejor se ha visto siempre. Majestuosa.
Y me dijo no te he olvidado, no me olvides tu...

Y la razón de los no deseos era simple.
No quería desear nada.

Quería encontrar la calma después de la tormenta. Ese era un deseo, pero no lo formulé. No lo escribí en papel de china, no lo doblé en cuatro, no lo besé con todas mis ganas antes de quemarlo. No lo puse en la tierra de la orquidea que quiere renacer y no puede.

Ahora entiendo esto de la paz.

Había tres caminos a tomar: el de la izquierda-corazón, el de la derecha-razón y el del centro-aparente.

Quise dar pasos por los caminos laterales y no pude.
Cuando traté de respirar, calmarme y pensar y sentir por enésima ocasión  dí el primer paso por el camino del centro.

Estaba muy ocupada dando el primer paso.
Cuando cayó de lleno la planta de mi pie izquierdo, sentí.
Sentí que el camino era arena de mar, pasto de Cuernavaca, hojas húmedas de la selva, concreto de mi calle y madera aparente del piso de mi recámara.

Comencé a ver.
Ví sietes y nueves. Vi libélulas. Vi palabras esdrújulas. Sentí besos y caricias.
La Osa Mayor era una osa de verdad que me abrazó la pierna derecha y se plasmó entre lunares como un tatuaje.
Levanté una pieza de origami hecha en un papel tan sedoso que mis manos no quiseron soltar.
Escuchaba un si arrastrado de alguien con voz grave.
Sentí una mirada en la nuca que me abrazaba al mismo tiempo que me abrasaba.
Alguien me puso un broche púrpura en el pelo.
Mis respiraciones oscilaron entre las nueve y las trece, pero en ocasiones alcanzaron las cincuenta y cuatro.
Y en eso, me abrazaron por la espalda mientras me susurraban un haiku eterno y silbante.

Este camino.
Tiene espirales oscilantes.
Tiene olor a tabaco y a historias.
Mías.
Historias vivientes.
Suyas.
Historias reales.
Nuestras.

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