Recorro la Colonia Roma y me vienen a la mente pedazos de historias.
Alvaro Obregón con su mercado de pulgas, donde tantas veces fuí con mis abuelos.
Los helados donde los bisabuelos iban a romancear: La Nueva Italia.
El Edificio Balmori, donde mi sueño dorado sería vivir.
El Salón de Té.
Las librerías de viejo de enfrente.
Parece que el Art Decó se quedó atrapado en esas calles.
Parece que otras vidas siguen caminando allí. Fantasmas invisibles, pero que se sienten de carne y hueso.
Llego a la calle de Mérida donde veré a mi amiga.
Calles con nombres de lugares mexicanos, mezclados con lugares españoles: Mérida, Córdoba, Túxpan, Colima y etcéteras...
Y saliendo, de regreso a comer en domingo, estaciono mi coche en una calle al azar con alguno de esos nombres. Me bajo en un pedazo de banqueta con sombra frente a muchas ventanas y puertas de colores.
Y justo frente a mi, dos puertas juntas.
Una azul y una roja.
De madera...tal como un bicolor.
Me decido a subir al coche después de unos minutos de respiro, cuando un viejo empieza a gritar a media cuadra incoherencias.
Un viejo barbón, vestido con harapos, con bolsas y mas bolsas a los lados...
No entiendo lo que dice, lo que me grita.
Parece como si se hubiera tomado una botella de ron cubano, y alcanzo a ver que está fumando un cigarro.
Parece que es un Farolito, sin filtro.
Podría jurarlo.
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