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domingo, 13 de febrero de 2011

Atardecer dorado

En domingo a veces me detengo a escuchar el silencio.

Escucho pájaros no identificados, la televisión de algún vecino. El pasar de los coches que se me figura un deslizamiento débil-fuerte-débil, a veces ronco, pesado, otras ligero y agudo.

A veces se escucha un niño de unos tres o cuatro años pisos más arriba.

Otras escucho a la vecina toser...
Hace meses pensé que iba a morirse, y me dió pena subir a ver si necesitaba algo, -no fuera a pensar que me despertaban sus ataques de tos a las  3 y 4 de la mañana-, semanas después la encontré y le confesé eso y me dijo "dejó de preocuparme a quién despertaba o no, sentí que me moría"

Escucho a veces la gotera caprichosa que cae cuando le da la gana en la cocina.

Pero encima de todo escucho mi respiración, pausada como el domingo.
Pensativa previa a un lunes.
Melancólica después de un sábado.

Cálida y nostálgica a segundos como los rayos de sol que caen a fines de invierno por la ventana a eso de las cinco de la tarde...
Hacen mas anaranjado el sillón.
Levantan el obscuro café de la banca de madera.
Pero sobre todo, son tan silenciosos que no hablan de las hojas que reflejan en la pared como un cuadro vivo, que se mueve sobre el blanco con un dorado que no puede describirse de tan fino y delicado que me gustaría atrapar y convertir en un anillo de oro, aunque no me guste el oro...

Y en ese silencio donde parece que el tiempo no se mueve, me dicen todos esos reflejos y sonidos mudos que el tiempo se mueve más rápido de lo que siento.

Pared dorada. Foto S

1 comentario:

TORO SALVAJE dijo...

El tiempo no descansa nunca.
Avanza imparable y va más rápido de lo que podemos asimilar.

Besos.