Lo tenía escondido dentro del caracol de la oreja.
Estaba hablando por teléfono el viernes cuando sentí que se me salía en forma de duendecito milimétrico.
Ahí lo tenía, parado en la bocina del teléfono y me veía con enormes ojos azulverdosos.
Era tan chiquito...pero mis ojos lo podían ver perfectamente.
No dijo nada al principio.
Después, me empezó a hablar en Mixe y yo le quería contestar en Zapoteco.
Se me trepó en la pinza del pelo, y desde allí me empezó a dirigir los movimientos.
Pero las determinaciones no. Esas no me las dirigía.
Esas me llegaron cuando congelándome al pie de una palmera enorme daba la bienvenida al 2012.
La tregua terminaba, guardaba mi bandera blanca y rompía mis juramentos internos.
Me pesaban toneladas. Si los hubiera escrito hubieran parecido absurdos para cualquiera, pero no los eran.
Quería sacar la daga que tenía guardada en los jeans y que me la clavaras para después clavártela tu.
Pero no hay daga mas mortal que la palabra -retirada-
Emprendí la retirada, y me monté en ese caballo flacucho que vi en la Casa Grande, unos ojos brujos me ayudaron sin palabras y sin análisis metódicos.
Emprendí la retirada hacia un camino que tenía una cantidad de aire que no podía medir ni comprimir.
Tenía hojas secas que se quebraban a cada paso, sonaban delicioso, crujian en mis tímpanos y se me instalaban en el cerebelo mientras sentía como unas uñas se me deslizaban por la espalda.
Creo que todo empezó cuando escribí la palabra -ultimatum-, ahora que lo pienso, en este día sabático que me tomé para guardar la daga para mejor ocasión y para almacenar metros cúbicos de aire con sabor a mar para respirar cuando me haga falta.
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