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martes, 3 de enero de 2012

Deseo con sabor a cuba libre

He ido avanzando los días como si fuera en una bici con el freno pegado, no sé cuantos han pasado aunque mi calendario dice que han sido solamente tres.

Hoy mientras veía a ese hombre viejo del otro lado de su escritorio y trataba de escucharlo hablar sin poder hacerlo, decidí en un momento de cordura volver a la normalidad del resto de la gente. Parece que mientras hablaba, me agarraba la mascada que traía puesta y me decía violentamente y con ojos de inquisidor "aterriza de una pinche vez por todas"...

El asunto es que tengo la memoria atorada en un pedazo de tu espalda desde hace nosecuantos días en los que circulo en esa bici de la que no me puedo bajar.

Y hoy le dije a ese viejo egocéntrico y envidioso con la mirada, sin necesidad de palabras, que no pensaba bajarme de la bici ni aterrizar ni volver a la normalidad.

Quiero besar y chuparte ese pedazo de espalda. Quiero sentir tu lengua en la mia. Quiero tocar tu cara con inicios de barba. Quiero que vuelvas a quitar el pelo de mi cara y me repitas cada palabra pronunciada por tu boca. Quiero que en la memoria fotografies mi imagen sobre tu cuerpo y te la lleves hasta el día que te mueras. Quiero que me muerdas el lóbulo derecho y tus dientes cada mañana recuerden en su filo el relieve que tiene con mi arete de plata.

Ese día tu aliento era de cuba libre, el mío era de vino de muchas horas atrás y me sabía la boca a sobriedad impregnada de deseo, tenía los cinco sentidos en alerta, pero el sexto sentido atado a los pies de la cama que revolvíamos.

Lo ignoré a consciencia a la hora de comer, mientras la Diosa del Viento me gritaba y entre alaridos salvajes manoteaba y alzaba remolinos de hojas y polvo en la calle que veíamos los dos sin saber si llegaría lluvia o no, cuando se estrellaron de repente nuestras copas de vino,  como si se consumara una boda judia, recordandome que el romper copas es "rememorar la primera tragedia", la casi certeza de incertudumbre compartida pero indispensable para que dos almas respiren.

Mi Rosa de los Vientos me decía que esos gritos erráticos eran un Mistral  y aunque no estaba en la Provenza, me sentía en ella contigo, atada a tí con un nudo marino que la Estrella del Norte nos había amarrado horas antes mientras yo abría una puerta con las llaves que había tomado encima de un armario antiguo.

Y decido no bajarme de esa bicicleta.

Decido seguir soñándote despierta en alientos casi borrosos de cuba libre, y recordando todas las palabras que me dijiste.

Una por una.

Palabras que probablemente no recuerdas.
Palabras, que dicen que cuando se dicen borracho, es porque sobrio se pensaron.

Y me ahogo en el recuerdo de tu cuerpo buscando aire ahí dentro, en los abrazos que te dí, en las caricias que me ardían mientras recorrían tu pecho, en mi lengua atorada en tu oreja, en tus ojos brujos, en las dos palabras que te prohibí, en tu orgasmo y en los míos, en tu desapego, en mi no-esperar, pero sobre todo en una sola cosa.

En tu dedo índice en mi pezón izquierdo mientras tu respiración exhala en mi nuca previo a tu abrazo tan fuerte como perdido.