Eternas, han sido espesas y oscuras.
Les he tenido miedo a partir del momento en el que se ha metido el sol. Miedo a no saber cómo enfrentarlas, cómo acurrucarme en ellas porque no puedo acurrucarme.
Las pesadillas han sido extrañas pero tan reales que las he respirado.
Tres han permanecido en mi memoria y podrían ser vendidas a Haruki Murakami y me haría rica con solo platicarle fragmentos de ellas.
He estado a punto de morir en estos sueños y los personajes de mi realidad han salido a mi encuentro.
Los presentes, los que puedo tocar, los que me consuelan.
Pero me despierto...dos, tres, cuatro veces en cada noche y me invade el miedo de lo que vendrá en el cuarto menguante que le queda de madrugada a estos días de marzo tan fuera de mi.
Anoche quise llorar un blues, un babyblues...un posparto imaginario del que me siento aún embarazada.
Y hoy amanecí, di pasos, muchos pasos, hablé, besé, acaricié. No puedo reírme ni estirarme como siempre me gusta hacerlo. No puedo tomar mis dos tazas y media de Barrys, pero si puedo perderme en las cuatro pupilas que dí a luz hace muchos años, entre cuatro manos que me ayudan a hacer de estos días una normalidad constante, un nuevo futuro, una vida, otra nueva vida, dentro de las tantas que he tenido...
Hay momentos extraños en los que siento que he perdido mi sombra, siento que me está esperando afuera, junto a la jacaranda que está floreciendo, junto al coche, lista para salir conmigo.
Y Merlina...
Por circunstancias que aún no puedo explicar la tengo atravesada, no quiero que se me acerque, ella lo percibe, y se me aleja durante las pesadillas...
Cuando me teja de vuelta la sombra y agote las pesadillas -si es que quedan aún-, se me acercará mientras yo la llame para acariciarla.
Lo sé, tan como sé que esto será en horas, tantas horas que no llegarán a cuatro días más de pesadillas.
Mi sombra tejida con un sweater gris hace seis días. |
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