Merlina y yo. Foto S |
La vecina no tosía. El perro no ladraba. No había alguien preparando un jugo. No había olores a pan tostado, o a huevo. Parecía que no se movía ni el sol.
Una vez más, desperté antes del despertador.
Una vez más la cama amanece deshecha sin tí.
Tal parece que ahora en sueños me muevo de un lado a otro para imaginar que dormiste entre las "sábanas bonitas", -diría Mercedes-, yo diría las "Calvin Klein suavecitas que estaban en oferta", tu dirías, "las sábanas brigidianas".
Yo pensaría, las sábanas donde hicimos el amor.
Donde dormimos, despertamos, reímos, lloré (tu no lloraste...), nos abrazamos, nos tocamos sin parar...
Pero las sábanas amanecen revueltas, porque me paso de mi lado al tuyo para calentar los dos. Para no permitir que se enfríe ninguno de los dos.
Como si la cama se hubiera vuelto una enferma de celos desde que la dejaste.
Pero el silencio es el asunto de hoy. El silencio nublado que entra en mi recámara porque no hay un pedacito de sol como con los vecinos.
El silencio que acompaña una post-luna-llena-de-octubre.
El silencio de un día veinticuatro sin tí.
De un domingo de dominguear.
Me levanto y pongo la bata suavecita. Tengo frío. Dormí sin pijama, sin camisón.
Me preparo la tetera de todos los días.
Me acuesto en el sillón naranja y Merlina viene a mi.
Parece que me quiere decir...
"Aquí está, aunque no lo veamos...aquí está con nosotras, y estará siempre..."
Y me lo dice, en silencio, en un domingo que parece mudo, donde mis respiros que llevan tu nombre tampoco se escuchan...no vaya a despertar a los vecinos...
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