Dormí un tiempo no medido para despertar con lluvia.
Lluvia...
El cielo se hizo amarillo dorado y nublado, lo que hacía mas espeso el color.
Las paredes blancas de la casa, los techos y el piso de madera clara absorbieron el color.
Y junto con ese color, llego lo que pareció un momento sin tiempo y sin espacio.
Un momento que parecía detenido en el tiempo.
Abrí un poco la cortina y ví por la ventana de lleno el dorado.
Me recordó y me hizo sentir esas melancolías de tantos domingos hace tiempo.
Llevé la mano derecha al lado izquierdo y con los dedos arrugué un poco la blusa verde esmeralda que me puse por la mañana.
Tal vez así podría evitar ese piquetito que se instala de vez en cuando para recordarme que estoy viva aunque melancólica.
El color seguía metido en mis ojos; el espesor del aire, el sabor de la melancolía me entraban por otros sentidos.
Un par de horas después crucé la calle para ir al cine.
Siempre miro el cielo, no puedo evitarlo.
La luna recién nueva rajaba el cielo y me sonreía en color alquitrán, en color amarillo dorado, igual que la tarde, mientras el aire crujiente y fresco me acariciaba la cara tratando de sacar una sonrisa lo menos melancólica posible.
(y lo que pasa, es que hay días en los que necesito un largo abrazo de domingo con susurros al oido y caricias que arruguen mi ropa verde...)
1 comentario:
Abrazos y caricias.
Están caros...
Besos.
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