Desde las siete de la mañana que decidí abrir los ojos que te iba a extrañar.
La verdad es que me desperté mucho antes, a eso de las 645, pero no quise abrirlos a un viernes mas blanco que la nieve y que un vestido de boda de una novia vírgen de las que ya no existen.
Me quedé al abrirlos, viendo el muro blanquísimo, tal como yo: blanca me sentía en piel, en aroma, en sentir y en pensar.
Solo podía ver unas rayitas rojas casi en el piso. Rojas de unos zarpazos de Merlina por haber matado ¿y comido? a un mosquito que seguramente nos picó o a ti o a mi.
No recuerdo haber encontrado ese piquete de mosco ni en tu cuerpo ni en el mío.
Ni esa comezón que de repente ataca.
Y la veía, y sabía que tenía que empezar a moverme, desde mi lado izquierdo de la cama, en el que duermo mejor porque el derecho es tuyo. Porque no estás.
Porque en el derecho dormiste.
Pero no podía moverme. También mis músculos y mis huesos estaban blancos. Y mis nervios. Y mi cerebro.
Entonces no había órden para que empezara todo a cambiar de colores.
Pero tenía que levantarme, así que brinqué al piso y sentí los dos primeros pasos-brincos adormilados. Acalambrados. Entumidos y sin ganas de cambiar de color.
Y mi cabeza, con ese pequeño dolor anunciaba la tensión anunciada la noche anterior, el día anterior.
Así que con un jugo de arándanos rebajado me tomé dos adviles antes de permitir que el dolor estallara.
Tres tazas reglamentarias y costumbristas (casi la única costumbre que me permito), para comenzar a cambiar del blanco al color del té y al blanco que sin pensarlo tenía mi pantalón que combinaba con esa pared. Y al peinado que me salió diferente porque era en blanco de esos color hoja de papel bond, todo para empezar a envolverme en el día de hoy.
En el día, que comenzaba a acelerarse para ir cambiando de tonalidades, de matices y de pantones.
Empezaba a tratar de iluminarme con las citas, el trabajo, los pendientes, el desayuno, la regadera con el jabón blanco Neutrobalance en vez de el gel de baño, -no tengo ganas de aromas especiales si no los olerás-, el perfume y los broches en el pelo.
Pero cayó ese crepúsculo, ese atardecer que abruma. Sin nada mas que trabajo para querer engañarme con colores que no existen en ningún pantone porque no estás.
Porque camino nuestros caminos, nuestros lugares, y me vuelvo a acostar en nuestra cama, la que era solo mía y ahora es nuestra. Se bautizó como "Nuestra".
Y me invento cosas y ocupaciones cuando quiero llegar a la blanca cocina donde tantas horas platicamos y nos abrazamos y acariciamos.
Todo para marcar otro día en el calendario que no dá vuelta, que tiene una orquidea blanca sobre un fondo negro que remarca tu ausencia sin colores.
Ya presentía, que mi día sin tí, terminaría blanco igual que como amaneció.
Porque tu ausencia, hay días que me pone blanca.
Blanca de ausencias y de ganas de tí con un pinchazo cerca del esternón, cerca de mis auroras boreales, cerca de mi corazón, que ya te pertenece y que por eso te llama y escribe tu nombre en el aire a las tres y a las cinco de la mañana.
Como tal vez diría Jaime Sabines...
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