Hoy sentí una imperiosa necesidad de rezar y decir perdón.
Y en eso recordé que no tengo Dios a quien rezarle. Que el Dios barbón que vive entre las nubes que las monjas me enseñaron no existe en mi catálogo de rezos y agradecimientos desde hace tantos años que ya no sé cuantos son.
Un hombre dijo hoy que lo humillé.
La palabra con su "h" muda se me hizo escandalosa.
La "doble ele" se me atoró en los oídos.
El acento que la hace aguda se me clavó en el cuerpo.
Por segundos que no avanzaban me quedé sin respiración y paralizada. Me sentí la mujer mas cabrona del mundo.
Sentí que me rompía, me desmoronaba, y parada en medio de mi oficina sabía que no podía desintegrarme ni desaparecer.
Que los universos que conviven día a día conmigo me necesitaban de una pieza.
Y después fuí acomodando los eventos de la semana.
Antes que él, están las quince personas a las que les tengo que pagar semana tras semana el sueldo que tienen que llevar a sus familias.
Están ellos y ellas que semana tras semana vienen a trabajar ocho horas y más cuando es necesario a la empresa de nuestra familia, por lo tanto, son mi familia.
Son las sonrisas y las palabras de todos nuestros cinco días compartidos a la semana.
Somos el pan nuestro de cada día.
Y no me pareció justo que lo dijera.
No me pareció, pero con todo y todo, levantó culpa, incertidumbre, dolor y duda en mi.
Y pensé...¿a qué Dios le tengo que rezar para no sentir éste desasosiego?
¿A quién le tengo que decir "perdóname por defender a mi familia, por ser firme y no dejar que toquen ni con el pétalo de una rosa a los míos"?
Hoy por primera vez en mi vida sentí la necesidad de inventarme un Dios que no se parezca a ninguno de los que se han inventado.
1 comentario:
Me temo que no hay Dios que pueda arreglarte eso.
Y si lo hubo seguro que se cansó de ver lo que somos y se dio a la fuga.
besos.
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