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domingo, 9 de mayo de 2010

Extraño viento de mayo


La Gitana un día dijo que el aire me buscaría.
Y que cuando más distraída estuviera, iba a llegar como una leve brisa, o como una fuerte ráfaga.

Estaba en el jardín de las princesas, cuando sentí un extraño aire en la nuca que me habló con un trueno. Y otro. Uno mas fuerte y largo. Otro con el que brinqué. Y miré los altos árboles del jardín, las hojas, todas, se movían en pequeñas espirales.
Un día un halconcillo se tropezó en mis ojos mientras jugaba con las princesas. Y lo ví y al instante supe que no le tenía miedo. Y las princesas tampoco, aunque ni voltearon a verlo...simplemente siguieron jugando con su vajilla de porcelana mientras yo miraba al cielo, como siempre. Sentí que estaba allí esta tarde. Que me veía desde el árbol mas alto y viejo, lo supe sin tener que verlo.

El frío olor a lluvia cortó de tajo el calor de la tarde. Mis pulmones se llenaron de humedad. De alegría. Sonreí.
Y me sentí feliz como hace muchos días simplemente esperaba sentirme.
Y al mismo tiempo, me llegó un cansancio aturdido, con sabor a té negro caliente y contento.

Me despedí con nueve docenas de besos y tequieros y teadoros de las princesas y de sus árboles. Decidí ir a mi montaña a descansar.
En el camino, la lluvia me seguía, el olor a humedad me embriagaba.
Olía a humedad cínica.
A alma refrescada.
Saqué la mano por la ventana para sentir las templadas gotas picando mi brazo, muñeca y la palma donde está bien dibujada mi vida.
Mi hijo terrenal hacía lo mismo por la otra ventana.
Los dos deseábamos que la tormenta cayera de lleno.

Todavía no llega. Pero no tarda...
Y, mientras tanto, me abrazo a mi futuro, me cuelgo del cuello del presente y beso el pasado.

(y estas palabras, cada una, huelen a tierra mojada, a arraigo, a fuerza, a pies bien puestos sobre la tierra, a hojas secas, a primavera extraña, a antepasados, a magia, a Luna menguante y parecen chocolates con mucho cacao, y por supuesto, a espirales infinitas)

(y ahora, en nuestra montaña, el aire fuerte y frío sacude el pirul, y mi hijo terrenal me pone una chamarra sobre los hombros abrazándome al mismo tiempo que los dos nos reímos despeinándonos con tanto aire petulante)

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