Cuando cumplí quince años fui a Irlanda, por primera vez sin mi mamá.
Fuí con mi hermana, y fué la primera vez que conscientemente recuerdo Newgrange. Tal vez haya ido en otros viajes, pero la primera que recuerdo fué esta.
Fuí con mi madrina Natalie, y recuerdo lo primero que vi: el monolito con las tres espirales.
Natalie, en ese viaje, me regaló un Claddagh que aún conservo. De plata. Chueco y deformado ahora, pero en un lugar de mi alhajero.
También me regaló una pulsera de plata, con dos de las espirales del monolito.
Y también está en el alhajero.
Ahora, que cumplí cuarenta, Claudia me regaló una espiral que encontró, de plata, idéntica a las mías.
No me la he quitado desde que me la dió. He dormido con ella, y detrás está colgada la cruz de Brígida.
Merlina cada noche juega con la espiral y con una de mis pulseras: una sencilla de hilo con colores y cascabeles pequeñitos de colores. Dicen que ésta pulsera hace ruido para alejar a los espíritus que no quieres ver.
Y anoche Merlina que tiró una maceta. Me despertó, para ver la luna y hacer un rito inventado que duró hasta que amaneció.
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