A Clara la conocí apenas ayer, aunque forma indirecta ya había entrado en mi vida.
Y ayer la conocí por la historia de la toronja.
Clara pertenece a este tipo de mujeres del que nosotras, las otras mujeres, vémos y nos quedamos viendo, y analizando, y pensando, y creyendo y confirmando que somos magas, maravillosas y mágicas.
Y me platicó la historia de su toronjo y de sus supersticiones.
Yo no le dije que también soy supersticiosa.
Me dejo de poner cierta ropa en ciertos días porque me recuerda a algo, o me pongo un perfume en vez de otro, o dejo de pasar por un lugar, o no dejo de pedir deseos a la luna nueva, o cierrro los ojos fuertísimo para hacer magia a larga distancia y pensar que todo encontrará un equilibrio como el de las toronjas.
Estaba ella con otras mujeres (tal vez había hombres...pero vamos a pensar por ésta única vez, que no los había...). Una de ellas, comía una toronja en medio del jardín, y se quedó con un huesito.
Minúsculos son muchas veces los huesitos de las toronjas, otras son grandes y parecen huecos y ultraligeros...Otras veces, me ha tocado, ya están germinando dentro de la misma fruta rosada y esponjada...
Y ésta mujer, tomó el hueso entre sus dedos y en medio de un rito, que en ese momento, lo último que parecía era un mágico rito, decidió sembrarlo en el fondo del jardín. Ellas, las otras tampoco sabían que era un rito, pero en el fondo, aunque no se dieran cuenta de ello, sus corazones y su sangre, sus células y sus neuronas se pusieron a latir a pensar y a sentir por unos minutos al mismo ritmo. Un ritmo con un compás diferente al del resto del Universo.
Ellas no lo supieron, pero así fué.
El árbol creció y creció...
Y como un ciclo inexistente, del que ninguna se percató nuevamente, sus cuerpos y almas, ahora junto con el toronjo, volvieron al rito que había pasado diez años antes.
Seguramente una estaba comiendo. La otra hablando por teléfono. Otra estudiando una prueba de sangre de alguien que tal vez temía estar enfermo y estaba mas sano que nunca. Otra escribiendo un resultado de prueba de embarazo positiva. Otra sacando alguna radiografía. Clara probablemente con esos ojos azules tan vivos e inteligentes pensando como seguir creciendo, como dar el siguiente paso, siempre seguro, siempre hacia adelante...
El toronjo en medio de todas ellas sin saberlo, y todas ellas con sus magias, con sus inteligencias, decidieron que ese año empezaría a dar frutos. Tantos frutos que parece que se va a caer el árbol desarmado en pedazos en ese jardín rodeado de flores...
En tres semanas.
Ese árbol estará fuera de su vista. Tendrá que ser trasplantado y mudado a algún lugar no visible para ellas todos los días.
Tal vez ese árbol ya cumplió su ciclo con ellas. Tal vez tiene, a sus diecisiete años, que empezar otro ciclo con otras mujeres (¿o con hombres ahora?)
A mi, ahora, me toca inmortalizar eternamente ese árbol para Clara.
Mis manos no son mágicas como las de mi papá...Pero él me ha educado la vista y un poco el gusto para apoyarlo con ideas y con mis ojos para que paralelamente decidamos si es así como se debe inmortalizar una toronja con sus hojas en un material eterno.
Que siempre esté a la vista de ellas.
Y que todo sea a partir de una toronja de ese mágico árbol.
Le dije a Clara que nunca se me olvidaban los nombres, sé que el de ella nunca se me olvidará. Su nombre ruso-polaco y sus toronjas se hicieron parte de mi vida ayer, y de esas partes de vida que llegan en el momento preciso para darte la fuerza necesaria para dar el paso necesario y hacia adelante, en un camino lleno de espirales eternas.
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