Manejo en estado taciturno por las calles a media mañana.
Mis pensamientos van y vienen en haiku y recorren casi segundo a segundo la insomne noche en la que el aire frío perforaba una a una mis vértebras.
Mis manos se aferran al volante en forma casi perfecta. Veo mis tres anillos. Dos churumbelas en la mano izquierda, una con zafiros y la otra con rubiés.
Veo mi Claddagh en la mano derecha. Mis pulseras de piel trenzada, las perlas negras y los cascabelitos para ahuyentar los malos espíritus que a veces se disfrazan de aire colado que eriza mi columna vertebral. O de sombras invisibles. O de notas en medio de una canción de Pink Floyd.
Veo mi cara en el retrovisor y mis propios ojos no pueden dejar de ver los que ven en el espejo. Hoy son mas olivaceos y menos cafés. Hoy me veo angulosa la cara, diferente a ayer que salí mas temprano. Parece como si me descubriera la cara por primera vez. Como si viera a una perfecta desconocida. Tal vez sea que hoy no estoy vestida de color berenjena. Que traigo una blusa blanca y un sweater negro y me colgué la Cruz de Brígida que había guardado en el cajón.
Sea lo que sea, me veo diferente. Cansada de insomnio, pero no cansada con un agobio sin nombre. Simplemente y pacíficamente diferente.
Y cuando desvío la mirada del espejo, veo las nubes, y queriéndose perder, pasar desapercibida, queriendo no ser vista, está la enorme luna menguante, que quiere y no quiere que la mire...Pero la descubro, y la quiero llevar conmigo el fin de semana, y cuando me decido a sacarle una foto, se pierde detrás de un edificio que tiene un anuncio azul enorme, y que es un hotel.
Todo esto mientras espero avanzar perdida entre las naranjas que tiene la camioneta delante.
Fracciones de segundo bastan para pensar en haiku.
(¿qué ha pasado desde ayer, o antier, o desde hace unos días que me hace parecer diferente en ese espejo?)
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