Entre alquimias inventadas, e.e. cummings que re-leo (entre) pausa y pausa (entre) mis dos libros en turno (Solar de Ian McEwan e Infiel de Joyce Carol Oates), lluvias constantes que caen lentamente, nubes acongojadas de tantas lágrimas que traen dentro, un vaso de cerveza que quiero tomar pero estoy por decidirme por un oporto y al final tomo ese mismo vaso pero con agua helada del refri, pienso en mi Buffalo Bill, ese que regalé hace unos meses que está (o estaba) en el buró derecho de esa cama al lado de esa gran ventana al universo, y veo el mío nuevo, sin marcas, sin señas, sin tickets, sin post-its, sin recibos de cafés al lado de i like your body, o de may i feel, o de milly, molly, maggy and may...
Y pienso en ese libro y en el que tengo ahora en mis manos: tan nuevo, sedoso, blanco. Parece sin estrenar, parece hasta más chico que el que tenía en mi buró, a mi lado derecho de la cama, donde duermo a la derecha, o en el centro o al lado izquierdo, dependiendo de cómo y por qué quiera dormir así, aquí o allí.
Y re-pienso en ese libro, igual de portada azul cielo, y de todo lo que pienso, solo hay dos cosas que no se van: espero que nunca se vaya a la basura, espero que lo leas alguna vez.
Pero también pienso en su futuro: ojalá llegue algún día a una librería de viejo en la calle de Donceles, donde tanto me gusta ir a ver y tocar e inventar historias con libros que toco, veo, siento e imagino manos que lo sostuvieron, lo leyeron, lo sintieron y se dejaron seducir en algún momento por otras manos, otros ojos, otras almas.
A veces pienso, que me gustaría re-leer, re-tocar, re-sentir, re-mirar ese libro que era mío, que ahora es (era) tuyo, que en un instante en otra vida, simplemente, fué nuestro.
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