A veces escribo porque me gana el tedio.
Otras cuando amanece, en quince minutos ya tengo en la pantalla todo lo que la mente me dicta aceleradamente y escribo con estos dedos que no tomaron clases de "taqui-mecanografía" en secundaria...tuve a bien elegir "decoración del hogar" por tres años pensando que lo mío eran las manualidades.
Otras estoy en la oficina haciendo números o llamadas, o facturas o checando saldos y paralelo a los números en una parte al fondo de mi cerebro estoy creando una historia.
Hoy por ejemplo, en la madrugada fué un insomnio que tuve que escribir.
Y ahora por la tarde ésto es lo que ha pasado:
Salgo de trabajar sin muchas ganas de seguir la tarde y empieza a caer una tormenta que me atrapa en el superama...si soy mortal, soy ama de casa, soy una mujer cualquiera que tiene que cumplir labores terrenales y domésticas.
Me dedico a recorrer los pasillos con mi canasta roja de plástico, de esas que tienen sensor por si se me ocurre robármela, y lentamente voy pasando pasillo a pasillo observando detenidamente cosas que necesito y otras no tanto...
Lo que no quiero, la verdad, es llegar a casa para toparme con el silencio que dejan mis hijos estos lunes cada dos semanas que se mudan a su otra casa...
Pero finalmente tengo que llegar a preparar una tardía comida para uno, a guardar las cosas en sus respectivos lugares, y a enfrentar ese silencio que a veces es abrumador y que me hace pensar que pese a que desperté con ellos, y los vi hace menos de un día entero, los extraño montones con todos sus pleitos y su tiradero magistral.
Y siento la primera vez que pisé éste lugar y el porqué decidí tomarlo sin ver otra opción: por el olor...
De entrada me envolvió, me pegó de lleno en todos los sentidos aunque solo entró por el olfato, y era el olor a casa de mi abuela irlandesa.
No puedo decir con exactitud qué olor es: si es madera, si es yeso con sol, si es olor a ventana con madera vieja o si es simple imaginación, -aunque me encargué de que mi mamá y mi hermana olieran de lleno igual que yo, para saber que no estaba tan loca como de costumbre y que si olía a 20 Gleageary Terrace-.
Ahora pasa, que simplemente me he acostumbrado al olor.
Pero hay un olor muy especial, el olor de mi recámara, a madera.
Entro recién abierta la puerta, y aunque esté abierta la ventana, la madera sigue oliendo.
Y ese olor me recuerda a ésta nueva vida con todo lo que he vivido, que a veces parece más que mis cuarenta años cumplidos hace unos meses...
Es un olor a libertad. A felicidad. A tristeza también. A lágrimas y a pensamientos.
Es un olor que a veces escucho en forma de música que escuchaba una y otra vez recién mudadada.
Olor a decepción pero también a experimentación. Olor a soledad, a acompañamiento acompasado.
A mis cosas, a territorio de mujer, de ser humano que lucha por su individualidad a costa de caidas y levantadas.
A veces me huele a esperanza, a veces a enamoramiento, a veces a ausencia. A veces a princesa y otras a reina.
A veces, solamente a mi.
Y paso al de los niños, que huele a aventura, a deportes, a facebooks, a libros que les gusta leer como a mi. A hombres por ser, a niños que se están quedando atrás.
Y me siento, como a veces hago cuando no están, sobre una colcha de cuadritos, a ver por la ventana por unos segundos los restos de lluvia que quedan adheridos a ella.
A veces como perfectas gotas siliconadas, otras como gotas ligeras que siguen resbalando con el aire y deslizandose en diagonal un poco.
Y respiro el aire frío, y toco con una mano la colcha del que duerme abajo, y con la otra mano acaricio el suave pelo de Merlina...
Y suspiro y salgo a decidir qué hacer de comer para mi.
Por lo pronto, el postre ya lo sé: helado de chocolate belga.
A veces, me merezco ese pecado...
Solo a veces...
(especialmente cuando alguien me dice: "es una bendición haberme cruzado en tu camino")
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