lunes, 21 de junio de 2010
De haberlo sabido
A una amiga le pasó.
Que cuando estaba por perder la conciencia un día, -como en las peliculas-, llegó alguien a tomarla de los hombros y a sacudirla fuerte, a zarandearla.
Me dijo que sintió el cuerpo de trapo y el cerebro rebotando contra las paredes del craneo, y que le dolió...
Los ojos se mantienen cerrados en este trance...
Estaba recuperando la conciencia cuando sintió que éste alguien, a quien le había dicho miles de cosas con y sin sentido en unos cuantos segundos que parecieron unos meses, la abrazó, y que en ese momento sintió a esa persona: olía a hombre, abrazaba fuertísimo, parecía que algo le dolía igual que a ella, solo que en una intensidad mayor.
Él empezó a susurrarle al oído pocas palabras, pero firmes.
Y no soltaba el abrazo.
Ella sintió que él tenía un dolor atorado en el corazón.
Y sintió un hueco frío alrededor de su alma que empezaba a calentarse un poco.
Él seguia hablándole y ella sentía lo que él sentía.
Ella no podía hablar. Solo escuchar.
No podía preguntar. No pudo consolar. No pudo abrazar.
No pudo sentir más intensidad ni profundidad en ese abrazo porque parecía que no podía haber ni mas ni menos.
Pero, sucede que al abrir los ojos, el mareo es casi insoportable y el silencio aturde.
Y como por arte de magia, esa voz, ese abrazo y ese olor desaparecieron.
Ella con la mirada buscaba la voz que con los oidos había sentido muy de cerca.
Y asustada se tapaba la boca recordando todas las palabras que le había dicho.
Todos los miedos que le había platicado casi en silencio, los deseos, los dolores que le había dicho le punzaban el alma.
Le habia dicho secretos tan secretos y escondidos que ella no había pronunciado antes ni en el pensamiento.
Esa presencia se esfumó.
Solo quedó un poco de olor. Un sentir. Un descontrol. Un amargo destiempo.
Ella buscó con la mirada a la izquierda, a la derecha, delante y detrás y no lo vió.
Y no le pudo decir gracias.
No le pudo decir que sintió su dolor.
No le hizo una sola pregunta.
Todo esto pasó en un segundo.
Llegó a despertarla a la vida.
Llegó a sacarle desde el fondo del alma esas inexistencias aparentes.
Sabe que no se cruzarán sus caminos de nuevo.
Ya se cruzaron en ese instante de destiempo aparente.
Lo real se convirtió en intangible.
El abrazo se desvaneció en forma de poema.
El frío ella quiso calentarlo con un té un día a las cinco de la tarde en una taza de té negro y una de té rojo que él tomó.
Y el dolor. Ese nunca lo podrá curar ella.
Y él, no está dispuesto a arriesgar nada otra vez, porque no quiere volver a sentir esa punzada que ya logró dominar.
Se quedó muda por unos instantes que en realidad fueron unos tres siglos y lo extrañó con una punzada dolorosa, lo quiso en ese abrazo y deseó compartir veintidos cosas con él que hizo en una lista de lugares por ir (un bosque, una selva, una playa virgen), cosas que ver (un amanecer entre volcanes, una luna llena y una luna creciente desde un manantial), comidas que saborear (una sopa y una ensalada), y asuntos para reír (esos eran muchos).
Gracias, dijo mi amiga. Pero nadie la escuchó ya.
De haberlo sabido, dice mi amiga, antes de abrir los ojos y que la presencia la soltara, le hubiera dado las gracias abrazando de regreso.
Está segura que eso le hubiera dado un poco de calor, y tal vez un poco más de magia....
De haberlo sabido...
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