Hay palabras que cuando digo o escribo sacan al diablo que a veces llevo dentro.
Otras son un descanso para mis hombros.
Hay otras que no digo, que prefiero guardar para otro día (esas que tienen que meditarse bien)
Hay palabras anticipadas con un sonido que a veces se reconoce y se les da la bienvenida con una sonrisa y emoción en taquicardia.
Otras que se oyen a través del aire y en otras lenguas que me hacen seguirlas como a un flautista de Hamelín.
Pero hay palabras que llegan de forma fulminante, se meten por los ojos desorbitados con miedo, pánico y terror medio controlado y no hay forma en que se puedan detener. No se puede cerrar los ojos, ni dar la media vuelta, ni poner las manos en frente del cuerpo para tratar de hacerlas añicos antes que se metan como puñalada trapera.
Esas nunca se pueden detener.
A la mala tienen que entrar en todos los sentidos. No hay poder para detenerlas, no hay forma fisica en que puedan desintegrarse.
Y además escogen el momento preciso para meterse.
Estaba tranquila ayer, disfrutando el día, que no es de nadie mas que mío, después de haber dado una explicación no pedida. Empezando la tarde agradeciendo a mi universo, que no tiene cara ni forma, por darme palabras para hablar y escribir y sintiendo una liberación redentora.
Y vi el sobrecito blanco...Insignificante. Mediocre. Manoseado.
Cuando leí su contenido, una rabia creciente se apoderó de mi. Un tornado me empezó a dar vueltas en espiral. Por un momento pensé que me había vuelto un perro rabioso.
Y entonces tuve que empezar a inventar palabras con una cara que no era la mía para dar consuelo a las que me rodeaban.
Porque para eso tengo que sacar palabras, para darles fuerza a ellas.
Esas palabras que saben a adrenalina en la boca, y que no sé de dónde salen. Es como si hubiera otra yo en mi a la hora que las hablo.
Inventarles cuentos, historias e inventarme poderes mágicos.
Y es por la noche, en el silencio, en la paz sonriente que debí haber tenido después de haber besado al Druida con paz y agradecimiento, cuando en un silencio espeso, pesado y con olor a sobre de oficina de mala muerte, que tuve que escuchar lo que ese Dios sin cara me decía...
Y me decía: "las palabras, siempre van a estar en tí y alrededor tuyo.
Y a veces, las palabras se llaman "malas noticias"
El problema es, cuando tienes que ocultar las malas noticias a su destinatario.
Callarlas.
Y eso que las malas noticias vuelan mas rápido que cualquier otro tipo de palabras...y además, no se meten en el corazón, sino que taladran el cerebro, los oidos y perforan el estómago en color verde bilioso.
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